Por Gustavo González |
Es posible que no haya querido decir en TV que su padre cometió ese delito.
Pero es altamente probable que sepa que sí lo hizo, porque sabe que ese era el mecanismo habitual
para contratar con el Estado, más allá de que le constara o no en forma directa.
En la vieja disputa con Franco, se puede sentir cómodo hablando en privado de los pecados de quien nunca le dejó hacerse cargo de la empresa, por lo que no asume responsabilidad
en sus negocios. La autocrítica del Presidente se limitaría al error de abrir en público ese flanco íntimo.
En cambio, no considera un error haber dicho que “cada uno se tiene que hacer cargo” de lo que hizo. Entonces sí pensaba en su progenitor. Y también pensaba en los empresarios que negociaron con todos los gobiernos.
Muchos de ellos tienen el problema de que Macri los conoce como conocía a su padre. Y que opina sobre ellos con la comodidad de entender sus mecanismos de negociación desde el lugar del empresario heredero frustrado.
Los conoce y es parte de su clase social, pero también es un testigo que amenaza sus secretos.
Reunión dura. La luna de miel del empresariado con Macri duró nada. A poco de asumir, notaron que quien
había sido su candidato tomaba distancia y que su interlocutor pasaba a ser Marcos Peña. Nadie más cordial en todo el gabinete y nadie más complejo para aceptar concesiones.
Los empresarios salen de cada reunión con él con la sensación de que es inconmovible. Volvió a suceder hace dos semanas en un encuentro reservado con unos
pocos directivos de la UIA. Los industriales le hablaron de lo mal que estaban. Peña no les dijo que dejaran de llorar, pero sí que debían reemplazar el “asistencialismo del Estado” por “una mayor producción”.
Todos se fueron atónitos.
Los empresarios porque ven a un gobierno insensible ante sus pesares y ante la realidad. El funcionario, porque detrás de esas quejas ve la añoranza por la época en que los dos lados del mostrador parecían uno. Eso percibió cuando el representante de los laboratorios le pidió que los médicos volvieran a recetar con el nombre de las marcas en lugar de prescribir solo las drogas. Peña lo entiende
como un ejemplo de que ciertos sectores solo piensan en sus beneficios y no, como en este caso, en la suba del costo de los medicamentos que ocasionaría el regreso a la vieja forma de recetar.
La tienen difícil con Peña, ajeno al establishment y a su forma de pensar y de consumir, difícil de tentar con expectativas de conveniencias económicas presentes o futuras. Su ascetismo es parecido al de Gustavo Beliz, el ex ministro de Justicia de Kirchner que renunció denunciando a Stiuso. Se siente cómodo como un feliz propietario de un pequeño departamento y de un Suran con años de uso, que acaba de celebrar su cumpleaños 42° entre hermanos que servían el menú
y él pasando música. Sin la presencia de Macri ni del mundo Newman.
Ese estilo que desconcierta a ciertos empresarios es el que seduce a su jefe. Los empresarios reconocen ese ascetismo y el respeto en el trato, pero afirman que eso no significa que
sea un buen funcionario ni que el Gobierno haga las cosas bien. “Si los resultados económicos hubieran sido los prometidos –dice un industrial que no fue al encuentro de la UIA–, estaríamos
satisfechos. El problema es que esta crisis obliga a que todos recurran al Estado en busca de salvavidas”.
Recriminaciones mutuas. Esta semana, el malestar con el establishment se volvió a expresar en boca del ministro
Dante Sica. Pero es lo mismo que Macri y Peña repiten en privado: “Muchos son socios de los sindicatos, avalan cualquier aumento, los trasladan a los precios y luego se dan vuelta
y le piden beneficios fiscales al Gobierno”.
Dicen que es una escena habitual en la Rosada. Empresarios que dicen que si no reciben ayuda, deberán bajar sus persianas. Funcionarios que preguntan si en esa situación pudieron dar algún aumento salarial. Empresarios que responden que sí y hablan de subas que el año pasado llegaron a superar el 40%.
Y funcionarios que cuestionan si en lugar de bajar las persianas no hubiera sido mejor dar menos aumentos.
Los empresarios podrían responder a su vez que el primer problema de la secuencia es la inflación y que ese es un tema que esta administración no pudo resolver.
Son las miserias de una recesión que se arrastra desde 2012 y que se profundizó dramáticamente el año pasado. Cada sector intenta defender lo suyo y cada vez tienen menos para defender.
En la última reunión de gabinete, el Presidente señaló que estaba “caliente” con los que buscan “la solución mágica y dicen
que esto se arregla creciendo”. Fue un mensaje a Lavagna, que es quien piensa eso y quien provoca con el recuerdo de sus años de ministro con un crecimiento anual de más del 8%.
El malestar con el establishment crece a la par del acercamiento de ese sector con Lavagna. En ese hecho se plasma la traición completa de un empresariado que le prometió apoyo y, según Macri, nunca se lo dio.
El eje con Lavagna. En la Rosada ven un hilo secreto entre esos empresarios y Lavagna: quienes apoyan al candidato
serían los mismos que piden reuniones reservadas para convencer a Macri de encontrar algún freno a la investigación de la causa de los cuadernos, que también involucraba a su padre.
Los nombres que se repiten cerca del Presidente entre los que llevaron esa voz de alerta son los mismos que Bonadio investiga. Macri les responde que esa causa le sumó un ruido adicional a la crisis, pero les asegura que no puede hacer nada. Difícil que un empresario, acostumbrado a lo contrario, crea eso.
El hilo que ven entre esos pedidos y el supuesto apoyo a Lavagna es la respuesta que este le dio a Jorge Fontevecchia en PERFIL: “No voy a hacer campaña con la corrupción”.
Lo que es traducido como un guiño a los procesados, incluyendo a Cristina.
Hoy Lavagna corporiza el malestar oficial con el empresariado argentino. Que Macri, Peña y Dujovne lo hayan subido al ring electoral con sus recientes críticas no guarda relación con la conocida recurrencia a confrontar
solo con Cristina. Parece una respuesta más emocional que estratégica.
Lo cierto es que el enamoramiento de la anterior campaña entre los empresarios y Macri desapareció y, en algunos casos, se volvió hostilidad.
Hermann Hess decía que cuando odiamos a alguien, en realidad odiamos en el otro algo que está dentro nuestro.
Quizás el malestar entre Macri y su padre, y entre Macri y los empresarios, es la conciencia mutua de compartir un gen emprendedor que en el país está lo suficientemente
contaminado por la política como para incomodar a cualquiera. Y en el que nadie se puede sentir orgulloso de verse reflejado.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario