Por Roberto García |
Avería múltiple. más daño amigo, seguramente, que otros proyectiles anteriores lanzados por la socia alterna de Cambiemos, Elisa Carrió, sin olvidar las quemaduras que desde la mesa chica del Presidente aportaron Vidal, Rodríguez Larreta, el jefe de Gabinete y otros miembros de la compañía. Pero el turbión radical corporiza riesgos más inquietantes, ya que Carrió, en un nuevo paso escénico, dijo haber recuperado la confianza extraviada en Macri y los dos jefes distritales se alinearon como soldaditos de plomo.
En cambio, el partido centenario obliga a la vigilia: dejó en suspenso cualquier definición a la espera del informe climático, se desdobla en las provincias para no compartir suertes, sigue indeciso a la hora de acompañar o no a Macri, quiere ver encuestas, evolución de inflación y dólar, resultados comiciales en el interior. Por no hablar de una fracción disidente que hasta barrunta desprenderse de la coalición si aparece un candidato que pueda terciar en la binaria batalla del mandatario contra la viuda de Kirchner. Sin ingenuos.
Se ha vuelto, en suma, una novia con privilegios, disconforme con la vida actual e incurable romántica en su constancia por un amor que ya fue. Demasiada lectura sobre el paraíso perdido. No es gente virgen en estos menesteres. Hay antecedentes. Nadie seriamente supone que la revuelta contra Fernando de la Rúa, el golpe del helicóptero, puede ser atribuido a las ambiciones personales de Duhalde (de nuevo hoy en las aguas procelosas de la crisis), a las refriegas callejeras del ex intendente Mariano West (Moreno), a cierta complicidad sindical y al descontrol político y económico de entonces. En aquella gesta de demolición participó el propio partido gobernante, con abundancia específica de ex de la Coordinadora, personajes con nombres y apellidos que curiosamente hoy se repiten en las críticas. Hasta se reitera un leitmotiv de la época, renacido: el riesgo país en peligroso ascenso, tan acechante como el nivel del dólar, servido entonces a la platea como un aguijón diario junto al gracioso muñequito que simbolizaba al Ejecutivo. Bien podría pensar Macri: si voltearon a uno propio, pocas esperanzas le quedan a un ajeno.
Son varios los fundamentos que justifican ciertas actitudes radicales, al margen del deterioro obvio del Gobierno.
No todo es masoquismo. Primero, las encuestas, esos contratos que solo unos pocos pueden solventar, entre ellos los gobernadores. Y justamente tres de ellos, radicales (Cornejo, Morales y Valdez), luego de analizarlas, optaron por adelantar los comicios en sus provincias, separarse del escrutinio nacional de octubre. Hay que salvar la ropa. No vaya a ser que por sumarse a la reelección de Macri pierdan en sus feudos.
Al revés del interés de los intendentes peronistas bonaerenses que, simpatizantes o no de Cristina, se anotan en la boleta de ella –si se los permite– debido a que los sondeos de opinión le otorgan ventajas.
En un caso, por preservación personal, se torna peligroso asociarse a Macri. En el otro, por la misma razón precautoria, se considera un beneficio ir con ella y que ella habilite la inclusión en la boleta (a propósito, fuera de la política, sorprende que en los últimos tres años la apariencia física del Presidente se ha desgastado, inclemente, mientras Cristina conserva cierta detenida frescura: tal es el mantenimiento que nadie le atribuye los años que tiene).
Aparte de la invertebrada y cada vez menos influyen- te conducción de Sanz –en la política del partido por lo menos, no tanto en la Justicia–, conviene inscribir a figuras con peso territorial en sus distritos, como Cornejo y Morales, de tenue rebeldía y saludable previsión en sus anuncios de desdoblamiento electoral. No son inexpertos en la materia: el mendocino fue el verdadero motor, en tiempos de Kirchner, para propiciar desde su provincia el conveniente agregado de Cobos a la fórmula con Cristina, mientras su colega de Jujuy ni pestañeó para irse del bloque en 2003, instalarse con Terragno y abandonar a Alfonsín.
Hoy, como buena parte del partido, piensan en la lógica electoral como prioridad, casi aideologizados, sin importar si votan por el arquero de Bo- ca o el 9 de River, reclamando mayor participación en el Gobierno (puestos en las listas, quizás la vicepresidencia, ya que Michetti hasta objetó el último mensaje de Macri), objetivo que le demandaron siempre a Sanz, quien respondía: “Les conseguí más de 200 cargos, una catarata si los comparamos con Carrió, ¿cuántos más quieren?”. O en sus decisiones (Storani jura que no los consultaron para arreglar dos veces con el FMI), incómodos por el apartamiento del apoyo oficial al Pechi Quiroga –a quien Macri en su momento le ofreció el Ministerio de Defensa– en la elección de este domingo en Neuquén, o la entronización desde la Casa Rosada de figuras como el derrotado McAllister en La Pampa o la llegada de Juez con pretensión de intendente en Córdoba, provincia en la que prefieren conservar la estructura con Mestre en lugar de cedérsela a Negri, un favorito de Macri y Carrió, hoy afectado por esos embates, al extremo de pronunciar: “Yo quiero echar a los peronistas, y los radicales me quieren echar a mí”. Tu también.
La piedra de la discordia fue expuesta por el híbrido Lousteau reclamando competir con Macri –quien se negó a esa alternativa–, para luego desdecirse, pero sembrando una reserva a futuro sobre el pacto que reúne a la UCR con el Presidente, un acaparador de poder y al que le imputan no quererlos, como si en su lugar los quisiera Cristina.
Fue utilizar la maza de Hércules para romper nueces, pero se hizo el suficiente ruido para instalar el suspenso sobre un endeble maridaje en el que la lealtad mutua es una entelequia, dependiente de lo que digan las encuestas, algunos resultados electorales y la capacidad del Gobierno para enfrentar la crisis económica. Tan patético es el conflicto que la desavenencia en Córdoba, donde no gana en apariencia ninguno de los dos aspirantes en litigio, parece una bisagra del falso idilio nacional que los contiene.
El amor no existe, a menos que sea pago.
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