Por Héctor M. Guyot
Muchos lamentan que las próximas elecciones deban dirimirse, según parece hasta ahora, entre dos candidatos supuestamente sin proyecto, cuyo mayor atributo competitivo sería el antagonismo recíproco.
Unos comicios cruciales pero tristes, en los que el votante desencantado deberá decidirse por la opción menos mala. Se le recrimina a la oposición (léase, la parte del peronismo que alguna vez abjuró de Cristina Kirchner y ahora vuelve a ella) no haber generado una alternativa que desafiara al Gobierno con una propuesta interesante y elevara la mediocridad del debate. Tras cuatro años de Cambiemos, el paisaje electoral es el mismo. Lo que persiste es la confrontación -vieja costumbre nacional- entre los que están a uno y otro lado de la grieta.
De acuerdo, hubiera sido lindo que el sistema político se saneara un poco. Pero esto no es Suiza, sino la Argentina después del temblor. Si no hay otras alternativas, si seguimos atrapados en los nudos del pasado reciente, es precisamente porque venimos del temblor. Los doce años de kirchnerismo, con todo lo que implicaron -y no hace falta un nuevo recuento de abusos y tropelías-, representan aun hoy una herencia demasiado pesada tanto para el Gobierno como para el propio peronismo. Tras el paso de los santacruceños, unos y otros debieron empezar a arar en el páramo. Los primeros encontraron las arcas vacías, la economía desquiciada y los organismos públicos colonizados por militantes, y cometieron el error de no decirlo con todas las letras. Los segundos fueron soltando con disimulo la mano que les había dado de comer para escaparle a la foto de la corrupción, pero sin saber dónde guarecerse de la intemperie. Paradojas del peronismo, ahora se convencen de que todos unidos triunfarán y, tras una carambola olímpica, vuelven al calor de la mano que los sometía. La posibilidad de arañar el poder otra vez bien vale la humillación.
En definitiva, estamos donde estábamos entonces. En lo esencial, se repite la disyuntiva de los comicios de 2015: no tenemos por delante la mera elección de un presidente, sino que vamos a votar, nos guste o no, entre dos tipos muy distintos -antagónicos, sí- de país. Una democracia republicana que aspira al respeto a la ley y un régimen autoritario que impone la voluntad del soberano y considera suyo lo público. Podría parecer que estamos ante la misma película, pero no. Nada se repite de la misma forma. Desde entonces hasta aquí, la soberana que quiere volver al poder ha acumulado seis procesamientos judiciales: por el direccionamiento de la obra pública, el pacto con Irán, la causa por el dólar futuro, los casos Los Sauces y Hotesur, y por asociación ilícita en la causa de los cuadernos de las coimas, que destapó un sistema de corrupción atávico, pero que durante los años del kirchnerismo alcanzó proporciones impensadas.
Esta novedad vuelve más compleja la ecuación. Los argentinos decidirán por dos proyectos de país, pero uno de los candidatos, la expresidenta, se juega en la elección algo más básico: una impunidad que hasta aquí la preservó de la cárcel, pero que ahora se ve amenazada por el avance de la causa de los cuadernos, sobre todo después de la declaración de su contador Manzanares.
Esa amenaza a su libertad explica la operación que los agentes del kirchnerismo -en la política, el periodismo y la Justicia- están promoviendo por estos días para enturbiar la causa y apartar al fiscal Stornelli. Parece claro que Cristina les quiere endilgar la asociación ilícita a otros. Manchar al acusador es el viejo recurso de quienes no están en condiciones de demostrar su inocencia: aquellos que me juzgan también están sucios y, en consecuencia, todo lo actuado por el tribunal está viciado de nulidad.
El problema son las pruebas en su contra. La causa avanzó mucho, con decenas de testimonios incriminatorios de empresarios y exfuncionarios, como para que la afecte una opereta en la que todos los actores son militantes kirchneristas, desde quien anticipó con satisfacción el "Operativo Puf Puf" a un exfuncionario K preso hasta el juez en cuyo juzgado "cayó" la denuncia, quien está haciendo lo posible para amplificarla en el Congreso. Hasta el inasible D'Alessio prosperó en ese paraíso de arribistas y aventureros que fue el kirchnerismo en el poder.
La movida tiene un frente judicial y otro mediático. Se trata de contaminar, también, a la opinión pública. De confundirla. Ya veremos en quién creen los votantes. En el fondo, lo que el voto decide en esta elección es una sola cosa: ¿seguirá siendo este país el reino de la impunidad? La respuesta afirmativa nos dejaría sin destino.
© La Nación
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