Por Tomás Abraham (*) |
En lo
referente a los grupos de poder, era habitual conectar la representatividad de
las fuerzas sociales con los intereses de clase.
Las clases sociales aparecían como fijadas en el proceso de producción de bienes. Su valor se distribuía entre los que entregaban su fuerza de trabajo y los propietarios del capital. ¿Podemos afirmar que este esquema binario definido como "explotación" está en desuso?
Creemos que
no del todo. La diferencia de este capitalismo globalizado con el capitalismo
industrial es que la fuerza de trabajo ya no se restringe a la clase obrera, no
se caracteriza por el trabajo manual, y el proletario definido por el mero
hecho de reproducirse –deriva de prole– dejó de ser la mayoría social.
Y por el
lado del capital, su propietario, el capitalista, no es el dueño de una fábrica
que todo lo controla con un ojo ciclópeo; hoy en día la propiedad se
dispersa en corporaciones y sociedades que cambian de manos en segundos.
Cuando se dice que unos pocos en el mundo poseen la mitad de la riqueza mundial
no se habla de plata en un par de bolsillos, sino de un rostro que con solo
presionarlo se diluye en millones de pequeñas máscaras anónimas.
Respecto de
los costos: ¿cuánto cuesta un cambio?, ¿quién lo financiará?
Partamos de la base de que el mundo no cambiará porque a la Argentina parece no
convenirle cómo funciona. El mundo es así, y no de otra manera. Hay un mercado
mundial, y quien no lo integra desaparece, es la autofagia; país que se
encierra se come a sí mismo.
El Estado de
bienestar podía dentro de sus fronteras nacionales solventar el
gasto social, la inversión en obras públicas y la gestión de polos
estratégicos, con la recaudación fiscal y el excedente comercial.
Pero la
historia no se detuvo, no tiene fin.
Apocalipsis. Es demasiado fácil estar poseído por sensaciones
apocalípticas y decir que la verdad es una sola para quien la quiera ver, que
América Latina está dominada por el narcotráfico, que en el África hay
epidemias de hambre, que hay niños esclavizados o abandonados en carpas y
celdas, etc. La lista de los dolores del mundo es infinita. Cualquier locutor
puede sacar patente de sensible con su enumeración.
Tampoco
convence la altanería de quienes sostienen que no tenemos que hacer más que
copiar lo que hicieron los países “exitosos”, haciendo gala de una ingenuidad
bastante sospechosa. Este “éxito” tiene historia y geografía, tiene
masacres y colonias, sometimiento y racismo.
Además,
nunca faltan los agoreros, revolucionarios de ficción, que nos dicen que el
sistema tal como funciona está bichado y tiene fecha de defunción. No hay
capitalismo eterno, nos confirman, y predicen nuevas crisis globales. Pero,
queridos analistas de lo obvio, no hay vuelta atrás, la destrucción
creadora sigue su marcha, y la imaginación lanzada al futuro deberá
esmerarse un poco más para serle útil a un eventual futuro gobierno popular. No
alcanza con predecir que el sol se apagará algún día.
De nada
valen estas retóricas inconsistentes.
Periferia. Nuestro país es una entidad nacional
periférica, dependiente, alejada de los centros del poder, pequeño en cuanto a
su fuerza productiva, y sin peso en el concierto internacional.
Lamentablemente, a veces no lo percibimos, vivimos engañados por lo
imponente de nuestras cataratas y por las gambetas de Messi.
Nosotros, en
la Argentina, no hablamos de política: todo el tiempo se nos va la energía en
hablar de los políticos. Nos dedicamos al espectáculo y a las puestas
en escena de la democracia representativa. Estudiamos los gestos y las
expresiones de los actores de un guion que se repite. Seguimos al detalle a
quienes se juntan, los que se separan, los grupos que se escinden, por donde
circulan, o cuándo panquequean.
En un año
electoral con un sinnúmero de elecciones entre PASO, provinciales
escalonadas y nacionales, los medios masivos de comunicación estarán poblados
de profesionales de la política, candidatos vitalicios, figuras a estrenar, y
de comentaristas y columnistas dedicados a estos personajes.
Se eludirán las
antedichas preguntas sobre fuerzas sociales y costos, con expresiones de
deseos, denuncias, ajustes de cuentas, vocinglerío de venganza y promesas
mesiánicas.
Se escucha
una voz unánime que quiere un cambio. El gobierno actual se apropió del
verbo y se hace llamar Cambiemos,
y del lado de enfrente, hay un sinnúmero de voces que quiere cambiar a
Cambiemos por un nuevo cambio.
Como si
viviéramos en una sociedad radicalizada que no le teme a la aventura, que deja
una piel tras otra, que tal pueblo adolescente siempre quiere comenzar de cero.
Es lo que hacen los emprendimientos fraudulentos que dejan boyando a sus
acreedores cambiando su razón comercial y desapareciendo del mapa.
2 Hablemos de costos. ¿Cómo financió el kirchnerismo su
política? Con un estado quebrado y barato, con cesación de pagos,
con superávit fiscalpor reducción del gasto interno con la abrupta
devaluación del peso y por el superávit comercial debido al aumento de las
materias primas, en especial la soja.
¿Cómo
financió la suya el macrismo? Con plata prestada. Los dos con
políticas integradas al mercado mundial, uno con bienes primarios, el otro con
deuda. El primero dejó la herencia del desinfle y el estancamiento por
quedarse sin divisas, y el segundo sin iniciativas propias por tener divisas
que son ajenas.
La deuda
externa solo ha servido para que los particulares fuguen divisas al exterior o
bajo el colchón, y para solventar gastos corrientes. Las inversiones en obras
públicas han menguado o están paralizadas.
Fugas. El país se ha quedado nuevamente sin moneda
nacional. Cuando decimos que deberíamos admitir que vivimos bajo un esquema
bimonetario, reconocemos una realidad que una minoría disfruta, pero la mayoría
padece. Para que cambie, se pueden tomar las siguientes medidas. Una es la caza
de arbolitos y el control de cambios, su resultado fue una fuga de ochenta
mil millones de dólares desde 2008 a 2015 (Ismael Bermúdez, Clarín,
29/12/2018), y durante la gestión macrista, cincuenta y cinco mil
millones (ibíd), o sea el equivalente al préstamo del FMI. De
acuerdo con los datos que el periodista cita de la Asociación Argentina del
Presupuesto correspondientes a los de la Administración
Pública Nacional, en 2018 se retiraron del mercado local cuarenta mil
millones de dólares.
¿Es esta la
“lluvia de inversiones” anunciadas en la campaña de Macri de 2015?
Hace pocas
semanas, en su columna en el diario La Nación, el economista y
consultor premium Orlando Ferreres analizó
la situación financiera del país y nos dio un cuadro de situación. Fue
breve, nada retorcido, bien directo, rápido. Como una bomba.
Dice que la
deuda pública en Argentina es del 80% del PBI. Sostiene de acuerdo con nuestra
historia económica que cada vez que la deuda supera el 25%, el país se dirige a
un cuello de botella financiero. Por lo que será necesario en los
próximos años llegar a ese cuarto del PBI en materia de deuda. Si las
matemáticas no mienten, la reducción respecto del presente es de un 75%.
Preguntamos: ¿cómo se reduce una deuda? Pagando, imaginamos.
Por otra
parte, nos dice que hay países en los que la deuda es aún mayor que en
el nuestro, es el caso de Italia, que llega a un 130% de su producto
anual. Lo que le llama la atención es que no padece un fenómeno
inflacionario. Y lo subraya, porque otro de nuestros males es la
inflación.
Ferreres
afirma que debemos llegar al 2,5% de inflación por año, es lo normal, es la
tasa existente en los países llamados exitosos. La nuestra es del 45%,
y para llegar al 2,5%, debería reducirse, si los números no mienten, un 95%.
Por otra
parte, considera fundamental bajar los impuestos que agobian al consumo y a los
sectores productivos. Y a pesar de esta reducción, piensa que es imprescindible
tener un “fuerte” superávit fiscal entre 2020 y 2030. De lo contrario,
suponemos, no se pagaría el 75% de la deuda.
Hay un
sinnúmero de voces que quiere cambiar a Cambiemos por un nuevo cambio. Pueblo
adolescente que quiere recomenzar de cero.
Bajar
impuestos, pagar todo lo que se debe, inflación como en Alemania, que nos sobre
plata …saquemos la maquinita de calcular. Hagamos la cuenta: diez, nueve, ocho,
siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno….PPPUUUMMM CRASSHHHHH!!!
El analista
de costos ha quedado muerto sepultado por su hipótesis.
3 Pero entonces, ¿cómo hacer de la Argentina un país de acumulación de
capitales, ahorro interno, inversión en fuerzas productivas, en recursos
humanos, y participación creciente en el mercado mundial de bienes y servicios?
O podemos
enunciar otra pregunta de más fácil respuesta, ¿cómo hacer de nuestro país un
socialismo de Estado, con igualdad en la carencia, emigración masiva, deserción
de profesionales, y guerra interna?
¿Qué dicen al
respecto Sergio Massa y Graciela Camaño, Lavagna padre
e hijo, Juan Manuel Urtubey, Felipe Solá, Elisa Carrió, Cristina Fernández de
Kirchner, Martín Lousteau, Carlos Zannini, Axel Kiciloff y Gabriel Mariotto, María Eugenia Vidal y Gabriela Michetti,
y todos los responsables de las últimas administraciones?
Hablar de
“desarrollo” es lo que los nominalistas definían como flatus vocis
–palabra vacía–, es lo mismo que definir una política en términos de
“progreso”, la lista puede prolongarse con términos como “igualdad”, “justicia,
“corrupción”. ¿A qué se debe este vaciamiento semántico del vocabulario
político?
A la elisión
de las preguntas del principio: los costos, y los beneficiarios. ¿Por qué se
las elude? Porque la respuesta no es binaria ni moral. No alcanza con
asomarse a un balcón y bramar, o decorar con globos amarillos una fiscalía.
Culpar al establishment es escupir para arriba. El país no tiene
capacidad de ahorro interno sin el empuje del capital privado. Predicar que
sobran un millón de empleados públicos que deberían ser arrojados a la calle es
amenaza de matón de porcelana. Roberto Alemann,
con más honestidad y buena fe que aquellos que lo imitan, congeló en marzo
de 1982 los salarios estatales; un mes después Ubaldini salió
a la calle y Galtieri invadió
Malvinas.
¿Qué
invasión podemos proponer hoy para ocultar una crisis? Ninguna, es evidente. Ni
una guerra con Chile ni con los ingleses y menos un Mundial.
Se trata de
pensar políticas desde un lugar frágil y dependiente, sopesar sus costos y
posibles beneficios; no es recomendable hacerlo con astucia de zorro, ni con
rugido de león, ni con velocidad de liebre, ni con aullido de hiena, ni con
secreción de zorrino, ni, la más común, con la parsimonia del oso perezoso.
Habrá que
bancarse las preguntas, como decía
un filósofo ya hace tiempo.
(*) Filósofo
© Perfil.com
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