Por Roberto García |
Fantasía que comparte con Macri y Dujovne así como el inicio del “cambio cultural” –lema y proyecto de Cambiemos para el mandato de los otros cuatro años que monitorea desde el invernadero el ex
ministro Francisco Cabrera– luego de la victoria.
En 15 días, abonará o pondrá en duda esa quimera del jefe de Gabinete el sociólogo español Roberto Zapata, socio del ecuatoriano Duran Barba (ausente desde hace sesenta días), hoy a cargo de la investigación de campo sobre la conducta electoral de los
argentinos.
En marcha. Aparte de sondeos y focus interminables, se advierte otra decisión: la campaña oficial se
intensificará a través del celular, los servicios y derivaciones tecnológicas que lo acompañan, sin duda el instrumento más viralizado para la multiplicación comunicacional de los
últimos tres años. Sin embargo, aún son insuficientes esas novedades de Peña y asociados para convencer a un bando menos entusiasta, dolido, que integran Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Nicky Caputo, Carlos Grosso y siguen las firmas que demandan más apertura que encierro.
De ahí que nunca se ha observado un desorden tan explícito en el proselitismo partidario: distritos y protagonistas oficiales actúan por su cuenta, timbrean o no,
se superponen en los recorridos, hasta difieren en el discurso. Y estos detalles de campaña se limitan al PRO, no incluyen los patéticos trastornos de la disidencia radical y de la locuaz Elisa Carrió, cada núcleo con una perspectiva generosa sobre su importancia.
Se coincide en que la gobernadora Vidal admite hoy que, si fuera a elecciones, podría perder en su distrito. Por enancar su candidatura a Mauricio Macri, una mochila excesiva según los sondeos (al extremo de que se duda que el Presidente recorra la Provincia en campaña). Lamenta que la Casa
Rosada no le haya permitido desdoblar los comicios y despegarse de la reelección presidencial, copiando el modelo de los gobernadores más rebeldes.
Hasta considera injusto el trato, un castigo inútil a la institucionalidad partidaria.
Para colmo, el resto de sus colegas provinciales son obsequiosos con el Presidente, lo halagan los rivales (caso Schiaretti), le agradecen una oxigenación económica que
nunca tuvieron, producto del Fondo del Conurbano que les correspondía a los bonaerenses. Viven en la apartada zona de confort mientras la gobernadora
soporta estrecheces, le pulen la autoridad y popularidad, teme por último que sea tardía e insuficiente cualquier eventual lluvia en la última etapa del proceso. Y la llegada de la caballería cinematográfica
requiere oportunismo en una provincia de Buenos Aires que representa el 43% del paquete electoral del país.
Mujer enojada, obediente mujer, expresa otro dolor venidero: si ganó en los últimos comicios por el corte de boleta (alrededor de 7%, gente kirchnerista que no deseaba
acompañar a Aníbal Fernández), esa variante difícilmente se manifieste ahora ya que el aspirante Kicillof, por ejemplo, es espejo de la misma intención de voto de Cristina.
Además, si hace unos meses pensaban incrementar de 65 a cien las intendencias propias, ahora se asustan de perder el número original (hay varias ya condenadas, en apariencia). A Peña no lo intimidan esos datos, asegura que Vidal se arregla, recompone y repara ante las inclemencias.
Junto a ella, en el camino del Gólgota, también se arriesga Rodríguez Larreta por la unificación electoral en el distrito porteño, un gesto para compensar
la debilidad de Macri. A disgusto, sin duda, ya que el alcalde y la gobernadora saben que vienen perdiendo en este ejercicio, sin descubrir todavía si Mauricio está ganando. Se entristecen si, al final, el Presidente
rompe el primer juramento hipocrático: no hacer daño.
¿Y ahora? El desconcierto oficial también frente a los rivales: Cristina persiste como fighter ideal, mientras
Lavagna era inicialmente observado como un contrincante útil para dividir al peronismo y, de repente, se ha vuelto una pesadilla: le roba más votos a la coalicion gobernante que al resto de la oposición.
Tanto que hasta Macri se encarniza en lastimarlo la última semana, a pesar de que el ex ministro procede como candidato pero no asume que será candidato. En ciertas reuniones sostiene que hasta junio no se pronunciará,
mientras allegados juran que deberá pronunciarse en 15 días.
Para un armado elemental, lograr adhesiones y que se pueda contar los votos con organización y plata: no es lo mismo pedir una milanesa con papas fritas que competir en la provincia de Buenos Aires, en la que se eligen 135 intendentes, legisladores, concejales, consejeros escolares. Mientras, el franciscano de las sandalias se visita con mínima prevención con algunos radicales y guarda cierta
distancia con los peronistas que lo estimulan, como si temiera un contagio al estilo Howard Hughes. Sorprendió, eso sí, la empatía que mostró con Marcelo Tinelli, uno limpio de cuerpo y el otro tatuado, al que pondera como un empresario serio y del que aguarda encuestas para saber
si rinde postularlo como gobernador en Buenos Aires (siempre que pueda saldar sus costosos compromisos televisivos). Extraño resulta Lavagna para muchos por su culto a la personalidad, quien tropieza con la alergia de la esposa a la candidatura presidencial –solo lo acompañaba para impulsar las aspiraciones de su hijo, el economista Marco–, y hasta se asombran de raras naderías como la de hace un par de sábados, cuando se casó
otro hijo, a las tres de la tarde. Por lo menos Duhalde y su mujer confiesan que nunca habían asistido a una ceremonia en ese horario.
La formalidad precautoria, sin embargo, quizá se empiece a derretir en Lavagna. Difícil convertirse en el De Gaulle al que la sociedad convoca y le tiende una alfombra
roja desde su casa en Saavedra a Plaza de Mayo.
Incluso, su terquedad por no terciar en internas: se lo notificó Schiaretti, un poderoso de su sector, también aliados que le aconsejaron apartar un paper (atribuido
al jurista Vanossi) por el cual se podía invocar la Constitución para saltear la ley. Para salir mejor en la foto, tal vez se piense en una declaración de certeza y que la Justicia disponga si se salva
el trámite. Como se conoce la respuesta, el candidato se adaptará a la ley. Massa, de fiesta, entiende que podría vencer en esa porfía: dispone de una estructura que Lavagna no posee en Alternativa
Federal, sobre todo en el Conurbano. Habrá que esperar el desenlace, ya que el hombre de Tigre sostiene que no se ve con Cristina, aunque trascendió que se ha entrevistado con el principal ladero hoy de la ex mandataria: Alberto Fernández. Según mentas, ya se cruzaron tres veces.
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