Por Fernando Savater |
Intelectual francés de buena familia, es decir,
doblemente intelectual, Debray fue a Cuba para graduarse como revolucionario y
luego con el Che Guevara (a éste quizá le recuerden más) a la guerrilla
boliviana. Allí acabó preso durante cuatro años, a punto de ser ejecutado,
sospechoso para algunos de haber traicionado al Che y ayudado a su eliminación.
Liberado gracias a De Gaulle y a su familia, regresó a Francia, escribió mucho
y se convirtió en asesor del presidente Mitterrand.
Yo coincidí con él hace años en Madrid, en un acto
sobre el Che, del que dije que era otro Rambo, el de la izquierda, y los
entusiastas me quisieron pegar a la salida, para refrendar mi opinión...
Debray tuvo una hija con Elisabeth Burgos,
antropóloga venezolana con quien compartía el antiimperialismo. La niña
Laurence creció poco mimada, pero con sobredosis ideológica: se frotó tanto con
la revolución que pronto le dijo “no, gracias”. En su autobiografía, Hija de revolucionarios (Anagrama), hace un
retrato familiar sin ensañamiento ni contemplaciones.
Después de haber conocido desde la infancia a Fidel
Castro y demás popes de la izquierda, Chávez incluido, encontró sus héroes
políticos en España: el rey Juan Carlos (de quien es biógrafa) y Alfonso
Guerra. Es una chica escarmentada y sensata, deseosa de una normalidad burguesa
sin los aditamentos épicos de quienes llaman cambio más al trastorno que a la
mejoría. Una digna heredera.
© El País (España)
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