Por Gustavo González |
Lo que sucede no se llama transparencia sino hipertrofia de la transparencia.
Porque la conciencia de que todo lo que se hace es público, o puede serlo, lleva a editar la vida,
a medir la palabra, a controlar la espontaneidad, a cumplir con las expectativas de cada grupo de pertenencia.
Es una transparencia administrada. La intimidad perdió espontaneidad porque, al dejar el antiguo universo de la privacidad, se vuelve peligroso mostrarla en “crudo”.
La nueva espontaneidad requiere una edición previa. Ya no se pueden decir tonterías ni llorar en el mundo privado con la tranquilidad absoluta que se trata de derechos
reservados a ese universo.
Esta nueva realidad, que a las personas comunes les cuesta aceptar, ya está incorporada a fuego en la cabeza de las personas públicas.
Escenarios. Esta semana, Cristina Kirchner editó los sentimientos privados de una ex presidenta. Lo hizo en
formato video y estética de documental, con una duración de 4:45 minutos, subtitulado, con imágenes muy cuidadas, uso de cámara lenta, música de fondo y su voz en off relatando emocionada
su sufrimiento y el de su hija.
Cristina no solo editó los pesares de Florencia y la “persecución judicial que afecta su salud”. También mostró cómo la intimidad más
dolorosa se puede administrar para transformarla en un alegato político.
Como suele suceder en la Argentina agrietada, una parte lloró junto a ella, otra detestó la impostación prefabricada y otra mira atónito esta guerra boba
de odiadores seriales.
La ex mandataria actúa con la conciencia de que toda su vida es un spot. Si siempre teatralizó la política, ahora necesita una preedición extrema de la vida
real porque se juega su libertad y la de sus hijos.
Su puesta en escena no significa que no sufra por la salud de Florencia. Significa que usa la salud de su hija con un objetivo político. Un objetivo que, en última instancia,
tiene muy en cuenta la salud y la libertad de los suyos.
Ella no sabe aún si competirá o no en la próxima elección, pero el rol de madre-víctima que inaugura en el cortometraje es funcional para el relato
de ambos escenarios:
Escenario 1: Se presenta. Porque es esa mujer incansable que se ve en el video y encabezará la campaña electoral para derrotar al neoliberalismo salvaje.
Escenario 2: Se baja. Seguirá luchando por el bienestar del pueblo, pero esta vez deberá privilegiar el cuidado de una hija enfermada por un gobierno que enferma al pueblo.
El linfedema es un problema que genera acumulación de líquido en brazos y piernas y puede ser un impedimento para viajar en avión. Su tratamiento inicial dura semanas
o meses, por lo cual no se sabe todavía si estará en condiciones de regresar de Cuba en los próximos días o estará ausente incluso de los juicios orales que la esperan. Uno es por lavado
de dinero en el hotel Hotesur. El otro es por asociación ilícita en el hotel Los Sauces. En los dos emprendimientos aparece como socia.
Aunque está en duda su participación en la operatoria de esos negocios, la investigación supone que se vio beneficiada por la rentabilidad de los mismos.
Regrese ahora o no, el diagnóstico del linfedema deja abierta la posibilidad de que el problema vuelva a aparecer en otro viaje. Y si eso sucede no podrá estar presente
si la condenan a prisión.
En ese caso, si bien Florencia no tiene los fueros parlamentarios de su madre ni de su hermano, un nuevo impedimento que la sorprenda en el exterior (por ejemplo en Cuba), le daría
en la práctica “fueros sanitarios”.
Quienes más cerca están de la ex presidenta saben que su mayor preocupación es la posibilidad de que su hija sea condenada y, sin fueros, vaya a prisión sin
esperar una condena en firme. Ella dice que ningún inocente merece eso, pero teme que en el caso de Florencia los días de detención resulten insoportables para su salud física y mental.
Sus íntimos estiman que sus mayores temores pasan por otro lado. Usan palabras como ataques de pánico, ansiedad, estrés y anorexia. No son médicos, traducen
a palabras simples lo que ven y lo que les transmite su amiga.
Si bien estas últimas patologías serían las que más angustian a Cristina, no son las que le impedirían viajar en avión (aunque podrían
requerir una adecuada medicación).
Lo que justifica la prohibición de viajar es el linfedema. Mantener este diagnóstico oficial es esencial para darle la garantía de libertad provisoria si las condenas
avanzan.
Resilientes. Cristina no se aprovecha de la salud de su hija para hacer política. Hace política con la
salud de su hija para intentar salvarla. Aprovechando, de paso, para construir un relato que le sirva tanto para regresar al poder como para explicar por qué no lo haría. Necesita ganar tiempo.
Esperar a que la economía se hunda más, crecer en las encuestas y presentarse con chances de triunfo. Si lo logra, es probable que ella y sus hijos tengan más suerte
con una Justicia adiestrada en el seguidismo del poder de turno.
O, si su imagen negativa sigue alta, bajarse de la candidatura y negociar no solo lugares en las listas para sus dirigentes sino condiciones judiciales para su familia.
Macri también lo es, educado por una madre estricta que lo pegaba si mentía y un padre que competía con él, que creció entre una clase social que lo
veía con recelo por ser el hijo de un “tano” nuevo rico y de origen humilde. Capaz de soportar a los 32 años un secuestro de doce días en un pozo y de sobrevivir en política con ese
apellido.
Cristina estuvo en el poder durante doce años, pero hace tres que perdió todo: la caja del Estado, el justicialismo, los empresarios y sindicalistas amigos, el holding
de medios oficialistas, el Congreso, los jueces y fiscales dóciles, los presidentes aliados. Y antes había perdido a su marido. Hoy está multiprocesada y los medios hacen con ella lo que ayer los medios
K hacían con sus opositores. Su hija está enferma y puede ir presa.
Macri y Cristina compiten por dos modelos distintos de país. Pero sobre todo compiten por la propia libertad. Porque en un país agrietado hasta el hueso, el que gana se
queda con todo y el que pierde corre el inminente riesgo de ir a la cárcel.
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