Por Héctor M. Guyot
Es una historia triste. Que ha hecho mucho daño. Y que ahora se vuelve contra aquellos que, habiéndose entregado sin freno a pasiones sombrías, han llamado a la
tragedia.
Ni el cuidado artificioso con que fueron editadas las imágenes ni las estudiadas inflexiones de la voz que lleva el relato le restan dramatismo al video que anteayer lanzó Cristina Kirchner. La pieza
puede responder a intenciones discutibles, pero, más allá del montaje y del simulacro de victimización, la angustia que trasunta no debería ser tomada en broma. Se diría que es real. Tan
real como seguramente lo son las angustias y los problemas de salud de su hija. Al mismo tiempo, es difícil no leer en el mensaje otro intento de la expresidenta de neutralizar el ominoso efecto de los avances en las
causas judiciales en las que ella y sus hijos están procesados.
Cristina afirma en el video que su hija está siendo sometida a una "persecución feroz", tal como ella: "En Comodoro Py no solo se violan los derechos de
los ciudadanos y las ciudadanas que somos opositores al gobierno de Mauricio Macri, sino que también se violan todos los derechos de nuestros hijos y nuestras hijas". Esa sería, para la expresidenta, la
causa de los males que aquejan a Florencia Kirchner, que está siendo tratada en Cuba. Uno diría que Cristina grabó el video para defender a su hija. Pero al rato llega la duda: victimizándose, se
defiende a sí misma. Sin embargo, la expresidenta no se defiende. Nunca lo hizo. Más bien, contraataca. No refuta las pruebas en su contra, sino que acusa a otros de tramar fantásticos complots en su contra.
Es decir, monta escenas en las que ella siempre aparece en el papel de víctima.
Nadie puede dudar de su preocupación por su hija. Y esa preocupación merece respeto. Pero hay que decir que para defenderla bien, en lugar de exponerla debió haber
actuado antes. Por ejemplo, cuando aparecieron los casi cinco millones de dólares en la caja de seguridad de Florencia. Bastaba con decir la verdad.
Sin embargo, la tragedia familiar empieza antes. Posiblemente, cuando el matrimonio, enajenado en su carrera por el poder, involucra a sus propios hijos en la administración y
el ocultamiento del dinero que a lo largo de los años y las distintas administraciones le van succionando al Estado. No es un caso único. Lo mismo hizo Lázaro Báez durante su raid como empresario
kirchnerista, después de caer él mismo en la trampa. Cuando Néstor Kirchner lo eligió como una pieza importante del sistema de exacción de fondos públicos que montó al llegar
a la presidencia, Báez habrá pensado que se había salvado. Y que así salvaba a su descendencia. La realidad era otra: esa red a la que lo sumaban acabaría por caerle sobre la cabeza, atrapándolo,
lo mismo que a sus hijos. Como él, hoy Martín Báez, su hijo mayor, a quien en su momento puso como director de Austral Construcciones, está con prisión preventiva y duerme en una celda. Esa
red que al final significó su maldición, y que configura una presunta asociación ilícita, es la misma en la que quedó atrapada Florencia Kirchner.
Una pregunta se impone: ¿quién urdió esa red de la fortuna que durante años fue la felicidad de muchos (el matrimonio santacruceño, parte de sus funcionarios,
grandes empresarios) y hoy, en un giro dramático, es sinónimo de desgracia y vergüenza? "Lo que nos está pasando". Así tituló la expresidenta su video. Como si no tuviera nada
que ver con lo que les sucede a ella y a sus hijos. Pero lo cierto es que lo que les pasa es la consecuencia de la forma en que actuaron ella y su marido. De la red que tendieron o mantuvieron activa. Hasta ahora no la hemos
visto a la expresidenta hacerse responsable de sus actos. No es su estilo. Pero nunca es tarde. Si quisiera defender a su hija por encima de todo, acaso daría un paso al frente y se haría cargo.
Lejos de asumir responsabilidades, elige ponerse en el lugar de la víctima. "Les pido a los que nos odian que se metan conmigo y no con ella", dice en el video. El odio
es un sentimiento que la expresidenta ha estimulado durante su mandato y con el que ahora no debería jugar. Un sentimiento que algunos de sus voceros se ocuparon después de azuzar. "No es solo Cristina la
víctima de ese odio -decía uno de ellos el jueves por la radio-. El odio es hacia vos, hacia tu hijo, hacia tu hermano, hacia tu amigo, hacia todos los que somos pueblo". Las pasiones ya trajeron suficiente
desgracia. No es el odio el sentimiento que prevalece en los que exigen justicia. Tal vez sea hartazgo. O vergüenza, lisa y llana. Nadie quiere el mal de nadie. Simplemente, que por fin se cumpla la ley. Para todos.
© La Nación
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