domingo, 17 de febrero de 2019

La Argentina boba

Por Gustavo González
Por suerte los periodistas tenemos las cosas claras.

Cristina comandó un gobierno de cleptómanos cuya única misión fue amarrocar riquezas para ella y sus hijos. Y Macri es la continuidad de la dictadura, cuya única misión es robarles a los pobres para hacer más ricos a los ricos.

Bienaventurados los que lo tienen claro: de ellos es el reino de los ciegos.

Anestesia informativa. Puede que la práctica de la simplificación permanente haga más sencilla la tarea periodística, aunque también la hace más deslucida e inexacta.

Se dirá que tal práctica es consecuencia de una mayoría social que pide contenidos simplificados. Un mercado bobo generado por una demanda que divide al mundo entre buenos y malos y una oferta que le vende una realidad en blanco y negro. Un acuerdo de mutua conveniencia en el que unos compran ideas fáciles y otros se las suministran en dosis fuertes.

El periodismo es más fascinante y complejo que esa práctica simplificadora. Abonar al anestesiamiento del sentido crítico de la sociedad puede abrir las puertas de aquel reino serratiano de los ciegos, pero no deja de ser una misión sombría.   

Es cierto que, en ese círculo vicioso, los periodistas también somos víctimas de ese anestesiamiento colectivo y que el pensamiento crítico requiere esfuerzo. Pero mientras nada cambie, la bipolaridad informativa seguirá dando ejemplos como los de estos días.

En la misma semana, ese agrietamiento intelectual se corporizó en las denuncias contra dos funcionarios judiciales.

Una señalaba al juez Luis Rodríguez por cobrar 10 millones de dólares para tapar la corruptela kirchnerista. Otra, al fiscal del Cuadernogate, Carlos Stornelli, por pedir una coima de 300 mil dólares para frenar una investigación.

La grieta mediática llevó a que unos utilizaran la denuncia contra Stornelli para dudar de la ética del fiscal y, por consiguiente, de la forma en que investiga la causa de la corrupción K. Los medios y periodistas que impulsaron esta mirada optaron al mismo tiempo por relativizar o esconder las acusaciones contra Rodríguez.

Desde el otro lado de la grieta, se privilegió la difusión de la denuncia contra el juez, a quien la viuda del secretario de Néstor Kirchner señaló por recibir una coima para no investigar el enriquecimiento de los kirchneristas. A la vez que se insignificó la denuncia contra Stornelli que había hecho pública Verbitsky, se acusó de kirchnerista al juez que la lleva adelante y se defendió explícitamente la dignidad del fiscal.

Así, la grieta mediática derivó una vez más en una grieta informativa.

A una parte de la sociedad se le mostró la realidad de un fiscal sospechado y día a día se le sumaron datos para demostrarle que esa sospecha era verosímil.

Mientras que la otra parte se enteró de una turbia operación para enlodar a un hombre empeñado en revelar la corrupción K.

Unos leyeron cómo el juez Rodríguez se mezcló con la corrupción K. Otros, cómo fue víctima de la corporación mediática.  

Las respectivas audiencias recibieron solo una porción de la realidad, suficiente para ratificar lo que ya pensaban de Cristina y de Macri y para recargar las redes sociales de mensajes que reforzaban los sentimientos y creencias de otros como ellos. Después los algoritmos harían su trabajo para que cada sector recibiera solo las noticias que más coincidieran con sus preconceptos.

El círculo perfecto de la desinformación, una sobredosis de anestesiamiento colectivo que nos vuelve más dóciles y menos críticos.

Sesgos mentales. Facundo Manes explica lo que pasa en la corteza cerebral de estos grupos: “El sector A está convencido de que el sector B es malo y está equivocado. El sector B piensa lo propio del A. Desde el punto de vista científico es lo que llamamos sesgos mentales, que son esquemas de confirmación que aplicamos a diario y que se repiten en lo ideológico: los sectores A y B discuten no para escucharse, sino para buscar la información entre lo que el otro dice para reforzar lo que ya pensaban”.

El juicio por fraude en la obra pública que arrancará el 26 de febrero contra Cristina, será un nuevo ejemplo de ese agrietamiento cerebral. Desfilarán testimonios y pruebas que mostrarán el sistema de corrupción que incluía a funcionarios como Julio De Vido y a privados como Lázaro Báez.

Para el sector A será una demostración más de lo que ya sabe sobre el latrocinio K. Pero para el sector B, nada de lo que se vaya a escuchar será cierto, al menos nada de lo que pueda afectar a la líder del sector. Para estos, no hay arrepentidos que valgan. Será una patraña armada por el macrismo para impedir que el gobierno de la década ganada retorne al poder.

El sector A no entiende cómo el sector B se cierra a tantas evidencias. Y el B jamás comprenderá cómo el A no ve que los jueces manipulan pruebas y presionan testigos.

Durante el juicio oral, no habrá necesidad de leer las noticias para saber en qué sentido estarán dirigidas. Con saber quién las dice, será suficiente.

Agrietados. Serán apenas unas cuantas paladas más de los que cavan en el fondo de una grieta convertida en una de las mayores obras de ingeniería de la historia argentina. Nutrida en el pasado reciente de casos como el de Maldonado (accidente vs. asesinato) o el del policía Chocobar (seguridad vs. gatillo fácil), y que esta semana tuvo otro nuevo round con el caso Venezuela.

Macri se reunió con Tabaré Vázquez y Venezuela fue un tema ineludible sobre el cual Uruguay mantenía cierta neutralidad, similar a la de México.

Desde una de las costas de la grieta, se informó que ambos suscribieron un fuerte reclamo para que Maduro convoque a elecciones libres. Desde la otra, se informó que el argentino no logró convencer a su par de imitar su drástica postura con el venezolano.

Lo cierto es que ambas informaciones eran correctas, pero parcialmente correctas. Macri sí logró que Tabaré lo acompañara en una declaración que pedía “encontrar una solución democrática” con elecciones libres. Pero no logró que se sumara a su postura de reconocer a Guaidó y exigir la renuncia de Maduro.

No era blanco o negro. Era gris.

¿Venezuela es la republiqueta bananera en la que se convertirá la Argentina si gana Cristina? ¿O es el fiel ejemplo de cómo un gobierno democrático que brega por el pueblo soporta un intento de golpe de Estado, como acaba de denunciar Carta Abierta?

Qué bueno sería que a preguntas sencillas le correspondieran respuestas igual de sencillas.

Pero ni Maduro es el gobierno que brega por su pueblo ni la Argentina será Venezuela por más Cristina que venga. Los Kirchner estuvieron 12 años en el poder y no lo hicieron. Lo de ellos fue un capitalismo heterodoxo con relato chovinista y toque autoritario, no el realismo mágico de un "socialismo caribeño". Y si lo hubieran querido hacer, tampoco lo habrían logrado. La cultura histórica del país no lo permitiría.

Miedo. Cristina y Macri son una mezcla de lo que quienes los defienden dicen que son y de lo que quienes los atacan dicen que son. La realidad es así de compleja, no el alimento deglutido de la Argentina binaria.

Ellos encarnan a esa grieta social e informativa que suele hacerse un festín en tiempos electorales. Y esa grieta es la representación del miedo de una parte de la sociedad a cuestionar sus propias creencias y a comprender las razones del otro.

Les parece una trinchera segura.

Pero es un simple pozo ciego.

© Perfil.com

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