Por Carmen Posadas |
Aun así y tostada en mano los leo disciplinadamente, mitad por
romanticismo y solidaridad con el gremio, mitad por saber qué interpretación
hacen los columnistas de los hechos ocurridos la víspera. Y me intereso tanto
por lo que dicen los comentaristas a los que admiro como los que no soporto porque,
por desgracia, hoy en día la opinión de los menos talentosos es la que suele
coincidir con el sentir general.
Así
que aquí me tienen un domingo más avanzando en la lectura y con grandes
dificultades para evitar que, con el estupor, la quijada me caiga hasta el
piso, lo que no es muy estético ni siquiera cuando una desayuna sola. Empiezo
por las páginas de Internacional para enterarme de cuál es el nuevo dislate de
Trump; a continuación me intereso por ver cómo los ingleses acaban de hacerse
el harakiri con el brexit. Un poco más adelante les toca el turno a
los populistas y xenófobos: que si Bolsonaro en Brasil, Salvini en Italia, Le
Pen en Francia, el AfD en Alemania –formación que se ha convertido en la
primera fuerza opositora en el Parlamento–, y no sigo porque la lista empieza a
ser aterradoramente larga. Y qué decir de las páginas dedicadas a las noticias
nacionales, si son de traca. Entre las genuflexiones de Sánchez ante los indepes,
los delirios y soflamas de todos ellos y el inminente juicio a los políticos
presos con sus imprevisibles consecuencias necesito tomarme por lo menos medio
litro de manzanilla. Y eso que aún no he llegado a las páginas dedicadas a las
escuchas de Villarejo o las que recogen el nuevo capítulo del carajal en
que se han convertido los diversos partidos políticos. Si antes eran dos
mayoritarios, ahora son cinco con vocación nacional e infinitos de ámbito
autonómico, por lo que necesariamente han de andar a gresca diaria disputándose
hasta la más ínfima parcelita de poder.
Pero
yo no me rindo y continúo leyendo. Intento refugiarme en las páginas de
Economía, por si hubiera alguna noticia positiva, pero salgo ‘escopeteada’ de
allí por razones obvias. Cultura, me digo, seguro que en esa sección
encuentro algo esperanzador o al menos agradable, pero entonces me topo con
este titular: «Sotheby’s saca a subasta monopatines a un millón de euros». Miro
la foto y veo que el artista Kaws ha copiado fragmentos de La última
cena, de Leonardo, los ha pegado sobre una tabla de monopatín y ahora se
venden a ese bonito precio. Y si a usted no le gusta el tal Kaws, también puede
comprarse uno diseñado por Damien Hirst o Jeff Koons, sí, ya sabe, ese genio
que vende perros salchicha de vinilo, alguno de ellos por la módica cantidad de
58 millones de dólares (exacto, han leído bien). Cuando acabo con esta noticia,
ya no me quedan ganas de hacer los honores al par de churros con los que
pensaba arruinar mi dieta saludable, pero aun así no me doy por vencida. Abro
con expectación las páginas dedicadas a largos reportajes. El de hoy trata de
Educación y, en concreto, de si se debe castigar o no a los niños. «Error
garrafal –coinciden todos los expertos–. Si un niño, por ejemplo, monta un
pollo de colores porque no quiere ir al cole, lo pedagógico es dejarlo a su
aire. La criatura está aprendiendo a gestionar sus emociones, no es nada
personal». Aquí es cuando abandono la mesa de desayuno, vuelvo a la cama, me
atrinchero allí y me niego a asomar ni la cabeza. Hoy es domingo y puedo
recurrir a la misma táctica que ese nene malcriado, pero mañana es lunes y ¿qué
demonios hago?
© XLSemanal
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