El equipo original del Presidente que insiste en que vamos bien. (Foto/Presidencia) |
Puede haber libertad donde no hay elección o donde no existen las opciones? La pregunta suena retórica, y la respuesta esperable sería digna de Perogrullo, personaje
inspirado en un supuesto poeta/profeta cantábrico del siglo XVII llamado Pedro Grullo, quien –según la leyenda– se caracterizaba por las obviedades que escribía en sus versos.
Es obvio, entonces,
que si no hay opción ni elección no hay libertad. Porque libertad no significa hacer lo que a uno se le antoja, sino tomar conciencia de que existen los límites y las imposibilidades y, sin poder tenerlo
todo, elegir entre lo posible, haciéndose cargo del resultado de la elección. Más libre es quien más desarrolla su capacidad de elección responsable. Clausuradas las opciones, se confina
la libertad.
El Presidente y los cortesanos sobrevivientes del “mejor equipo de los últimos cincuenta años” insisten en que vamos por el buen camino, pese a la fenomenal
crisis económica y social nacida de más de tres años de obstinada mala praxis, con un desempleo que crece, una industria que agoniza, tarifas de pésimos servicios indignas de la prestación
que estos proveen (y sin inversión aparente), y una inflación que no cesa de engordar. Para reforzar el empecinamiento se sostiene que, además, no hay opción, con lo cual el camino ni siquiera sería
el mejor, sino que se propone como el único. Es decir, no hay elección. Así, un gobierno que se anunciaba como heraldo del futuro (un futuro de cuento infantil, en el que todos seríamos felices
y comeríamos perdices), termina por ser réplica de un pasado que se sintetiza en la sigla TINA. En inglés, TINA resume la sentencia there is no alternative (“no hay alternativa”), que fue pronunciada
por Margaret Thatcher en los oscuros años 80, cuando bajo su gobierno se clausuraban ferrocarriles, se cerraban fábricas, morían las minas de carbón y, con todo ello, decenas de miles de puestos
de trabajo. El réquiem del estado de bienestar que había permitido reconstruir un mundo devastado por la Segunda Guerra daba nacimiento así a la oleada neoliberal que no solo no ha cesado, sino que preparó
el terreno para que, por oposición, emergieran los nacionalismos y populismos que llenan de signos de interrogación y temor el futuro inmediato del mundo.
La ausencia de alternativas que se ofrece a cuenta de una interminable felicidad para todos bajo la política económica neoliberal clausura las opciones del mismo modo en
que el comunismo lo hizo durante setenta años a cambio de una sociedad sin clases que jamás cuajó. En uno y en otro caso el tiempo sigue su marcha, las vidas se consumen con proyectos, sueños, realizaciones
y aspiraciones abortadas, las generaciones se van desesperanzando, al tiempo que los bolsones de resentimiento carcomen los lazos sociales y empujan al sálvese quien y como pueda. Los extremos inevitablemente se tocan.
El problema de salvarse como sea acarrea el peligro, en un año electoral como el actual, de que se opte nuevamente entre Guatemala y Guatepeor, una consecuencia más del
TINA que el Gobierno instaló no solo en el plano económico y social sino también en el político. Como un animal acorralado, en este caso por el TINA, una sociedad entera puede reaccionar de maneras
imprevisibles, nunca funcionales y siempre destructivas, ante todo para sí misma (en el caso de los animales, estos suelen terminar muertos, no sin haber matado antes). Los Bolsonaro, los Trump, los Chávez, los
Maduro, los Putin y, antes que ellos, nombres mucho más tenebrosos aún no vienen solos, no nacen de repollos. Cuando se juega irresponsablemente a asegurar, imponer o prometer que no hay alternativas, terminan
apareciendo las peores opciones. Esta es también, y lamentablemente, una verdad de Perogrullo mil veces comprobada. Y la pregunta sigue abierta: ¿hay libertad si no hay opción?
(*) Escritor y periodista
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