Por Isabel Coixet |
Y, por esas cosas del
destino, seguramente la mejor profesora que tuve en mis años de instituto fue
Carmen Rabal, mi profesora de Francés, que me inoculó el veneno de toda la gran
literatura francesa: Verlaine, Rimbaud, Baudelaire, Zola, Gide…
Evidentemente,
hay zonas que conozco más que otras, L’aude es quizá la zona donde más tiempo
he pasado y una de las, para mí, más interesantes. Desde los castillos cátaros,
la fortaleza de Carcassonne, la Montagne Noire y sus pueblos colgados en las
rocas, los mercados de trufas negras que se celebran justamente por estas
fechas; Montolieu, un pueblo que con una población de 800 habitantes, tiene 18
extraordinarias y cuidadas librerías; el canal de Midi, una fascinante obra de
ingeniería que permite navegar desde Narbonne hasta el interior a un ritmo
sosegado en barcaza… De hecho, cada vez que veo esas péniches saliendo
de Castelnaudary, pienso que es algo que tengo que hacer algún día: recorrer el
canal a ritmo pausado, parando de cuando en cuando para tomar un Pastis o una
copa de Blanquette, que es una especie de cava ligero de la región. Está en mi
lista de cosas para hacer este verano. Todo el mundo me ha dicho que hasta yo
–que soy bastante torpe, y maniobrar no es lo mío– puedo hacerlo… a ver si es
verdad. L’aude y toda Francia están llenos de tesoros por descubrir.
Y más
allá del Aude, pienso en lugares como Nîmes, una ciudad en la que acabo de
estar, invitada por una activa asociación de cinéfilos que cada año, únicamente
con mucha buena voluntad y mucho empeño, organizan un festival de cine
británico, ¡para que luego digan que los franceses son chauvinistas! Nîmes es
una ciudad con un riquísimo patrimonio romano que acaba de inaugurar un
impresionante museo, el Museo de la Romanité, situado en pleno centro
histórico, justo enfrente de las Arenas de Nîmes, que permite recorrer la
presencia de los romanos en Francia de una manera muy amena, no exenta de
rigor. En Nîmes hay también un mercado, Les Halles de Nîmes, donde se pueden
comprar y degustar in situ las especialidades de la región –con mucha
influencia de la Provenza–, toda clase de tapenades, estas cremas a
base de aceitunas, de las que hay hasta 50 variedades… El aceite de la zona es
a base de una aceituna que se llama ‘picholina’ y que es muy aromática y
peculiar.
Mi
descubrimiento más reciente, y que me tiene fascinada, es Nantes, ciudad que no
conocía hasta el año pasado y que para mí tenía el aura de las películas de
Jacques Demy, que nació en esa ciudad. Nantes es una ciudad fantástica,
moderna, pero que ha sabido respetar y conservar su pasado, con un Teatro de la
Ópera con una temporada increíble. La antigua zona de los astilleros es hoy una
atracción turística de primer orden, donde una serie de atracciones (no sólo
para niños, confieso que yo también me monté) recrean el mundo de Julio Verne.
El elefante es fantástico. Nantes tiene también tres cosas que me fascinan: un
pasaje muy bien conservado, el pasaje Pommeraye, donde Jacques Demy se compró su
primera cámara; una librería/café/videoclub excelente, Les Bien Aimés; y una brasserie
belle époque muy bonita, que sirvió de decorado a la película Lola,
de Jacques Demy, que es uno de mis directores de cabecera. ¿Y cómo pensar en
Demy sin pensar en Michel Legrand, sin escuchar la banda sonora de Los
paraguas de Cherburgo? ¿O de Les demoiselles de Rochefort? Piel
de asno, Lola, Baie des Anges… Un propósito que
espero cumplir pronto: alquilar una barcaza y, mientras el paisaje avanza
lentamente y batallamos con las esclusas, poner a todo volumen todas esas
bandas sonoras de Michel Legrand, para que su música inmortal sirva de compañía
a los olmos de las orillas.
© XLSemanal
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