sábado, 9 de febrero de 2019

Se rompió el silencio y se instaló el vale todo


Por Diego Cabot   

No hace falta buscar demasiado en el archivo para encontrar fuertes críticas de la expresidenta Cristina Kirchner a los empresarios. En noviembre de 2011, en la planta de General Motors, los cuestionó duramente. "Ganan fortunas y no las reinvierten en la Argentina. Que nadie se haga el distraído. Mi llamado fue para todos los sectores", dijo. 

Tenía razón de que una parte de los empresarios ganaron fortunas, especialmente los contratistas del Estado. Lo que obvió decir la exmandataria fue que gran parte de su gobierno era socio de aquella maquinaria perfecta. Los últimos testimonios añaden a ese esquema a jueces en actividad, como Luis Rodríguez, o retirados, como Norberto Oyarbide.

Las últimas horas han despertado las pasiones de todos los que siguen la causa de los cuadernos de las coimas. Lo resumía como al pasar el periodista Aurelio Tomás en una charla: "Es el Big Bang de la corrupción". Quizá, la mejor metáfora que se pueda encontrar por estas horas.

Los sistemas que tienen a la corrupción como elemento de confluencia se manejan siempre con dos presupuestos. Por un lado, el miedo; por el otro, y quizás impuesto por aquél, el silencio. Ambos están rotos y las esquirlas de haber estallado aquel esquema pegan por todos lados.

Si la causa se ilustrase con círculos concéntricos que comparten un mismo eje, lo que se ve por estos días está muy cerca del núcleo. De mantenernos en este diagrama, el más importante de esos círculos es el central, el que contiene, en un punto, a todos los demás.

La causa empezó a romper aquellos exteriores hace tiempo, casi al inicio. Entonces, la gran mayoría de los involucrados, con la excepción de la expresidenta y el despacho de Julio De Vido, se mantuvieron bajo los mismos lineamientos anteriores: el miedo y el silencio.

El miedo o el temor a las represalias empezó a ceder cuando varios de los implicados empezaron a escuchar cada vez más cerca el ruido del hierro cuando a las 20, se cerraban los calabozos. ¿Qué miedo puede ser mayor a perder la libertad?, se preguntaban varios implicados. El miedo se mantuvo, pero cambió de protagonista. Ya no era el temor al kirchnerismo en el poder y las represalias de un esquema político dominador sino la cárcel, el temor a la mirada de los hijos, la salida por la puerta de atrás del lugar de pertenencia.

Con el miedo enfocado hacia otro lado, se rompió el silencio. Entonces sí, ahora vale todo. Se derrumbó como nunca en la historia la defensa corporativa y cómplice de contratistas, funcionarios corruptos y testaferros presuntuosos que no podían explicar cómo hicieron el dinero. Ya nadie protege a nadie, y cada uno llega a sentarse frente a los fiscales o al juez con un único objetivo: salvarse.

La situación no deja de ser llamativa en estas causas porque es única, inédita. Los juicios de corrupción se toparon siempre, más allá de los intereses políticos que pesaron sobre los magistrados, en la defensa de todos en conjunto. El esquema era la negación, la dilación del proceso, esconder o destruir las pruebas y alguna que otra muerte como para pasar mensajes a los que osaran abrir la boca. Ya nada es así.

Quizá a los periodistas que cubren los hechos policiales y que hurgan en los secretos de las bandas criminales no les llame la atención la destrucción de una organización cuando uno "canta" y se rompen los códigos de la sociedad delictiva. Pero para los cronistas de la política y la corrupción, la ruptura de la cofradía sorprende.

En Comodoro Py cruje el núcleo de aquellos círculos concéntricos. El poder más profundo del kirchnerismo se encierra en el centro, donde siempre se posaron los expresidentes Néstor y Cristina Kirchner, el ministro Julio De Vido, el secretario privado Daniel Muñoz, y un selecto grupo de personas y personeros.

Rompió el silencio la viuda del secretario y desparramó ilícitos por todos lados. Trascendieron sólo las acusaciones nada menos que a un juez federal, Luis Rodríguez, encargado de investigar ese núcleo después que la investigación de Panama Papers, de la que participó La Nación, diera cuenta de aquel entramado de sociedades, paraísos fiscales y millones. Las esquirlas también alcanzaron al exjuez Norberto Oyarbide. Es decir, la causa arrastra al poder político, empresario y hasta el judicial.

Carolina Pochetti, según aquellos papeles que viajaron desde los Estados Unidos, es dueña, entre otras cosas, de un departamento de 13 millones de dólares en el Plaza Hotel de Nueva York, en la mismísima 5ta. Avenida, además de un centro comercial en Miami, entre otras cosas. Ella y unos pocos más saben de dónde salió el dinero para comprarlos. Millones de personas lo suponen, pero la Justicia no puede avanzar con suposiciones. En unas pocas oficinas de Comodoro Py esa pregunta está contestada.

El núcleo de los círculos cruje. El contador Víctor Manzanares, el hombre que conoció los secretos incontables de los números de los Kirchner también contó su verdad. ¿Y qué verdad puede interesar a un juez más que explicaciones sobre sus clientes? Decenas de respuestas ya son parte del expediente.

Mazanares hace tiempo que decidió salvarse solo y tender una mano a su familia. No lo hizo antes porque tenía miedo: su mujer y sus hijos residían en Santa Cruz. Pero avanzó con algunas medidas que negoció desde diciembre. Consideraba que no valía la pena inmolarse por sus jefes. Uno fallecido, la otra, la expresidenta, que no utiliza en sus defensas la negación de los hechos sino que prefiere decir que todo se hacía a sus espaldas. Las traiciones mutuas se convirtieron en el combustible de la causa.

También se arrepintió Juan Manuel Campillo, exministro de Hacienda de Santa Cruz. No quería estar en la cárcel y conocía decenas de delitos. Cambió, como tantos, verdad por libertad. Ahora se instaló el vale todo. Se rompió el silencio de mafia que duró décadas en la Argentina, mucho antes de los Kirchner.

© La Nación

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