miércoles, 20 de febrero de 2019

‘Bocachancla’ mental

Por Isabel Coixet
Según el urban dictionary, un o una ‘bocachancla’ es una persona que habla más de la cuenta: una persona indiscreta y bocazas. Todo el mundo, en algún momento de nuestra vida, lo hemos sido y lo somos. ¿A quién no se le escapa un comentario soez, malvado, desafortunado o, directamente, una confidencia que juramos no contar jamás? ¿Quién no se ha cagado en los muertos ajenos al volante cuando se produce un adelantamiento peligroso o cualquier tropelía de un motorista con prisa?

Soy muy consciente de mi propia ‘bocachanclez’ y por eso me mantengo vigilante ante mis salidas de tono, que me dejan siempre un regusto amargo, culpable y triste, que ni aun las disculpas más sinceras consiguen mitigar. También intento distinguir entre el enfado genuino que da lugar a veces a exabruptos que me parecen justificados (aunque inútiles) y los cabreos pasajeros, frutos de manías y fobias que, aunque preferiría no tener, me parece que también forman parte de la idiosincrasia de cada uno y que no necesitan más que un rato de calma para diluirse en el aire.

Pero hay un sector de la vida que siempre consigue sorprenderme por el altísimo nivel de ‘bocachanclas’ que posee y que, sinceramente, pienso que debería hacérselo mirar. Me refiero al fútbol. Cada vez que abro un diario deportivo o miro las noticias deportivas en los informativos, el nivel de insultos homófobos, sexistas y racistas, las metidas de pata, las salidas de tono y la violencia en general me parecen de un nivel difícilmente justificable. Sea en la liga de Primera División, en los alevines o en los clubes veteranos, los insultos que se cruzan entre jugadores, el público entre sí, y entre jugadores y público son de una violencia y una crudeza completamente injustificable y fuera de toda medida. Y las explicaciones de que es un asunto de testosterona, de emoción y de tensión y nervios son una pobre excusa. Un partido de Primera División no es un asunto de vida o muerte, y todo lo que se juega en él es un vago sentimiento de orgullo y pertenencia y muchos millones de euros para unos pocos. El último suceso que ha tenido por protagonistas a los veteranos del club Terrassa es realmente asqueroso: que los de un club insulten al equipo femenino de su propio club porque les iba a tocar empezar su partido más tarde es propio de una pandilla de descerebrados que deberían fregar los vestuarios del estadio cada día para el resto de sus vidas, que es el único castigo que se me ocurre que podría funcionar.

Señores, ustedes tienen un problema que se llama ‘mala educación’. Un problema que tiene solución. De entrada, callarse la boca y, después, aprender a canalizar las emociones, lo que hacemos los demás cuando los vemos a ustedes comportarse como cafres: insultarlos mentalmente y luego pasar a otra cosa.

© XLSemanal

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