Jair Bolsonaro |
Jair Bolsonaro puede haberlo aprendido de Macri : evitar
describir cabalmente una situación de entrada incuba a la larga problemas
peores. La herencia de la herencia.
El miércoles pasado, cuando el presidente
brasileño se presentó en la Cámara de Diputados con su proyecto de reforma
previsional, no ahorró dramatismo: "Contamos con el compromiso de ustedes
para salvar a Brasil económicamente. No tenemos otra salida", dijo. Iba al
meollo de una dificultad estructural. Como pasa en casi todos los países de un
mundo que crece en población y expectativa de vida, el sistema de jubilaciones
pone en juego el futuro brasileño: acumula casi 80.000 millones de dólares de
déficit que contribuyen a un rojo fiscal del 7,09% sobre el PBI. El deterioro
lleva años y es creciente. Si en 1992 cada jubilado era sostenido por 12
habitantes, en 2015 la relación quedó en 1 a 7.
Nada que deba sorprender aquí, donde por cada jubilado hay menos
de cinco argentinos. Fue el lado oculto de la vuelta al sistema estatal,
celebrada en 2008 casi por todos los sectores, incluidos empresarios y
contribuyentes que deben ahora afrontarlo con la mayor presión impositiva de la
historia. El día en que Cristina Kirchner anunció que enviaba el proyecto al
Congreso, el entonces presidente de la Unión Industrial Argentina aplaudía
desde el público. Proyecciones anteriores a esa fecha, como por ejemplo
informes del estudio Ferreres, eran bastante más alentadoras que lo que
pregonaba una administración ya entonces necesitada de caja: el sistema
quedaría en equilibrio en un plazo de entre 15 y 20 años. ¿Qué habría pasado
si...? La discusión es contrafáctica.
Bolsonaro parece decidido a que si asume el costo político
de bajar el desequilibrio al menos sea para resolverlo para siempre. Macri no
pudo: después de una lluvia de pedradas frente al Congreso y con la oposición
pidiendo la cancelación del debate, logró en diciembre de 2017 aprobar una
reforma previsional que no soluciona el desfase, sino que, en el mejor de los
casos, no lo agravará en los próximos años siempre y cuando la Argentina crezca
y reduzca la inflación.
No es sencillo en ningún lugar del mundo. ¿No tiene un
jubilado derecho a un haber digno? La propuesta del gobierno brasileño, que
presentó el proyecto justo en la semana en la que Gustavo Bebianno, secretario
general de la presidencia, dejaba el cargo en medio de acusaciones por
supuestos desvíos de fondos de la campaña de Bolsonaro, es introducir por
primera vez un mínimo de edad jubilatoria de 62 años para las mujeres y 65 para
los varones. Los brasileños se jubilan ahora en promedio a los 55, porque solo
basta con tener los años requeridos de aportes (30 y 35 años, respectivamente),
lo que supone a simple vista una ventaja sobre la situación argentina: si bien
ambos países tienen un similar gasto previsional sobre el PBI (alrededor de
8,5% si no se incluyen cuestiones como asignación por hijo, pensiones no
contributivas y salario familiar, según la consultora OJF), Brasil ofrece un
margen mayor para ajustar a través de los límites de edad. Más grasa y menos
músculo, graficaría Prat-Gay. La iniciativa se completa con una idea que Paulo
Guedes, ministro de Economía formado en Chicago, asimiló seguramente en sus
años de docente en la Universidad de Chile: la posibilidad de sumarse a un
régimen voluntario de capitalización de manera paulatina en 12 años.
Si el proyecto pasa, calcula Bolsonaro, Brasil ahorrará
310.000 millones de dólares en los próximos diez años. Casi el PBI de Colombia.
Pero pocos apuestan por el éxito. El economista Federico Furiase cree que, si
llegara a aprobarse, esa reforma cambiaría la agenda del Mercosur: Brasil le
dará una mayor competitividad a su economía y la Argentina estará obligada a
apurar cambios para no quedar rezagada. El desequilibrio fiscal es siempre la
contracara de la presión tributaria. De ahí el interés de las empresas en este
tipo de proyectos. Incluidas las de la Argentina, que viven un pésimo momento:
ni siquiera la última devaluación alcanzó para beneficiar a todas, no solo
porque muchos costos se han ido dolarizando en los últimos años, sino también
porque la recesión de Brasil, que aflojó recién en el último trimestre de 2018,
obligó a los exportadores argentinos a competir allí a precios bajos.
Son temas de larguísimo plazo en un año electoral. A Macri
le competen solo si es reelegido. Si eso ocurre, deberá sumarle el impacto
político de la nueva etapa de Brasil. El más obvio se verá en el narcotráfico y
en la relación con Trump. Si, como afirman en el ejército brasileño, Bolsonaro
está decidido a arrinconar al crimen organizado, la Argentina tendrá que evitar
que el Comando Vermelho, el Primer Comando da Capital y otras 20 agrupaciones
más pequeñas continúen el negocio aquí. Le pasó a Venezuela con Colombia: parte
de la producción de coca que en su momento iba a las FARC terminó, tras el
acuerdo de paz, abasteciendo al Cartel de los Soles del otro lado de la
frontera, en San Cristóbal. Los norteamericanos sospechan que ahí está parte
del negocio de los generales fieles a Maduro.
Brasil será en ese aspecto un socio de Trump. Bolsonaro dio
el miércoles un anticipo al anunciar, en Twitter, el envío de alimentos y
medicamentos de Roraima a Venezuela. Esos cargamentos, escribió, estarán
disponibles para ser retirados "por el presidente a cargo, Juan
Guaidó". Más elocuentes, Trump o Maduro.
Son afinidades estratégicas que se suman a una marca de
origen común: Bolsonaro y su par norteamericano llegaron al poder pese al
rechazo del establishment político, académico y mediático, y esa circunstancia
los inclinará siempre a congraciarse más con sus respectivas bases de votantes
que con los dogmas de corrección política. Es el mejor modo de entender sus
palabras y decisiones.
Macri recorrió en cambio el camino inverso: la realidad lo
obligó a reemplazar su arranque gradualista por un ajuste que nadie sabe si
concluyó o fue suficiente. Si Bolsonaro acaba de llegar, él se juega una
segunda oportunidad en octubre. Su tarea volverá a ser desde entonces encontrarle
la vuelta a lo que parece una trampa: un país con gasto público histórico y
baja productividad que, al mismo tiempo, rechaza los ajustes, la inflación, la
deuda y la presión impositiva. Quienes conocen al Presidente afirman que ese
anhelo de revancha es lo que lo empuja al segundo mandato.
"Bolsonaro somos nosotros", tranquilizó Marcos
Peña a fines del año pasado cuando, en una reunión de gabinete bonaerense,
alguien planteó una inquietud: ¿y si aparece un candidato antisistema? El
proyecto previsional brasileño será un buen ensayo para constatar las nuevas
demandas de la región y, al mismo tiempo, dilucidar cuestiones de fondo: hasta
dónde estas propuestas resultan viables, qué tan sostenibles son la Argentina y
Brasil desde la óptica fiscal, cuál de los dos tiene porte de líder regional y
quién deberá aprender de quién.
©
La Nación
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