Se cumplen 80 años de la muerte del inmenso creador
sevillano
Antonio Machado |
Por Ángel Guinda
Todo clásico es autor de
una obra de lectura en el tiempo: a lo largo del tiempo, pese al paso del
tiempo, contra el tiempo. Para don Antonio la poesía fue, precisamente, palabra
en el tiempo.
Él es
uno de los grandes clásicos de la literatura española. Muchos de sus poemas han
enriquecido mi conocimiento acerca de la existencia humana, del mundo y de mi
propio mundo. Aquellos poemas fecundos, tan suyos, que acaban instalándose en
nuestra vida, en nuestra tradición particular y que, más allá de leerlos, los
recordamos y convivimos en muchas de nuestras situaciones y en muchos de
nuestros actos, retos y frustraciones.
Antonio
Machado es actualmente un poeta más útil que nunca. Su poesía sirve al ser
humano existencialmente, moral, estética, filosófica y culturalmente.
Leer
hoy a Antonio Machado es una reconfortante sobredosis de trascendencia: el
consuelo de comprobar que la verdad aún no es mentira, porque nunca será
mentira la verdad. Es también un faro ético, didáctico y de conciencia crítica
que nos previene de los inconvenientes de las prisas, de la banalidad, nos
recuerda la importancia del trabajo bien hecho y agudiza nuestra sensibilidad
respecto a temas tan importantes como la vida, la muerte, el amor, la ausencia,
la soledad, la solidaridad, el paisaje que nos funda contra tanta confusión, y
los posos que nos deja el peso del tiempo.
Solo o
acompañado -¿o acompañado pero solo?- he cultivado desde mi adolescencia una
costumbre, espiritualmente enriquecedora: la interiorización del viaje, de la
geografía existencial y literaria de Machado: Sevilla, Soria, París, Baeza,
Segovia, Madrid, Valencia, Barcelona y Collioure.
Los
poemas más verdadera, dolorosa y estilísticamente machadianos (pese a ser toda
su obra verdad, dolor y perfección de estilo) nos demuestran que el secreto de
la autenticidad desgarradora de tanta belleza emocionada reside en la rigurosa
hondura, lentitud y gravedad con que nuestro poeta sedimenta la visión de las
cosas y de los hechos, su decidida comparecencia ante ellos a través de la memoria
afectiva, y la posterior, sabia, fidedigna y sincera traslación de los mismos
hacia el poema.
Hay un
Antonio Machado que, mediante el pensamiento y el sentimiento hermanados,
dialoga con la externa realidad para entablar una profunda comunicación entre
su mundo personal y el mundo.
Hay
otro que monologa con sus fantasmales dioses interiores para no perderse o, si
se cree perdido, para reencontrarse mediante un ejercicio de autoafirmación y
de reconciliación con la vida.
Acaso
sea este último el Machado al que Luis Felipe Vivanco se refiere cuando
escribe: “Machado ha escrito una docena de poemas, única cumbre de la poesía
española contemporánea, que se pueden poner a la par de las Coplas de
Jorge Manrique, del Cántico de San Juan de la Cruz o de los
versos religiosos de Lope de Vega”. Poetas que son parte esencial de su
tradición más arraigada, junto a Fray Luis de León, Bécquer y Juan Ramón.
Leer
hoy a Machado es una actitud de convivencia aplicada entre aquellos poemas
suyos imperecederos y nuestras propias experiencias a las que ajustarlos. Para
mí, unos veinte poemas que nacen del poeta centrado en un espacio mítico
durante un tiempo magnético; que nacen del poeta concentrado en el desierto de
su soledad fértil propiciada por la contemplación activa del paisaje,
fortalecida por el amor y la melancolía y magnificada por el sentimiento de
pérdida que supone la muerte de la amada, Leonor. Entre ellos: “Inventario
galante”, “Desde el umbral de un sueño me llamaron”, “Es la tierra de Soria
árida y fría”, “He vuelto a ver los álamos dorados”, “A un olmo seco”,
“Recuerdos”, “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería”, “Dice la
esperanza”, “Allá, en las tierras altas”, “Soñé que tú me llevabas”, “Una
noche de verano”, “Al borrarse la nieve”, “A José María Palacio”, “A Xavier
Valcarce” o “Estos días azules y este sol de la infancia”.
Releer
a Machado me enseña y recuerda constantemente que las palabras son puentes
tendidos desde el mundo hasta el ser humano que desea transmitir ese mundo; que
la lectura es un diálogo vivo, tolerantemente simbiótico, entre la cosmovisión
del autor y la del lector.
He
considerado de interés recoger la opinión acerca de la lectura machadiana por
parte de dos extraordinarios poetas jóvenes extranjeros y actuales: el iraní
Mohsen Emadí y el bengalí Subhro Bandopadhyay, que residieron varios meses en
Soria con motivo de haber obtenido la Beca Internacional Antonio Machado y me
honran con su magisterio y amistad. Allí escribió Subhro La ciudad
leopardo y Mohsen Visible como el aire, legible como la muerte;
libros editados por Olifante con el patrocinio de la Fundación Antonio Machado,
del Ayuntamiento de Soria y del Ministerio de Cultura.
Dado
que en estos momentos Subrho vive en Nueva Delhi y Mohsen en México D.F., les
solicité unas líneas testimoniales de lo que ha representado para ellos la
poesía de don Antonio y sus estancias sorianas.
Subhro
Bandopadhyay declara: “Me impresionó que, vista desde lo alto, Soria evoca la
forma de un leopardo plácidamente tendido. Las calles y gentes sorianas, el
paisaje, el frío, la nieve, la luz, han enriquecido mi imaginario metafórico.
Ejemplo de ello es este texto: Se podían decir muchas cosas, pero de
momento sólo cae nieve sobre un montón de piedras y se ve un camino lejano como
una raya de ojos. Hay un hombre paseando por allí con su perro. No se oye nada,
sólo el perro está arañando y rascando el aire frío con su pata. De
Antonio Machado aprendí a ponerme en la piel de otras personas, a prestar
atención a sus puntos de vista. Quiero decir que, como poeta, gracias a las
lecturas y relecturas de su poesía, comencé a salir de la cáscara moderna del
“Yo”, y a incorporar preguntas en mis poemas. Sobre todo, me interesan sus
apócrifos, que considero semillas para un poeta del futuro.”
Mohsen
Emadi comenta: “Machado ve en Soria la melancolía amarga de una ciudad que
decae y parece vivir en el interior del poeta. La poesía alza el cuerpo de
Leonor sin escuchar la voz infausta de lo imposible. La poesía sube al Espino y
ve hacerse posible lo imposible. Tenía dieciséis años cuando me topé por
primera vez con su poema “El crimen fue en Granada”. El mayor poeta iraní del
siglo pasado, Ahmad Shamlú, había citado varios versos de dicho poema en su
introducción a la poesía de García Lorca. Yo entonces sabía de memoria todas
las traducciones de Lorca que había hecho Shamlú y, aún antes de conocerlo a él
y tener así acceso a la obra de Machado, había intentado muchas veces, de
distintas maneras, reescribir el poema machadiano a través de aquellos pocos
versos. La elegía a Orten de Vladimir Holan puede ser leída con la
segunda y tercera estrofas del poema de Machado, con la salvedad de que
mientras Lorca cobra espacialidad en Granada, el Orten del poema de Holan queda
en un no-lugar, en la errancia hereditaria del pueblo judío. En cuanto al
tiempo, los poemas de Machado y de Holan dejan a ambos poetas petrificados en
la vecindad de la existencia femenina de la muerte. Machado edifica un túmulo
de piedra y sueño en la Alhambra y Holan construye una estatua del momento en
que el poeta queda inmóvil de modo que la poesía no sabe cómo cobrar vida.
Mucho me aporta releer a Machado, incluso para comprender que un poeta que
escribe elegías a otro poeta está viendo de antemano su propia muerte y dialoga
con ella. Por eso cada elegía es de algún modo un réquiem. A la sombra del
poeta de Campos de Castilla, y junto a tantos poemas, estas
palabras escribí en Soria: Numancia es un cuerpo vivo transformado en
ideal. Una Idea transformada en resistencia. Una resistencia transformada en
muda desesperación. Una desesperación transformada en ruina. Una ruina
transformada en palabra. Yo fui Numancia.”
Leer
hoy a Machado es constatar el gran valor de la diferencia entre lo que es
poesía necesaria y poesía prescindible, entre lo que es poesía y lo que no lo
es. La suya sigue siendo una poesía definitiva, imperecedera. Poesía habitada
por palabras como gérmenes cargados con el silencio y el grito de los
mundos. Poesía palabra de música, fuente de conocimiento y reconocimiento.
Poesía herramienta del espíritu para explorar el misterio de la realidad.
NdeR: Este 22 de febrero se cumplen 80 años de la muerte
de Antonio Machado, en Colliure, Francia. Había nacido el 26 de julio de 1875
en Sevilla, España.
El mañana efímero
Poema de Antonio Machado
La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta,
ha de tener su marmol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
En vano ayer engendrará un mañana
vacío y por ventura pasajero.
Será un joven lechuzo y tarambana,
un sayón con hechuras de bolero,
a la moda de Francia realista
un poco al uso de París pagano
y al estilo de España especialista
en el vicio al alcance de la mano.
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas,
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.
© Revista Turia / Agensur.info
0 comments :
Publicar un comentario