Por Fernando Savater |
Para defender el individualismo radical como la fuerza motriz del creador, contra cualquier concesión a lo gregario, al aplauso colectivo, incluso al interés público.
No es una elemental apología del capitalismo, porque condena a quienes se enriquecen halagando el gusto de la masa y propone un héroe que prefiere trabajar como peón
antes que someterse al juicio vulgar que solo valora lo rutinario y tópico. La heroína repudia a los hombres por su falta de integridad, pero de este le asusta la exigencia de la suya. La última escena
es una apoteosis romántica del egoísmo racional.
La película se basa en la novela de Ayn Rand, también autora del guion. Fue una judía rusa nacionalizada americana, polemista bravía contra el altruismo y
cualquier sumisión colectivista. Ninguna escritora del siglo pasado fue tan influyente en EE UU, maestra de Alan Greespan y del inventor de Wikipedia, entre otros muchos que luego la repudiaron, asustados por su
personalidad dominante, abrumadora.
Es tan difícil compartir sus ideas extremistas como no admirarla por su vigor en defenderlas en la novela, el ensayo y el cine. Una diablesa, cuyo lema pudo ser non serviam! La imagino el día de la mujer separada de todas, haciendo la higa a tantos colectivos a cual más pringoso, negándose a marcar el paso con el
conformismo triunfante.
© El País (España)
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