Por Javier Marías |
Es decir, hace ya
mucho que no me he sentido encorsetado por mis convicciones “de izquierdas”.
Hay quienes se tatúan la frente y al día siguiente de votar son incapaces de
mirarse al espejo si la papeleta que depositaron no coincide con el tatuaje o
se le aproxima mucho. No es mi caso: llevo demasiadas legislaturas en las que
voto contra quien me parece peor o más dañino; o a favor de quien veo menos
repugnante o nocivo; o, como escribí años atrás, a quien me da “sólo” noventa y
ocho patadas, en vez de las cien de nuestra locución verbal. Ojo, noventa y
ocho son un montón, pero siempre hay otras formaciones que nos dan esas cien de
rigor, o incluso ciento diez. Es lo que me pasa con el Partido Popular, que
jamás ha entrado en mis fluctuaciones ni entrará, menos aún tras haber colocado a su frente a
Pablo Casado, un vetusto joven que tiene como ídolo… a Aznar. Ni a
éste ni a su partido les perdonaré nuestra involucración en la embustera,
ilegal y contraproducente Guerra de Irak ni sus desfachatadas mentiras tras los
atentados del 11-M de 2004, con el ministro del Interior Acebes jurando que
habían sido obra de ETA. La primera vez que voté al PSOE fue de hecho aquel
año. No porque me gustara Zapatero, sino porque lo urgente me parecía que nos
quitásemos de encima la losa de Aznar. Era una de esas ocasiones en las que
“cualquiera menos él”. (Y dicho sea de paso, la única y aterradora hipótesis en
la que me vería escogiendo la papeleta del PP sería si un día la cosa se
dirimiera entre ese partido y Vox; o tal vez Podemos, que tanto se asemeja a
Vox, más o menos como en Francia suelen ir de la mano el “izquierdista”
Mélenchon y la ultraderechista Le Pen, o en Italia el M5Stelle y La Lega, que
gobiernan juntos. Todos admiradores de Putin, por cierto.)
De aquí a dos meses volveremos a tener elecciones,
y una vez más habrá que buscar el partido que nos dé “sólo” noventa y ocho
patadas, o incluso noventa y nueve. El PSOE lleva largo tiempo entontecido y en
buena medida “podemizado”. De Podemos y sus confluencias ya está comprobado que
sólo se pueden esperar megalomanía, caudillismo, antieuropeísmo, connivencia
con los independentistas totalitarios y espíritu falangista-peronista. De los
partidos nacionalistas, mezquindad sistemática y deslealtad hacia el conjunto.
Pablo Casado no desaprovecha ocasión de soltar imbecilidades. Pero no
imbecilidades inofensivas, sino dictadas por la mala fe. Un camorrista
autosatisfecho, no se entiende satisfecho de qué. Y luego está Ciudadanos. Creo
que nunca he hablado de ellos, quizá porque me parecía prudente no hacerlo
hasta verlos más. Han tenido la suerte de no gobernar en casi ningún sitio
hasta hoy. Y cuentan con quien es, en mi opinión, la política o político más
inteligente y convincente de cuantos hay en España, Inés Arrimadas.
Excelente parlamentaria, siempre con el tono adecuado (firme pero no
prepotente), en absoluto engreída (algo insólito en su ámbito), casi nunca da
la impresión de decir lo que no piensa (tal vez hasta hace poco, tal vez por
“órdenes”). Ha sido lo bastante lista, además, para “perder un avión” de
Barcelona a Madrid y no estar presente en la deprimente concentración de banderas de
hace tres domingos en Colón. (Cuando veo muchas banderas, tanto me
da cuáles sean, no puedo evitar acordarme de Núremberg en 1934.)
Rara vez la gente vota unánimemente, en contra de
lo que cada partido desearía para sí. Hay que aceptarlo y tenerlo en cuenta, y
en ese sentido no estaba mal que hubiera una formación de centroderecha, aunque
demasiado liberal en lo económico. Hay electores a los que eso va bien: un
partido moderado, laico, conservador, no intrusista, equiparable a los que
tradicionalmente ha habido en los demás países europeos. Ciudadanos podía ser
eso. Así que resulta decepcionante y penoso verlo meter la pata en los últimos
tiempos y enajenarse a posibles votantes. Se ha asimilado a este “nuevo” PP
chulesco, beligerante y rancio, exagerado hasta la histeria. C’s se mantuvo más
a distancia del de Rajoy para no verse salpicado por la corrupción, pero esa
corrupción no ha desaparecido por arte de magia, y en cambio han reaparecido el
encono y la bravuconería de Aznar. Tampoco le ha dado la espalda a Vox, que es
como no dársela en Francia a Le Pen o en Hungría a Jobbik (partido más racista
que Orbán, que ya es decir). Buena parte de los españoles piensa que lo menos
malo en el actual panorama sería un pacto entre el PSOE de Rubalcaba o Guerra,
para entendernos, y el Ciudadanos de Arrimadas. Dos partidos
constitucionalistas, europeístas y no furibundos; en estos tiempos difíciles
poco más se puede pedir. Pero Rubalcaba y Guerra están arrumbados y Arrimadas
no es cabeza de lista. Quizá estén todos a tiempo —aún faltan casi dos meses—
de dejar de meter la pata sin cesar.
© El País Semanal
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