Por Roberto García |
Y el mandatario los había invitado con la pretensión de
resolver afuera lo que no puede solucionar adentro, mitigando la ira de ambos
con sus laderos más queridos.
Sucedió lo
imprevisto: uno, Lousteau subió al avión como enemigo de Rodríguez Larreta y
volvió como enemigo de Macri y, el otro, Monzó, a partir de un cortocircuito
evidente, descubrió en el vuelo que sus disturbios políticos y electorales con
Peña y Duran Barba eran cables pelados con el mismo presidente. Como si
antes no lo hubiera querido ver. Y si la distancia es el olvido, en estos casos
el bolero no funcionó, tampoco el propósito conciliador.
Sorprendió
otra presencia en el viaje: dos párvulas invitadas, la hija
de Macri con Juliana y la del matrimonio anterior de Awada, quienes atravesaron
inadvertidas el escáner de la celosa oposición, habitualmente
inflamada ante detalles objetables. No hubo críticas, sea por respeto a la
infancia o a la conocida inclinación de la pareja por la armonía de
religiosidad oriental. O, quizás, ese olvido se deba a la costumbre de servir
al matrimonio Kirchner que, entre otros menesteres impúdicos y dieciochescos,
se hacía trasladar los diarios en aviones del Estado de Buenos Aires a Santa
Cruz, cuando en la provincia sureña además podían leerlos con anticipación y
sin costos por medios más modernos.
Caprichos. Raro que alguien como Macri, además, arrancado del
sector privado, incurriera en ese desliz con sus vástagos, ya que en general
los empresarios no suelen llevar a sus hijos al trabajo, menos cuando están
trabajando y, mucho menos, cuando se dedican a emprendimientos significativos o
extraordinarios como el que el Gobierno le
asignó a la última gira asiática. Salvo que el ingeniero, claro,
considere una habitualidad la excepción que él disponía en el colegio
Cardenal Newman, cuando su padre obtenía permisos especiales para llevarlo de
viaje –privilegios que lo enemistaban luego con diversos compañeros, a quienes
les imputó el cargo de que le hicieran bullying– sea por la capacidad seductora
de Franco o la generosidad de su billetera para colaborar con los curas en
proyectos educacionales o deportivos (junto al padre de Nicki Caputo, por
ejemplo, fue uno de los principales aportantes para uno de esos desarrollos).
Con sus dos
invitados díscolos de la política, Macri imaginó cordiales diálogos. Tal vez con
Lousteau, comentar la evolución chismográfica sobre el drama de su primo, el
influyente diplomático Laje, cuyo hijo alcanzó fama reciente
como motochorro junto a otro golfo. Laje, quien ascendió en la
escala merced a Lousteau embajador en EE.UU., actuó de enlace muchas veces con
Elisa Carrió –parte de su círculo áulico– para evitarle desavenencias, en
especial logró zona liberada para que ella no hable de personajes que odia y
rodean al ahora precandidato radical. Hasta lo bautizó simpáticamente
“rulitos”, parte de la esclavitud con sus sentidos, casi una observación
prepotente del machismo, como Cristina cuando eligió a Boudou vicepresidente.
Explotó el
forúnculo Lousteau en pleno viaje, al desafiar al Presidente con una interna,
anticipo que estaba anunciado: nadie recorre el interior si piensa
presentarse solo en Capital, distrito para el cual nunca ofreció un libreto
adecuado. Como distribuidor de regalías, el Gobierno pensaba conformarlo
con una diputación o senaduría porteñas, justo a quien cree haber nacido para
regentear varios reinos. Ya había sido un grano insolente para Macri cuando lo
bendijo con la Embajada en Washington.
El nuevo
episodio adquirió envergadura justo después de que un hombre de Macri perdiera
contra los radicales en la interna pampeana, a la que le han
otorgado dimensión y simbología nacional aunque solo votaron unas 20 mil almas
(como si hubiera que darle importancia bonaerense a la interna entre Alfonsín y
el vicegobernador Salvador, en Ezeiza, donde fueron a las urnas 400 personas).
Y le concedió galladura a los reclamos partidarios desde que Cornejo en Mendoza y
Morales en Jujuy se negaron a compartir suerte con el mandatario en octubre
–como si fuera un elemento tóxico– y anticiparon elecciones en esas provincias.
Una forma explosiva de diferenciarse en la coalición, que el PRO señala como
traición y que los radicales explican con imaginativa justificación, tan vasto
ese ejercicio que algunos piensan que es su propia naturaleza. Finalmente hay
antecedentes no atendidos: hasta contribuyeron a voltear en su momento a un
hombre de su partido, De la Rúa, ya que no solo Duhalde y un intendente
montaraz provocaron la caída. Singularmente, todavía muchos de esos dirigentes
empuñan ese genoma disolvente y hasta asombró que Ernesto Sanz, no precisamente
un aliado de Lousteau & Cía, ha reclamado internas como el economista.
Unidos por
el espanto. Un solo
fundamento los reúne: la aversión a Peña. Ese hartazgo con el jefe de
Gabinete, en la rebeldía de Monzó, determinó una colisión que al parecer
tampoco se zanjó en el viaje. El titular de la Cámara de Diputados, junto a su
álter ego, Nicolás Massot, decidió abrirse del Gobierno hace varios meses por
no compartir la hegemonía exclusiva del PRO para los comicios y soslayar
cualquier tipo de alianzas. Anunció que iba a evitar integrarse en listas
legislativas y, también, abandonar sus funciones en esta etapa del Congreso.
Hasta pensó
en la conveniencia de instalarse en el exterior en esta etapa del período
preelectoral, creyendo que podría suplantar a Puerta en España –el embajador
que más seguido frecuenta la Casa Rosada– ya que este se empapaba como pocos en
participar del ordenamiento peronista, molesto porque su partido vía el ex
gobernador Gioja se había alquilado para rendirse a otro partido, el
cristinista de Unidad Ciudadana. Se supone que Monzó, en el viaje, reclamaba un
ukase para su deserción, ipso facto, pero Macri se dispuso a convencerlo como
imprescindible en su equipo invocando, además, la provisionalidad de nombrar a
un embajador político por apenas seis meses de duración. Lousteau ya jugó,
quizás falte el movimiento de Monzó en el regreso.
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