Por Loris Zanatta (*)
Si la "izquierda" está con los Maduro, que no se queje de que
la "derecha" se incline hacia los Bolsonaro y la gente los vote en
masa.
Los únicos que deberíamos quejarnos somos nosotros: los que no amamos ni
a los unos ni a los otros y no creemos que haya Dios o "pueblo" por
encima de todo; los que miramos a la realidad más que a los deseos, a los
hechos más que a las palabras y a la razón más que a la fe; los que no nos casamos
con un partido de por vida, no le debemos nuestra felicidad a un redentor, no
abrazamos una ideología como una religión, no llevamos puesta la camiseta de un
líder ni vamos a la cancha a hinchar por él. Y si vamos, no cubrimos de
insultos al árbitro porque cobra faltas a nuestro equipo: nunca aceptaríamos
ganar jugando en una cancha inclinada, como lo ha estado haciendo el chavismo
durante veinte años, antes de cerrar la cancha, porque ni siquiera así lograba
ya ganar.
Liberté, egalité, fraternité:
¿cuál de estos nobles principios el régimen chavista no ha pisoteado,
humillado, prostituido? Miseria, violencia, muerte, tortura, éxodo, corrupción,
narcotráfico: ¿qué más necesitan para quitarse la venda de los ojos? ¿No
entienden que al quedarse sobre ese carro llevarán al barranco hasta las buenas
intenciones y los mejores ideales? ¿Que vacunarán contra ellos a quién sabe
cuántos en el mundo? Recobren el juicio; tómense un antídoto contra el hechizo;
salgan de la resaca de la borrachera ideológica; maten al zombi que ha tomado
posesión de su cuerpo y de su mente.
Oí evocar a Girón, a Vietnam, a La Moneda. La historia es un
supermercado: cada uno le saca lo que le sirve. Cuánta excitación con solo
escuchar el nombre de Estados Unidos; debe ser un complejo. Como el toro frente
al paño rojo, pierden la luz de la razón, comienzan a perseguirlo bufando y
babeando; con tal de cornearlo, pasarían por encima de madre e hijos. ¡Qué no
darían por ser atacados, qué no harían para ser invadidos y actuar de víctimas
sobre la piel de su propio pueblo! Lo peor es que en la Casa Blanca circula
tanta locura que le podrían dar el gusto. No les importa lo que es mejor para
los venezolanos, no intentan ponerse en su lugar, no tienen sensibilidad para
su destino: los pobres y los perseguidos son tales solo si profesan su fe; los
derechos son humanos solo si son de su equipo.
No hacen caso a que, junto con Estados Unidos, docenas de gobiernos de
diferentes colores se han expresado del mismo modo; que hay una manera muy
simple de eliminar toda "injerencia" y ahuyentar a los fantasmas
violentos: celebrar elecciones regulares, permitir la ayuda humanitaria,
respetar los derechos humanos, plegarse a la democracia dejando de pisotearla.
La solución más obvia no les viene a la mente.
El "perfecto idiota latinoamericano" es un genio, en
comparación. Vayan a YouTube, hagan clic en cualquier video de Maduro: ¿no
sienten el rubor subir a las mejillas? ¿A quién recuerda más: a Ricardo Lagos o
a Benito Mussolini?; ¿a Felipe González o a Francisco Franco? Esa retórica
vacía, esos rituales barrocos, esos gestos pomposos, esos lemas anticuados y
gastados, esa mala fe incontenible mezclada con hipócrita paternalismo hacia
"los pobres", carne de cañón sobre los que fabrican sus imperios.
La estética de la "izquierda" populista latinoamericana no ha
dejado nunca de ser falangista; el lenguaje de sus líderes es una muestra del
fascismo "eterno", diría Umberto Eco: machismo, vitalismo,
maniqueísmo, arrogancia, fanfarronadas, teatralidad. La antecámara de la
ineptitud. ¡Cuánta ineptitud en Venezuela! Será que al fin y al cabo son
liturgias religiosas adaptadas a la era secular; evocan un mundo antiguo:
pecado, culpa, sacrificio, confesión, conversión, martirio, sangre, muerte,
resurrección. Los caudillos revolucionarios latinoamericanos son españoles
viejos, de un tipo que España ha dejado de producir hace mucho tiempo. ¿La
"izquierda" quiere hundirse con la bandera del antiguo imperio
español entre las manos? Además, ¿invocando a Bolívar? Como quiera: una
carcajada la enterrará.
Cuando escuché tildar de "golpe" la proclamación de Guaidó, mi
memoria voló al viejo Fidel Castro: le encantaba recordar a un antiguo jurista
español; jesuita, por supuesto. Interpretado a su manera, claro, decía más o
menos esto: la insurrección justa se hace en nombre del bien y se llama revolución;
la insurrección injusta se hace en nombre del mal y se llama golpe de Estado.
¿Quién establecía qué era el bien y qué el mal? Dios, o sea él. Así ven el
mundo ciertas personas: en blanco y negro. Pero si es así, lo que llamaron
"golpe" es una revolución extraordinaria. Una revolución con mucho
pueblo. ¿Cómo llamar al río humano que se volcó a las calles en todos los
rincones de Venezuela? Ese pueblo no pide por Trump ni por Bolsonaro: quiere
deshacerse de Maduro y su camarilla, volver a vivir y respirar. Lo haría en las
urnas si le dieran la oportunidad; si lo hace en la plaza, es porque las
bayonetas vigilan las urnas que el régimen manipula. "Revolución" y
"pueblo": en Venezuela la "izquierda" logró quedarse huérfana
de ambos. ¡Qué torpeza!
Con Venezuela, la "izquierda" latinoamericana se está
suicidando. Tocó el fondo y continúa cavando. Quién sabe si a fuerza de hacerlo
no acabe por encontrar la luz y descubrir las razones que, hace mucho tiempo,
indujeron a la izquierda reformista europea a liberarse de los demonios
maximalistas y las utopías redentoras; a medirse con el mundo tal como es y no
como debería ser de acuerdo con sus biblias. Me gusta verlo así, pensar que,
ciertos traumas duelen al salir a la luz, pero ayudan a crecer. Quién sabe si
Maduro no cumplirá al menos esa función, que daría sentido a su paso
-aparentemente sin sentido- por la historia: la de archivar con sus fechorías
la oscura historia de la izquierda antiliberal en América Latina y favorecer la
germinación de la izquierda liberal: hija del humanismo, no de la Inquisición;
sobrina de Erasmo, no de Torquemada. Una izquierda tolerante y racional,
pluralista y reformista. Nos liberaría de un solo golpe de los Maduro y de los
Bolsonaro.
(*) Ensayista y profesor de
Historia en la Universidad de Bolonia
© La Nación
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