Por Laura Di Marco
"Yo
estoy 50 y 50, me parece bien que hayas tomado vos la decisión. Me quitaste un
peso de encima", se sinceró Macri ante Vidal apenas le anunció por teléfono
que no lo dejaría solo en la contienda de octubre.
El último fin de semana de
enero, en Chapadmalal, Macri había escuchado argumentos a favor del desdoblamiento electoral, en medio de una
larga conversación con un conocido periodista, que casi lo convence.
La filosofía
duranbarbista y el "ala política tradicional" son parte de su grieta
interna, que siempre se agita ante las encrucijadas difíciles. Y la de 2019 es
una de ellas: el Presidente y la gobernadora no solo se juegan el futuro
de Cambiemos , sino el eventual final de
la carrera política de Cristina . "Una nueva derrota
implicaría, sin duda, el fin de su liderazgo, pero no del kirchnerismo",
evalúa Vidal en la intimidad. Es consciente de que un paso en falso lo echaría
todo a perder. Pero ¿no fue demasiado arriesgado, demasiado rápido? No.
"La mejor prueba de que fue la decisión correcta es cómo me sentí al día
siguiente: aliviada", deslizó en reuniones privadas.
Sin embargo,
más allá de los argumentos que se esgrimieron en público -y que siempre son
verdades políticamente correctas, es decir, a medias-, ¿qué proceso íntimo
desactivó una jugada que apuntaba a darle mayor volumen político a su figura,
como lo era la de adelantar las elecciones bonaerenses? Confluyeron muchas
razones -la opinión de Durán Barba , uno de sus hacedores,
pesó mucho-, pero la más profunda habría que ir a buscarla a esa sutil conexión
entre la psicología y la política. La verdad suele esconderse en los detalles
y, a veces, en las pequeñas anécdotas. Unos sábados atrás, María Eugenia Vidal cenó con Mirtha Legrand en
el Costa Galana. Un gran show político, con una gran previa estética:
en un salón contiguo al comedor de Mirtha hay un glamoroso espacio de
maquillaje y peinado para los invitados. "Por favor, no me hagas rulos muy
marcados, no quiero cambiar mucho mi imagen, sobre todo en un año electoral ", le rogó la
gobernadora al peluquero que la atendió. El episodio, que parece trivial,
encierra tal vez el mayor secreto en la construcción de su éxito.
¿Qué
significa? Más allá de los estudios de Durán Barba, algo en su interior supo
que el mejor "negocio" político que siempre debía atender es
conservar la imagen que la llevó a la cima y que la convirtió en la líder con
mejor ponderación del país, nueve puntos por encima de Macri. Su imagen
representa lo opuesto a Cristina y ella lo sabe: sencillez, humildad, sana
"ingenuidad" ante la "rosca", maquillarse sin que se note,
transmitiendo la "pureza" de la cara lavada. En una palabra, Vidal
asume la representación de esa ciudadana común, con buenas intenciones, una
cruzada contra la trama mafiosa argenta, que no se deja corromper
por los oropeles del poder ni los vicios de la "rosca" mal entendida.
Más allá de que ese personaje sea real o no, la política está hecha sobre todo
eso: imágenes y representaciones. Como la propia gobernadora suele decir en
privado: "No gano elecciones yo, sino lo que represento".
La jugada
del adelantamiento la mostraba en la vereda opuesta. Desplegándose en una
estrategia electoral que la beneficiaba -y supuestamente también a Macri-
corría el riesgo de que la gente empezara a verla como una especuladora,
practicando justamente aquello que había venido a combatir. Peor aún: en el
imaginario colectivo la conectaba con la manipulación cristinista. Entendió
que, aunque la táctica resultara en el corto plazo, a la larga hubiera sido
asesinar a la gallina de los huevos de oro.
La decisión
final se tomó en un almuerzo en la casa de su jefe de Gabinete, Federico Salvai , donde se juntaron
con Marcos Peña y Durán Barba. Allí, el
ecuatoriano desgranó números y argumentos. Mostró una intención de voto
considerablemente mayor que en enero de 2015 y con el agregado de unos 65
intendentes nuevos de Cambiemos que, naturalmente, antes no tenían. En efecto:
cuatro veranos atrás Vidal perdía por diez puntos contra los precandidatos K
Aníbal Fernández y Julián Domínguez ; incluso, en
2017, Bullrich perdió las PASO contra
Cristina y en ambos casos la remontaron en las generales con la inestimable
ayuda del universo anti-K. "Y más todavía: en enero y en abril de 2017
tenía encuestas en las que perdía. Nos olvidamos, pero 2016 fue un año casi tan
malo económicamente como el año pasado", exagera Vidal en la intimidad de
su despacho. En su foto mental, sin embargo, las variables de 2017 son
similares a las de 2019. Ella repite como un mantra que en 2015 la gente
desafió al "sistema" cortando boleta. Claro que con Aníbal Fernández como amenaza política
cualquiera se sentiría motivado a eso y mucho más. En esta ocasión, sin
embargo, no parece haber malos tan perfectos. La mayor acechanza es la baja
performance de Macri en el conurbano bonaerense, que podría arrastrarla a ella
y no viceversa. Quienes conocen a fondo la lógica de la política bonaerense
aseguran que, en una elección unificada, el nombre que más tracciona es el del
candidato a presidente.
Otra pieza
duranbarbista que la convenció es que si iba sola a la elección bonaerense
corría el riesgo de que el kirchnerismo le nacionalizara la elección y la
pusiera contra las cuerdas a responder por la economía nacional. Se imaginó
esta escena: una contienda en junio, con un Kicillof candidato a gobernador achacándole la
culpa del "fracaso" económico de una provincia que ella gobernó
durante los últimos tres años y el PJ durante 28. Sintió horror.
Los machos
alfa de la política interpretaron la unificación como una declinación de su
propia autonomía. Ella lo ve al revés. Mentalmente evalúa tres ejemplos de
independencia: la decisión de no aplicar en la provincia el protocolo de
seguridad de Patricia Bullrich (caro para el universo de Macri), la
inauguración de un espacio de la memoria con Estela de Carlotto y la restricción
del uso de las pistolas Taser al grupo Halcón.
El
excéntrico ecuatoriano tiene un hechizo especial sobre las principales figuras
de Cambiemos, basado en hechos muy tangibles: desde 2005 ayudó a ganar todas
las elecciones y fue crucial a la hora de sostener la candidatura de Vidal
frente a Aníbal Fernández, cuando todo el "círculo rojo" -sin
excepción- lo acusaba, por lo menos, de ingenuo frente a las viejas argucias
del peronismo argento.
¿Espera su
momento sin que se le note la ambición? Es probable. Internamente hace un
balance de daños y beneficios. ¿Disfruta el poder o lo padece? Ambas cosas,
pero más bien lo disfruta. Desde su divorcio de Ramiro Tagliaferro, a
pocos meses de haber asumido como gobernadora, no se le conoce pareja. Tiene
salidas, presentaciones discretas en casas de amigos los días que no comparte
con sus hijos, pero ninguno logró atravesar la barrera para convertirse en
pareja. ¿Le pesa? Sí. "Pero reconozco que no soy una mujer fácil para invitar
a cenar", bromea, en la intimidad. En su interior sabe que, envuelta en la
adrenalina de construir poder, no es sencillo hacerle lugar a un otro. Mira a
su alrededor. "La mujer con poder, en general, está sola". La idea
domina su diálogo interior. Es el costo que pagan las mujeres mientras
ascienden. Un peaje demasiado alto que no suelen tener los varones en la misma
situación y que pasa inadvertido.
© La Nación
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