Por Gustavo González |
La lógica de
la derrota macrista podría ser la hipótesis natural para estos comicios. Un
Presidente que prometió eliminar la inflación, disminuir la pobreza y hacer
crecer al país, perdería la reelección por su capacidad para lograr exactamente
lo contrario: la mayor inflación, pobreza y crisis económica desde la debacle
de 2001.
Si a eso se
le suma que Macri ganó en 2015 con agónicos dos puntos de diferencia frente a
un candidato como Scioli tras 12 años de kirchnerismo y con el peor candidato
en la provincia de Buenos Aires, como Aníbal Fernández; se podría deducir que,
tras la gestión macrista, en otro eventual ballottage habría al menos un 2% de
votantes que ésta vez le daría la espalda. Lo suficiente para perder.
Sí, es
posible que Macri pierda; aunque no es tan probable.
Percepción
vs. realidad. Los
votantes no son una masa uniforme que se guía por sentimientos en común que
determinarán, en conjunto, sus pasos a seguir. Son personas con intereses
distintos, a veces contrapuestos, que defienden valores morales que varían según edad,
origen y lugar donde viven.
Dentro mismo
de Cambiemos conviven individuos de alto poder adquisitivo con habitantes de
barrios marginales, conservadores con progresistas, religiosos militantes con
cultores new age. Su alianza social es más compleja que la del peronismo y
mucho más que la del radicalismo.
Suponer que
los resultados de la gestión de Macri afectan por igual a todos, es no tener
presente esas diferencias. Lo mismo que creer que él no va a ser medido por
otras variables que no sean económicas.
Hay promesas
(tácitas o explícitas) con las que el macrismo sí cumplió. O al menos eso es lo
que se percibe.
Así como el
kirchnerismo está seguro de que la avanzada judicial contra Cristina es
promovida desde el Gobierno, una mayoría social piensa lo mismo.
Macri jura
que lo único que hace es no entorpecer a la Justicia, pero en términos
electorales no importa si eso es verdad o no, sino la percepción de los
votantes. Y lo que se percibe es que, por primera vez, un gobierno impulsa a
los jueces a llevar a prisión a políticos y empresarios corruptos.
El universo
anti K lo ve como un logro fundamental de gestión que, de paso, recuerda a
diario un sistema corrupto al que no se quiere regresar (ni votar).
La lucha
contra la corrupción será un caballito de batalla de la campaña del
oficialismo. Le servirá para mantener alto el índice de rechazo a la
candidatura de Cristina o de cualquiera que parezca representarla.
El voto
moral. Otros
interpretarán como un logro las “formas” de los actuales funcionarios.
Presidente y ministros que no gritan, ni dan discursos largos e impostados, ni
atacan a los periodistas. Son quienes creen que una institucionalidad amigable
debería ser la norma, pero que en la Argentina es un atributo.
Se trata de
sectores de clase media y media alta para los cuales las formas son
importantes, por eso también valoran del macrismo la apertura de relaciones con
el mundo y la toma de distancia de personajes extravagantes como Maduro.
Para ellos,
la exitosa recepción a los principales líderes internacionales durante el G20 o
el inmediato reconocimiento de Guaidó como presidente de Venezuela, representan
dos medidas exitosas valoradas como si se tratara de un porcentaje del PBI.
Con
pragmatismo, Macri se posicionó desde un principio como líder del antichavismo
continental, privilegiando la ubicación estratégica en el mundo por sobre el
histórico principio argentino de no intervención en asuntos internos de otros
países.
A ese mismo
electorado fue dirigido el decreto para expropiar los bienes de la corrupción.
El Gobierno apunta a satisfacer a un votante hastiado de ver cómo sus
dirigentes se enriquecen. Lo importante en estos meses de campaña no sería si
tal decreto es inconstitucional, si viola derechos de personas aún no
condenadas o si no contempla la prohibición de aprobar normas con efectos
retroactivos más gravosos que los vigentes. Lo importante, en términos de “voto
moral”, es abonar a la percepción de un Gobierno dispuesto a terminar con la
corrupción.
En el PBI de
lo simbólico, son medidas que influirán a la hora del voto.
Apuntan a
ese votante de clase media que el oficialismo entiende como el más perjudicado
por la crisis. Por eso, también, el rol que tendrá Patricia Bullrich en la
campaña, como representación del endurecimiento en la lucha contra la
inseguridad.
El Gobierno
estima que los más pobres soportan mejor las esquirlas de la recesión gracias a
los planes sociales, una red de contención oficial bien aceitada en las zonas
carenciadas y el beneficio de cierta obra pública. Mientras que de los
empresarios y de los que están en la cima de la pirámide social, espera que
prime la memoria de lo que significó el kirchnerismo, además de la ilusión
racional en el futuro.
El voto
político. A unos y
otros les propondrá esa ilusión de que “estamos mal, pero vamos bien”. Puede
que con la ilusión no se coma, pero la ilusión alimenta, diría García Márquez.
Y el Macri
candidato alimentará a sus potenciales votantes con un relato debatible, pero
verosímil. Mostrará que los precios relativos de la economía se acomodaron
después de la devaluación y que eso ya se nota en una balanza comercial
positiva, reducción del déficit, dólar estable y baja de las tasas de interés.
Explicará que ese reacomodamiento, junto a la liberalización del mercado aéreo
y la aparición de las compañías low cost, produjo un auge del turismo interno
que beneficia a todos.
Dirá también
que la producción agrícola volverá a batir récords y que el contexto
internacional ahora ayudará, en especial por el freno al aumento de tasas en
los Estados Unidos y el impulso de Brasil.
Y señalará,
como ejemplo de cómo se generan inversiones, el crecimiento de la producción en
Vaca Muerta, asumiendo como propia la teoría fontevecchiana de que en esos
yacimientos no tradicionales se está invirtiendo para construir un polo
exportador similar a la soja, generando una riqueza futura que el pobre PBI
actual no toma en cuenta (Ver: En qué Macri fue exitoso en
economía, por Jorge Fontevecchia).
Pero la
probabilidad de su triunfo se acrecienta por el contexto político nacional e
internacional.
En lo local,
tiene de su lado que la candidata Cristina trae consigo su alto nivel de
rechazo. Y la hipótesis de que ella dé un paso al costado para permitir un
candidato o candidata de consenso, aún está en veremos.
Sorpresa. A favor de Macri suma la buena imagen de líderes
territoriales de Cambiemos, en especial las fuertes candidaturas de Vidal y
Rodríguez Larreta, que arrastrarán votos a Presidente en dos distritos
cuantitativamente esenciales.
También
juega a su favor, sobre todo si la contendiente es Cristina, el péndulo
político regional. Hoy más inclinado a los Bolsonaro que a los Maduro.
Y algo más:
Si todo sale
como suele suceder y los economistas se vuelven a equivocar con sus pronósticos
(tan agoreros para este año como optimistas fueron el anterior), tal vez la
economía lo sorprenda con alguna buena noticia.
© Perfil.com
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