Por Gustavo González |
El 19 de
febrero Cristina cumplió
66 años y lo celebró en medio de esas contradicciones y en privado, junto a sus
hijos y nietos, en la casa de Eduardo Valdés.
Hicieron coincidir esa
celebración con el festejo de los cumpleaños de Valdés y Máximo Kirchner, que habían cumplido tres
días antes.
La duda que
sobrevoló es si el próximo aniversario lo celebrará de nuevo en la casa de su
amigo, en la residencia de Olivos, o un poco más cerca de la prisión.
Es táctica. En esta columna del 23 de diciembre en la que PERFIL
anticipó el despertar de las ansias electorales de Roberto Lavagna (Ver en Perfil.com “Lavagna: el cisne negro de Macri y CFK”),
se informaba también sobre las primeras evaluaciones de Cristina sobre la
posibilidad de bajarse de la carrera presidencial.
Hoy, cada
vez son más los que en su círculo íntimo creen que esa es la mejor opción. Hablan
de un renunciamiento al estilo Evita.
No es solo
una hipótesis.
Es una
táctica electoral que no significa de por sí que terminará bajándose. Solo
significa que está pensando seriamente en la posibilidad de hacerlo y que llegó
a la conclusión de que, aun cuando luego compita, esta táctica le facilita
seguir operando en el armado de listas de unidad en las provincias, como
sucede en San Juan, Entre Ríos y Santa Fe.
La idea del
“renunciamiento” le permite presentarse hacia adentro y fuera del peronismo
como una voz conciliadora, desprendida de intereses personales, bregando por
la unidad de las fuerzas "populares y progresistas".
Y le permite
retomar diálogos con quienes, hasta hace poco, parecía irreconciliable. Ya lo
hizo con ex férreos críticos suyos como Moyano, Juan Grabois, Alberto Fernández y Felipe Solá.
Su último
acercamiento fue con Duhalde. Lo llamó tras la operación que
sufrió en la espalda y que todavía lo tiene convaleciente. Al principio
Cristina no tuvo suerte: el secretario de Duhalde le cortó después de que ella
le dijera quién hablaba. “Era una joda –le transmitió el secretario a su
jefe–, una mujer que se hacía pasar por Cristina”. Pero ella volvió a
llamar y el que la atendió directamente fue el ex presidente.
Duhalde
acepta que ese gesto, que se repitió otra vez, no dejó de conmoverlo, después
de tantos años de duras disputas. Parafraseando el título de un libro suyo,
cree que el país se encuentra en un estadio de “megabarbarie” y que
llegó el momento de cerrar grietas.
Promotor
original de la candidatura de Lavagna, podrá suponer igual que ese gesto de CFK
tendría alguna intencionalidad política. De hecho, desde el kirchnerismo
venían intentando, sin éxito, aproximarse a su ex ministro. Quieren
contarle lo que cuentan en privado: ella estaría dispuesta a un renunciamiento
histórico, ve con buenos ojos la candidatura de Lavagna y solo tiene una
condición: ser tratada “con la consideración que merece quien fue dos veces
presidenta del país”.
Duhalde
mediador. Le piden
algo más a Lavagna. Le piden que la vaya a visitar para hablar de todo esto. Es
probable que el renovado contacto de Cristina con Duhalde busque su
intermediación para que Lavagna reciba a los enviados de la ex presidenta.
Duhalde ya
había estado con otros cristinistas como Pepe Albistur y Carlos Kunkel, quienes le contaron que ella
no piensa en ella sino en el bien del país y que, en ese sentido, no tendría
problema en dar un paso al costado. Y le hablan de lo buen candidato que
para ellos sería Lavagna.
El problema
es que convencer al ex ministro de Duhalde de que vaya a visitar a Cristina es
difícil.
Y sería un
error político que aceptara.
La única
posibilidad de que esa táctica le dé resultados a Cristina es bajarse y apoyar
a Lavagna de la forma más imperceptible posible. De lo contrario, el nuevo
candidato sumaría al eventual votante cristinista, pero también el rechazo del
amplio sector que jamás votaría a alguien que la represente.
Si buscara
nada más que un beneficio electoral, ella debería escenificar ante los suyos el
sacrificio evitista del renunciamiento y convencerlos de que Lavagna es el
candidato “menos malo”, sin aparecer jamás en la campaña.
Por su lado,
Lavagna (si al final decide presentarse) no debería ceder en sus críticas al
kirchnerismo. Cuanto más se distancie, más chances tendrá.
No les será
fácil. El Gobierno estará allí para azuzar el detrás de escena de una eventual
negociación. Y la sociedad, que de por sí desconfía de los políticos, estará
atenta a lo que suceda. Tampoco será fácil resolver el drama de fondo que
acosa a Cristina: la prisión.
De la boca
para afuera, ella no pondría condiciones en ese punto. Dice pretender que quien
gobierne la deje de “perseguir judicialmente” y la trate con respeto. Pero es
una condición implícita: quizás crea que los jueces que la tienen en la mira
percibirán el cambio de ánimo en el Ejecutivo y la dejarán en paz.
Demasiado
optimista: el avanzado estado de causas como el fraude en la obra pública o el Cuadernogate haría
inverosímil cualquier marcha atrás.
Sin contar
que, si su hipótesis de acuerdo fuera Lavagna, este no tiene el perfil de
alguien que operaría en ese sentido. Sí podría suponerse que no la hostigará, ya
que su discurso estaría vinculado al cierre de la grieta para diferenciarse del
macrismo y del kirchnerismo.
Otra
alternativa es Massa. Cristina dio el OK al contacto de
Alberto Fernández y su hijo Máximo con el massismo. Entiende el guiño de
Massa de dejar de criticarla para hacer foco en el Gobierno y acepta el juego
del tigrense de sacarle intención de votos a ella para llegar en mejores
condiciones a una negociación. Estima, con razón, que con Massa podrá
negociar mejor que con Lavagna.
También
serían considerados en la táctica del renunciamiento candidatos como Felipe Solá o Agustín Rossi, pero parecen más estructura
propia que producto de alguna alianza más amplia que justifique la épica del
paso al costado.
“Ya cumplió.
Ya está”. La voz de
un hombre muy cercano desde lo político y personal con Cristina, da una idea de
cuál es el sentimiento que hoy la ronda: “Por un lado hay un clamor
interesado para que se baje. Es el del Peronismo Federal, que sabe que pierde
si compite con ella. Pero hay otros que lo pensamos desde el mejor lugar.
Yo creo que no se debe presentar, porque la quiero y no me gusta que ella y sus
hijos sigan sufriendo humillaciones. Ya cumplió dos mandatos muy buenos. Ya
está”.
En cambio,
uno de los que recuperó cercanía con la ex mandataria opina que se debe bajar,
pero por otro motivo: “No le sirve agarrar el desastre que deja este
gobierno, con la sociedad partida en dos y los medios en contra.”
Los peronistas que negocian informalmente con los cristinistas dicen que les piden ministerios, lugares en las listas y continuar con los acuerdos en las provincias para llevar candidatos comunes. Los más reacios a aceptar el pacto señalan que solo tolerarían nombres de prestigio y a nadie relacionado con La Cámpora.
Los
cristinistas que bregan por un “renunciamiento histórico” recuerdan que
Evita pasó a la historia el 31 de agosto de 1951, “ni antes ni después”.
Fue cuando en cadena nacional anunció que no integraría la fórmula presidencial
junto a Perón, y que su única ambición era que, cuando se escribiera la
historia de aquellos años, se dijera que su pueblo la llamaba cariñosamente
Evita.
“Hoy
Evita es ella y el pueblo la recordará por siempre como Cristina”, dicen
los que de seguro no coinciden en que la historia se repite dos veces, pero en
la segunda, lo que alguna vez fue una tragedia podría transformarse en una mera
farsa.
© Perfil.com
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