Por Gustavo González |
Puede dar excelentes resultados en el corto plazo y ser eficaz en una campaña. Pero para gobernar con vistas al mediano y largo plazo, resulta una trampa peligrosa.
Es lo que sucede ahora.
El miedo. La grieta es una construcción mitológica del ser humano. El miedo ante un universo hostil generó una mitología de relatos y dioses que protegen de las inclemencias y de los otros. Esos otros vivían en cavernas distintas, con costumbres y dioses extraños. Eran una amenaza porque respondían a sus propios miedos con sus propios mitos; y para ellos, la amenaza también
eran los otros.
Los miedos siguen existiendo, porque la vida es finita y los recursos continúan siendo escasos. Pero la evolución de la humanidad encontró otras formas de relacionarse y enfrentar esos miedos.
La grieta es una medida del desarrollo sociocultural de un pueblo: cuanto más pequeña es, más saludable es ese desarrollo; cuanto más grande, más problemas
tiene o tendrá esa sociedad. Se relaciona con los sabidos intereses en pugna entre los sectores sociales, pero va más allá de ellos: no es solo una confrontación entre intereses enfrentados, sino un choque entre relatos mitológicos y relatos racionalistas.
En el país hay una preeminencia al choque entre discursos míticos (desde unitarios-federales hasta kirchneristas-antikirchneristas). Lo que hoy sucede es la continuación de esa tensión histórica que profundiza el subdesarrollo.
El Macri antigrieta. El macrismo es una construcción inédita en la política local, tanto por su compleja y amplia base social como por su metodología de construcción electoral.
En la anterior campaña presidencial usó novedosas técnicas de marketing para diferenciarse de un pasado al que, para una mayoría endeble (51% en el ballottage),
era mejor no volver. Su foco no fue maldecir ese pasado, sino centrarse en un futuro que sería maravilloso. Cuanto más hablaba del mañana, más se despegaba del ayer.
Macri privilegió un relato simple que planteaba que con una gestión honesta y eficiente se tendrían resultados rápidos,
como la baja de la inflación. Cuando criticaba a CFK lo hacía como parte de las críticas a la "vieja política". Tampoco hubo palabras lacerantes sobre su contrincante Scioli, apenas aquel: “¡En qué te han transformado Daniel!”.
Había quienes incluso le reclamaban más vehemencia en su confrontación electoral y, aún en los primeros meses de gestión, insistían en exponer
más demoledoramente la herencia kirchnerista.
Fueron tiempos en los que el macrismo consideró que pelearse con el pasado lo desperfilaba políticamente. Y aunque no parecía guiado por un impulso institucionalista
por aminorar la grieta, en la práctica derramaba gestos de conciliación. Hasta lo invitaban al maldecido Massa a las giras internacionales.
Pero todo empezó a cambiar cuando los meses avanzaban, los brotes verdes tardaban en aparecer y las elecciones de 2017, con Cristina candidata, amenazaban con una derrota.
Esa elección de medio término reavivó la grieta, y todo se profundizó con la crisis del año pasado. Cuanto más subía el dólar y caía el consumo, más se eligió confrontar con Cristina y con lo que ella representa. Como una forma de explicar que nada de lo que sucedía podía ser peor que retornar a aquel pasado. El Cuadernogate facilitó esa comparación.
Cavar en la grieta sirvió para encontrar entre los miedos atávicos de los argentinos un argumento de supervivencia política. El peligro era que cuando llegara la
nueva campaña presidencial y esa CFK convertida en opositora ideal fuera protagonista, la posibilidad de que triunfara el otro lado de la grieta podía complicar aún más
la economía.
Oportunidad perdida. Cuando en los primeros días de este año se le planteaba a Macri esa preocupación,
respondía que la grieta viene de abajo y que Cristina era un tema del peronismo, que él no podía hacer nada y que bastante tenía con las internas de Cambiemos. Claro que no era fácil, pero
una cosa es el uso político de esa realidad y otra es no entender que si el factor Cristina se convertía en un factor económico, es responsabilidad del Presidente intentar
atenuar ese efecto.
Atenuarlo significaba subir a otros potenciales adversarios electorales al debate y a la consideración pública, y dejarla a ella en manos de la Justicia. Discutir y dialogar
con opositores, mostrándole al mundo y a los argentinos que una discusión racionalista es más útil para el país que las discusiones mitológicas.
Es correcto que la grieta está instalada en una parte de la sociedad, pero los líderes tienen la opción de cavarla más o tender puentes de unión. El
diálogo que Macri podría haber escenificado con opositores como Massa, Pichetto, Duhalde, Lavagna o Stolbizer, hubiera simbolizado que es mejor dialogar que enfrenarse. Lo hizo con algunos, como Schiaretti o Urtubey, pero no fue suficiente. Tendría que haber exagerado en mostrarse por encima de la grieta. Incluyendo a Scioli, el último candidato que lo enfrentó y
obtuvo millones de votos.
Hasta probar en extenderle la mano a la ex presidenta, con el protocolo de invitarla a los eventos importantes (como en cualquier país más o menos civilizado), y haciéndolo
personal y públicamente. Mostrar que si no aceptaba la invitación, era una señal más de alguien al margen de cualquier diálogo, y enviar señales a
la sociedad de que su obsesión es unir, no separar.
Solo por egoísmo, le hubiera servido electoralmente. Dejar que los jueces y los medios siguieran de cerca el tema corrupción, mientras él preparaba el terreno para
que en esta campaña aparecieran opciones que no significaran girar 180º, como Cristina. Los mercados hoy no estarían tan sensibilizados, es probable que él tuviera
más chances de triunfar y que quien saliera segundo llevara legisladores al Congreso con los que fuera más fácil acordar leyes.
La trampa. Lo cierto es que tras dos años de azuzar la grieta, hoy el efecto Cristina golpea en la economía.
La sola posibilidad de que gane frena inversiones, hace crecer el riesgo país y le suma presión al dólar.
Sería injusto achacarle toda la responsabilidad por la incertidumbre financiera, pero las consultoras privadas le dicen a sus clientes que, si vuelve, habrá default, un
nuevo cepo cambiario y estatizaciones. Hablan de 1.400 puntos de riesgo país y un "dólar Cristina" de $ 100. No importa si se trata de una fantasía apocalíptica o de tomar registro de lo que ya sucedió. El capital es por sobre todas las cosas cobarde y teme lo peor.
El Gobierno cayó en su propia trampa. Confrontar con Cristina le aseguraba teóricamente una mayoría electoral, pero eso sucedía en un escenario perfecto que salteaba los meses de la campaña y concluía en un ballottage entre el pasado y el futuro.
Pero como los escenarios perfectos no existen, lo que resultó es este clima enrarecido en medio de una grieta que nos hunde a todos.
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