Por Sergio Sinay (*)
Hay quienes lo llaman “modelo patriarcal”, y lo repiten
hasta vaciarlo de significado, como suele ocurrir cuando creencias y
esencialismos reemplazan al ejercicio de pensar. Otros, entre ellos pensadores
como los británicos Terry Eagleton y Mark Fisher, la estadounidense Debra Katz
o el indio Pantaj Mishra, lo denominan capitalismo tardío.
Lo cierto es que el
sistema actualmente hegemónico en Occidente tiene la capacidad de devorar todo,
incluso aquello que lo cuestiona o amenaza, y de metabolizarlo y convertirlo en
mercado y negocio. En ese sentido, lo “alternativo”, lo “independiente” y hasta
lo aparentemente subversivo se convierten pronto en presas apetitosas. El Che
Guevara es hoy una remera cuyos usuarios ignoran qué representa el retrato de
la prenda, o las películas que se visten de “fuerte denuncia” suelen resultar
candidatas al Oscar y reinas de la taquilla.
En la época de Me Too, Ni una menos, Mirá cómo nos ponemos y
fenómenos sociales similares, las iniciativas feministas que no se piensen a sí
mismas, y a su propósito, más allá de lo reactivo, de lo discursivo y de la
repetición de consignas pueden ser
asimiladas y rentabilizadas por el sistema, como ocurrió en su momento con
Sacco y Vanzetti o con los mártires de Chicago (pregunten al voleo por qué el
1º de Mayo es el día de los Trabajadores y es probable que ni los sindicalistas
sepan responder). En un reciente e-book de descarga gratuita titulado Acuerdo
en el desacuerdo
(https://www.qejaediciones.com/libros/acuerdo-en-el-desacuerdo-qeja), sus
cuatro autoras (Ingrid Sarchman, Flora Vronsky, Helga Fernández y Natalí
Incaminato) escapan a la modorra mental y al fundamentalismo y plantean, desde
el interior de la experiencia femenina, ideas que pueden prevenir ese riesgo.
Una de ellas, Incaminato, advierte: “Los únicos que construyen y venden
feminismo desproblematizado son las empresas o los partidos políticos de sesgo
desideologizador”. Allí se cita también a la comunicadora Agustina González
Carman (cuyo blog Libertad Condicional se propone desacralizar la maternidad),
quien afirma que “hay muchos feminismos; el más visible mediáticamente no
representa a la mayoría”.
Mientras prevalece la ausencia de debates profundos, capaces
de explorar las inequidades y los dolorosos perjuicios que el sistema produce,
desde lo económico hasta lo cultural, pasando por salud, educación, vínculos y
mortalidad, en la mayoría de los seres humanos que viven en él, y mientras el
ruido sustituye a las nueces y el oportunismo ventajero se impone a la empatía
y el compromiso real, las cosas no cambian en los ámbitos en donde se cocina el
estofado. El año electoral vuelve a ser temporada de caza para los machos alfa.
Las mujeres a las que el marketing partidario o mediático suele presentar como
“fuertes” e “independientes” (Vidal, Carrió, Bullrich, por ejemplo) se van
acomodando, tras breves berrinches, a las prioridades de los hombres que mandan
(Macri, Peña, Duran Barba). ¿Posibles candidatos a presidente del partido o
frente que fuere? Todos hombres, ejemplares de los preceptos más arcaicos del
machismo. La única potencial candidata demostró en el ejercicio del poder que
es más macho y más alfa que los varones que hocicaron obsecuentemente ante
ella, y que reinciden. ¿Candidatas a gobernadoras? Acaso Rossana Bertone, pero
bien lejos, en Tierra del Fuego. O Vidal, pero bajo el techo de cristal fijado
por designio masculino. Y es todo.
Antes de celebrar supuestos cambios y enfoques en los
estereotipos femeninos y masculinos y en sus relaciones se requiere repasar las
áreas de poder adjudicados a unas y otros. En la política, la economía, los
negocios, el deporte, la tecnología y la ciencia siguen rigiendo las reglas
masculinas (más allá de retoques cosméticos de ocasión). Educación, salud,
crianza y administración emocional de los vínculos permanecen como áreas de
responsabilidad femenina, excepto situaciones siempre aisladas y puntuales en
ambos casos. Mientras no se entre a saco en estas cuestiones el sistema seguirá
gozando de buena salud. Y fagocitando rebeliones.
(*) Periodista y escritor
©
Perfil.com
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