Por Arturo Pérez-Reverte |
Y hoy le toca
a Picolandia, con una historia de hace ochenta y dos años. Un episodio
admirable por el que todos pasan de puntillas: el santuario de Santa María de
la Cabeza.
Intentaré resumir: sublevación contra la República,
guardias civiles que en Jaén se unen a los rebeldes. Unos cruzan las líneas y
otros quedan en zona roja, con sus familias. El capitán Santiago Cortés, que se
hace con el mando –duro, decidido, implacable–, se atrinchera en el cerro de
Santa María de la Cabeza, santuario donde no quedan frailes porque los
milicianos los han fusilado a todos. Con trescientos veintidós combatientes (230
guardias y 92 voluntarios) armados con fusiles y novecientos no combatientes
–mujeres, ancianos y niños– refugiados en el santuario, Cortés decide
pelear y resistir, esperando una ayuda que no llegará nunca. El 14 de
septiembre de 1936, un primer intento de las milicias republicanas por hacerse
con el cerro es rechazado. Y así empieza el asedio.
Raras veces en la historia de España se dieron
casos de tan extrema tenacidad. La noticia de lo que ocurre en el santuario se
extiende por todas partes, y eso lo convierte en serio problema de imagen para
la República. Hay que acabar con aquello, y sobre el cerro se lanza de todo:
intensos bombardeos, ataques ladera arriba con carros blindados, oleadas de
infantería que incluyen tropas de las brigadas internacionales y efectivos
españoles bien armados y disciplinados, muy diferentes a los torpes milicianos
de los primeros días. La ofensiva republicana es lenta, metódica, brutal. Se
producen algunas deserciones; pero la mayor parte de los guardias, gente hecha
al oficio, profesionales bajo el mando de otro profesional, vende cara su piel.
En los sótanos, sin radio, sin apenas alimentos, sin medicinas, se amontonan
heridos y civiles aterrados mientras los muros tiemblan bajo las bombas.
Transcurren así ocho meses de combates y agonía. Ocho meses de desesperado
coraje en los que se va estrechando el cerco.
Poco a poco, con muchas bajas, los republicanos
avanzan ladera arriba. Desbordados, aprovechando la noche y la lluvia, los
guardias que no han muerto en la posición avanzada de Lugar Nuevo se retiran
con sus familias al santuario, donde siguen combatiendo. Al amanecer del 1 de
mayo, apoyados por ocho carros de combate, 10.000 atacantes dan el asalto
definitivo, peleando y muriendo por cada palmo de terreno que les disputa el
centenar escaso de hombres que, entre las ruinas, aún está en condiciones de
luchar. Algunos hijos de guardias, niños de 12 a 14 años fogueados por el
asedio, toman las armas de los caídos, y cinco de ellos defienden durante horas
una de las últimas posiciones. No hay rendición, pues nadie la pide. Cuando los
republicanos llegan al cerro, cada cual pelea como puede a tiros y culatazos,
cuerpo a cuerpo, ya sin mando ni orden ninguno, pues Cortés ha sido herido por
una esquirla de metralla. A las cuatro de la tarde, cuando no queda nadie a
quien disparar, 46 defensores son hechos prisioneros, ninguno ileso o en
condiciones de luchar. Los demás están muertos o heridos.
Lo que sigue es un ejemplo de humanidad muy raro en
esa guerra. Hay fotos e incluso una filmación: los vencedores republicanos,
admirados, respetuosos, dejan con vida a los prisioneros y ayudan a salir del
sótano a mujeres, niños y ancianos. Algunas mujeres de los muertos visten las
guerreras de sus maridos, y se registra la conmovedora imagen de un guardia
enflaquecido, agotado, que camina ladera abajo con un hijo pequeño en brazos y
otro de la mano. También hay una foto del capitán Cortés, agonizante, puesto en
una camilla por los republicanos que no han querido rematarlo: barbudo, flaco,
mirando al fotógrafo con ojos febriles y los puños apretados, como diciendo
«Volvería a hacerlo otra vez». Aunque el mejor elogio a él y a sus hombres lo
hizo el comandante Martínez Cartón, uno de los que tomaron el santuario, a uno
de los guardias supervivientes: «Con doscientos como vosotros llegaba yo a
Burgos».
España, a fin de cuentas y otra vez. Ya saben. La
pobre, trágica y dura España.
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