Por Francisco Olivera
Hay dos Mauricio Macri en campaña electoral. Uno, perfectamente entrenado, el que habló anteayer en la reunión de gabinete ampliado en el CCK. "Estoy caliente,
siempre me calentó la mentira", se envalentonó ahí, y cuestionó a quienes proponen soluciones mágicas. El Gobierno transmitió en vivo esa especie de arenga a unos 1000 integrantes
de Cambiemos.
El otro Macri también está molesto, pero de un modo menos teatral. Es el que percibieron, por ejemplo, sin teleprompter de por medio, los funcionarios de María Eugenia Vidal en una reciente
visita a La Plata, el 11 de marzo. En el conurbano el Presidente es más parecido a sí mismo. Ese día contó, por ejemplo, que le cuesta dormir. "Me desvelo bastante seguido últimamente",
dijo al recordar algo en lo que había estado pensando la noche anterior: que la Argentina estaba en ebullición porque había tenido "un shock de realidad".
Son los dos Cambiemos. El público, que aparece cohesionado y optimista, donde los 1000 asistentes se entusiasman con que el líder haya llevado anteayer una media distinta
del color de la otra con motivo del día internacional del síndrome de Down. "Sí, ahora aplauden -dijo Macri en el CCK-. Pero me miraban como diciendo 'Awada lo dejó salir de casa sin mirar
qué se había puesto'. Me puse esto porque la diversidad es algo maravilloso. Estamos acá por amor, el amor es lo más maravilloso que hay en el mundo: amamos al prójimo queremos ayudarlo".
Quienes toman notas textuales en todos los encuentros perciben los contrastes: a puertas cerradas, a esas sesiones de relajación y descanso espiritual hay que agregarles sutiles
raptos de impotencia. En particular cuando el jefe está frente a quienes, como Vidal, lo respaldan aun disintiendo en aspectos medulares. "Hace nueve meses que me dicen que lo peor ya pasó", protestó
ella hace unas semanas delante de un tercero. Macri se mostró afectuoso en aquel encuentro de La Plata: la definió como la funcionaria "más fiel" porque, dijo, se pone siempre en el lugar del
Presidente antes que en el propio. Esos elogios incluyen a veces alusiones a Rodríguez Larreta, otro de los críticos de la Casa Rosada en el modo de hacer política. Macri le agradece a la gobernadora,
por ejemplo, el apoyo incondicional pese a estar recibiendo menos fondos de los previstos, una situación que, dice, la ubica en una situación muy distante de distritos ricos como el de la Capital Federal. Son
comparaciones al pasar.
Pero estos gestos de gratitud tampoco lo muestran abiertamente vulnerable. En esos encuentros reducidos, Macri busca convencer con un vocabulario menos cuidado que el del CCK. "Ninguno
de nosotros llegó acá pensando que teníamos una puta posibilidad de ganar la elección de 2015, nadie daba un mango por nosotros -dijo en La Plata-. Todo el mundo estaba loco cuando decidí
ponerlo al señor Rodríguez Larreta, pelado, aburrido, de candidato a jefe de Gobierno, y decían que no, que no entendía nada de política. Después, también, un boludo que no
entendía nada de política al poner a esta pendeja: ¡Qué carajo sabe del gran Buenos Aires con los grandes genios del conurbano!". Es el Macri real y textual. Del que sus íntimos descreen,
como trascendió, que vaya a cederle la candidatura a Vidal. Aunque él admita que todo está siendo más difícil de lo que se había imaginado. "Esto es lo más duro que me
ha tocado en mi vida: todo el tiempo viento en contra, todo el tiempo quilombo, todo el tiempo con gente que quiere que la cosa no funcione", se exasperó ante los bonaerenses. Ese hartazgo salta a veces en público,
como en la apertura de sesiones ordinarias en el Congreso. Pero el Macri no edulcorado es más detallista: admite que el crédito comercial que le permitió vivir durante dos años endeudándose
en el mercado se acabó y que ese gradualismo funcionaba porque, dice, el mundo había visto en él a "un líder latinoamericano capaz de acabar con el chavismo". Le agradece entonces a Trump
haberlo salvado intercediendo ante el Fondo Monetario Internacional. "Para que no fuéramos al 2001", grafica.
Esta nueva etapa, que el Presidente llama "más realista", más acorde con las posibilidades fiscales del país, es la que ahora no lo deja dormir. Porque
considera que, por lo pronto, hay sectores a los que no les conviene dejar atrás las viejas estructuras. En la cúspide de ese rechazo incluye a los kirchneristas, a quienes define a partir de su última
experiencia en el Congreso. "Los compadezco: no éramos ni yo ni Cristina, tienen un problema adentro". En el segundo helicoide de su infierno ubica a los empresarios. "No quieren que ella vuelva, pero
tampoco a nosotros, que queremos que las cosas salgan a la luz. También ellos están intentando que esto no prospere", afirma.
Los macristas piensan que la pelea sigue siendo cultural. Que hay prejuicios e intereses que atentan contra la solución argentina, que vendrá a partir de medidas que nadie
en la Casa Rosada se atreve a plantear en voz alta: una drástica modificación de la estructura tributaria, las relaciones laborales y el sistema previsional. Reformas piantavotos. Lo que intenta Bolsonaro en
Brasil. Macri suele poner el ejemplo de las pensiones por discapacidad, otorgadas a veces con escaso rigor por las provincias porque la que paga, dice, es siempre la Nación. ¿Se atreverá, como insinúa
en privado, a derivarlas a las provincias para forzarlas a una mayor responsabilidad? ¿Será capaz de proponer, como su par brasileño, un cambio en la edad jubilatoria o una equiparación de los regímenes
especiales? Son preguntas que no logran cohesión ni siquiera en el Pro. Quienes vienen perdiendo la interna, como Vidal, Rodríguez Larreta y legisladores ya apartados del centro de decisiones como Emilio Monzó
o Nicolás Massot, siguen creyendo en la negociación política. Pero Macri y Marcos Peña quieren evitar parecerse a una Argentina corporativa. "Hay algo cierto: con el acuerdo con Massa de 2015
nos taparon la boca a todos", admite uno de los perdedores.
Esa fórmula, tan útil para ganar elecciones, es sin embargo la que viene fallando para gobernar. En aquella reunión de La Plata, 9 días después de
la muerte de su padre, el Presidente volvió a referirse a Franco Macri para mostrarse como un líder abierto al diálogo. "Yo escucho siempre todas las alternativas: tengo un padre que no escuchaba
a nadie y tengo esa deformación de chiquito", dijo. Estas insinuaciones ilusionan a colaboradores que quieren verlo negociando con el peronismo si es reelecto. O a empresarios que preferirían que, esta vez
sí, rechazara los consejos gradualistas. Son planteos que apuntan a un mismo dilema: ¿está la sociedad en condiciones de asimilar ese costo sin el cual, cree el Presidente, la Argentina no saldrá
nunca del atraso? ¿Y a qué velocidad? La versión pública de Macri dirá que todo es posible. Para el Macri real es más difícil resolverlo.
© La Nación
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