Por Diego Cabot
No hace falta buscar demasiado en el archivo para encontrar
fuertes críticas de la expresidenta Cristina Kirchner a los empresarios. En
noviembre de 2011, en la planta de General Motors, los cuestionó duramente.
"Ganan fortunas y no las reinvierten en la Argentina. Que nadie se haga el
distraído. Mi llamado fue para todos los sectores", dijo.
Tenía razón de
que una parte de los empresarios ganaron fortunas, especialmente los
contratistas del Estado. Lo que obvió decir la exmandataria fue que gran parte
de su gobierno era socio de aquella maquinaria perfecta. Los últimos testimonios
añaden a ese esquema a jueces en actividad, como Luis Rodríguez, o retirados,
como Norberto Oyarbide.
Las últimas horas han despertado las pasiones de todos los
que siguen la causa de los cuadernos de las coimas. Lo resumía como al pasar el
periodista Aurelio Tomás en una charla: "Es el Big Bang de la
corrupción". Quizá, la mejor metáfora que se pueda encontrar por estas
horas.
Los sistemas que tienen a la corrupción como elemento de
confluencia se manejan siempre con dos presupuestos. Por un lado, el miedo; por
el otro, y quizás impuesto por aquél, el silencio. Ambos están rotos y las
esquirlas de haber estallado aquel esquema pegan por todos lados.
Si la causa se ilustrase con círculos concéntricos que
comparten un mismo eje, lo que se ve por estos días está muy cerca del núcleo.
De mantenernos en este diagrama, el más importante de esos círculos es el
central, el que contiene, en un punto, a todos los demás.
La causa empezó a romper aquellos exteriores hace tiempo,
casi al inicio. Entonces, la gran mayoría de los involucrados, con la excepción
de la expresidenta y el despacho de Julio De Vido, se mantuvieron bajo los
mismos lineamientos anteriores: el miedo y el silencio.
El miedo o el temor a las represalias empezó a ceder cuando
varios de los implicados empezaron a escuchar cada vez más cerca el ruido del
hierro cuando a las 20, se cerraban los calabozos. ¿Qué miedo puede ser mayor a
perder la libertad?, se preguntaban varios implicados. El miedo se mantuvo,
pero cambió de protagonista. Ya no era el temor al kirchnerismo en el poder y
las represalias de un esquema político dominador sino la cárcel, el temor a la
mirada de los hijos, la salida por la puerta de atrás del lugar de pertenencia.
Con el miedo enfocado hacia otro lado, se rompió el
silencio. Entonces sí, ahora vale todo. Se derrumbó como nunca en la historia
la defensa corporativa y cómplice de contratistas, funcionarios corruptos y
testaferros presuntuosos que no podían explicar cómo hicieron el dinero. Ya
nadie protege a nadie, y cada uno llega a sentarse frente a los fiscales o al
juez con un único objetivo: salvarse.
La situación no deja de ser llamativa en estas causas porque
es única, inédita. Los juicios de corrupción se toparon siempre, más allá de
los intereses políticos que pesaron sobre los magistrados, en la defensa de
todos en conjunto. El esquema era la negación, la dilación del proceso,
esconder o destruir las pruebas y alguna que otra muerte como para pasar
mensajes a los que osaran abrir la boca. Ya nada es así.
Quizá a los periodistas que cubren los hechos policiales y
que hurgan en los secretos de las bandas criminales no les llame la atención la
destrucción de una organización cuando uno "canta" y se rompen los
códigos de la sociedad delictiva. Pero para los cronistas de la política y la
corrupción, la ruptura de la cofradía sorprende.
En Comodoro Py cruje el núcleo de aquellos círculos
concéntricos. El poder más profundo del kirchnerismo se encierra en el centro,
donde siempre se posaron los expresidentes Néstor y Cristina Kirchner, el
ministro Julio De Vido, el secretario privado Daniel Muñoz, y un selecto grupo
de personas y personeros.
Rompió el silencio la viuda del secretario y desparramó
ilícitos por todos lados. Trascendieron sólo las acusaciones nada menos que a
un juez federal, Luis Rodríguez, encargado de investigar ese núcleo después que
la investigación de Panama Papers, de la que participó La Nación, diera cuenta de aquel entramado de sociedades, paraísos
fiscales y millones. Las esquirlas también alcanzaron al exjuez Norberto
Oyarbide. Es decir, la causa arrastra al poder político, empresario y hasta el
judicial.
Carolina Pochetti, según aquellos papeles que viajaron desde
los Estados Unidos, es dueña, entre otras cosas, de un departamento de 13
millones de dólares en el Plaza Hotel de Nueva York, en la mismísima 5ta.
Avenida, además de un centro comercial en Miami, entre otras cosas. Ella y unos
pocos más saben de dónde salió el dinero para comprarlos. Millones de personas
lo suponen, pero la Justicia no puede avanzar con suposiciones. En unas pocas
oficinas de Comodoro Py esa pregunta está contestada.
El núcleo de los círculos cruje. El contador Víctor
Manzanares, el hombre que conoció los secretos incontables de los números de
los Kirchner también contó su verdad. ¿Y qué verdad puede interesar a un juez
más que explicaciones sobre sus clientes? Decenas de respuestas ya son parte
del expediente.
Mazanares hace tiempo que decidió salvarse solo y tender una
mano a su familia. No lo hizo antes porque tenía miedo: su mujer y sus hijos
residían en Santa Cruz. Pero avanzó con algunas medidas que negoció desde
diciembre. Consideraba que no valía la pena inmolarse por sus jefes. Uno
fallecido, la otra, la expresidenta, que no utiliza en sus defensas la negación
de los hechos sino que prefiere decir que todo se hacía a sus espaldas. Las
traiciones mutuas se convirtieron en el combustible de la causa.
También se arrepintió Juan Manuel Campillo, exministro de
Hacienda de Santa Cruz. No quería estar en la cárcel y conocía decenas de
delitos. Cambió, como tantos, verdad por libertad. Ahora se instaló el vale
todo. Se rompió el silencio de mafia que duró décadas en la Argentina, mucho
antes de los Kirchner.
©
La Nación
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