Por Gustavo González |
Ayer se prestaban a hacer un evento en Colón con apoyo del municipio
bonaerense, que le cedió un predio junto con la aclaración de su secretario de
Turismo: “Lo primero que tengo para decir es que la Tierra es redonda”.
Netflix acaba de actualizar
el tema con un documental en el que los terraplanistas defienden sus teorías
frente a toda refutación científica. Están convencidos de que los viajes a la
Luna son un invento de la NASA, desmienten a Newton y preparan un crucero que
demostrará finalmente que la Tierra termina en un colosal muro que nos separa
del abismo.
No hay prueba que afecte sus creencias ni los haga cambiar de idea.
Parecen locos, pero no lo son. Son personas que dedican su vida a
buscar elementos que justifiquen su fe, a refutar cualquier prueba que
pretenda horadarla y a defenestrar a quienes lo intentan.
Algo parecido a lo que pasa en la política argentina.
Mitos verdaderos. Los mitos no son cuentos. Los cuentos se presentan como ficciones, en
cambio los mitos se presentan como historias verdaderas. En algún punto lo son,
en tanto lo son para quienes lo creen. Son verdades a prueba de refutación,
como los mitos griegos de dioses, sirenas y caballos alados.
El país está atravesado por infinidad de mitos, pero en política
conviven dos relatos, enfrentados e inexpugnables, que tiñen cualquier intento
de razonar con ellos.
Uno es el mito de que todos los kirchneristas son corruptos,
empezando por Cristina, y que los testimonios y documentos
que tiene la Justicia son demostración de ello.
Otra muestra una conspiración nacional e internacional para que ella,
su familia y sus dirigentes vayan presos y así impedir su regreso al
gobierno.
Todo está impregnado de ese duelo. Cualquier debate sobre la realidad
debe pasar por el filtro que identifique el mito de origen de cada uno. Y los
argumentos que no encajen en los respectivos preconceptos son tratados como una
amenaza.
La misma denuncia por extorsión sobre Marcelo D’Alessio que es usada por unos
para señalar que Stornelli es
un corrupto que quiere meter presa a Cristina les sirve a otros para mostrar
de lo que ella es capaz para salvarse a costa del honor de un fiscal probo.
El papelón de la inauguración de sesiones en el Congreso le sirvió a
cada sector para reforzar creencias. Los aplausos y silbidos a Macri al
pronunciar las mismas palabras no reflejaron solo un debate ideológico, sino
también la pelea final entre el bien y el mal. Y Macri es ambas cosas, según
cada mito.
Quienes lo defienden usan el odio a Cristina para ratificar su lugar en
el mundo. No admiten la posibilidad de que al menos algunas de las tantas causas
contra ella (traición a la Patria por el memorando con Irán o dólar futuro)
sean más un debate político que judicial. Ni que haya exfuncionarios honestos
que salieron del gobierno con el mismo dinero que al entrar.
Contrarios irreconciliables. Consideran que los kirchneristas llegaron para
robar y durante 12 años todas sus políticas públicas tuvieron ese fin.
Se podría decir que los seis años de crecimiento del PBI al 8% serían
una consecuencia no buscada. Y que los funcionarios que no participaron de
esa fiesta fueron excepciones que confirman el mito: los Lavagna, como ejemplos de quienes “ya
estaban hechos” al ser nombrados; los Guillermo Moreno, que presentan patologías
aún más peligrosas; o los Kicillof, símbolos de un ideologismo
extremo.
Entre las características de los mitos que describe Lévi-Strauss, una es
que se construyen con contrarios irreconciliables, como dioses vs. hombres o
vida vs. muerte. Lo mismo sucede con el bien vs. el mal, una dicotomía que
da origen a los llamados mitos morales.
Quienes asumen el mito anti K se ubican a sí mismos del lado del bien. Y
cuando se está del lado del bien, solo queda ser impiadosos con el mal.
Mitómanos. Lo cierto es que enfrente también construyeron su propio mito, el de la
heroicidad de líderes como Cristina, que sacrificaron la vida por su pueblo. Los
K creen del mismo modo en el mito moralista del bien y del mal, pero se ubican
ellos en el primer lado.
El odio es una consecuencia natural de esta guerra mitológica, pues el
mal no merece otro sentimiento. El punto es que se trata de un odio cruzado: ambos
creen que el mal es el otro.
Ese es el origen de los odiadores de las redes sociales. Son soldados
del bien para desenmascarar al mal, sin alcanzar a entender que ellos también
son el mal para el otro.
Quienes asumieron el mito de la infalibilidad kirchnerista entienden que
los cuadernos del chofer Centeno son meras fotocopias sin valor
probatorio; las decenas de arrepentidos que aceptan haber sido parte del
circuito de las coimas son testigos que dicen lo que deben decir para no ir
presos; y los bolsos de López, Jaime o Lázaro Báez son casos aislados que no
representan a aquel gobierno.
Las últimas encuestas que encargó el oficialismo en la provincia de
Buenos Aires comparan sus resultados con los que obtuvo el kirchnerismo en los
comicios de 2015 y 2017, municipio por municipio. La conclusión es que, en
aquellos en los cuales Cristina desciende, lo hace por apenas un par de puntos
(también en los que crece, lo hace por poco).
Medios como este diario y la revista Noticias desde la asunción
de Néstor Kirchner, o muchos otros más tarde,
se cansaron de mostrar ejemplos cotidianos de corrupción estructural. Pero hay
un porcentaje de la población a la cual eso no le hace mella. Si algún día se
mostrara un video en el que la misma Cristina apareciera con la mano en la
lata, entenderían que en realidad es una donación que está dejando.
Los que atacan este mito son llamados herederos de la dictadura,
derecha reaccionaria, los troskos de siempre, idiotas útiles. Son el mal al
que hay que combatir.
En cierto sentido, unos y otros parecen mitómanos, capaces de defender
el mito con todas las mentiras que sean necesarias.
Show suicida. Algunos especialistas, como Rollo May (La necesidad del mito,
Paidós), reivindican la existencia de estos relatos porque los consideran
esenciales para la salud psicológica de la población y le dan significado a su
vida.
El problema es cuando dentro de una sociedad no hay un mito que logre
imponerse claramente sobre el otro ni uno superador que aparezca en su
reemplazo. El problema es no aceptar que la vida es más compleja que las
descripciones simplistas de la mitología.
Cristina y Macri son representaciones políticas de alianzas sociales que
no son buenas o malas, sino que defienden sus propios intereses. Sus
gobiernos están llenos de claroscuros que reflejan ese conflicto, incluso
llevando adelante medidas que podrían ir en contra de la conveniencia de sus
mismos votantes.
La corrupción política no es el dilema de fondo que separa a esos
sectores. Pero es la forma mediática más sencilla de representar ese choque.
Eliminarla generaría una mejora institucional sustancial, además de un ahorro
que el Estado podría destinar a otros fines.
Lo que no eliminaría de por sí es el desafío pendiente de construir una
economía que beneficie a la mayor cantidad de sectores posibles.
Por eso, no se trata de odiar ni de imaginar relatos en los que el bien
vence al mal. Sino de entender la diferencia entre mito y realidad, y de
aceptar que hay intereses en pugna en toda relación social.
No necesitamos construir relatos para justificar que nuestro interés es
mejor que el del otro.
Solo se trata de objetivizar los problemas para intentar resolverlos.
El resto es este show suicida que nos mantiene entretenidos en la
cubierta del Titanic.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario