Lavagna rompe el
matrimonio de necesitados entre Macri
y CFK. La estrategia de cada uno.
Por Roberto García |
Del matrimonio por conveniencia, hostil e imprescindible, que la doctora
y el ingeniero conformaron en lo político, ahora puede saltar a un ménage à
trois.
Más allá de la propuesta, fuera de rutina, la alternativa triangular con
un veterano economista exhibe cierta galladura ante el dúo porfiado y odioso de
Cristina y Macri que se reparte la audiencia electoral de la Argentina.
Con 77
años, Lavagna candidato parece innovar más que otros aspirantes de menor
edad y hasta tuvo un golpe de efecto imprevisible que dañó su ego, pero
expandió su conocimiento: una
fotografía con sandalias y medias de lana, de discutible estética,
lo catapultaron más que su cuidado predicamento técnico. Hay aventuras que
provocan efectos imprevisibles. Antes de exponer al trío, mejor revisarlo en
forma individual.
Idea fija. Coinciden, quienes lo visitan a Macri, que un okupa se apoderó de su
cabeza: la reelección. Se ha prometido que ningún tema central lo domine hasta
octubre, menos que una contingencia altere su obsesión comicial, sean encuestas
poco alentadoras, opiniones contrarias, conflictos en la coalición o el rumoreo
sobre una salud acechada. Para más de uno, en rigor, se contagió de un virus
creciente en la región: el temor a la Justicia una vez fuera del poder,
temor que le gana a la voluntad por revertir un mandato de cuatro años en rojo,
a cierta defraudación personal por no haber cumplido con lo que había
mágicamente soñado al comenzar su gobierno. Apela entonces a un mecanismo
preventivo de salvación electoral, igual que la postulante Cristina, las dos
personas que en todo el país se alistan para presidentes en defensa propia, en
curiosa semejanza y necesidad, opuestos, descargando responsabilidades una en
el marido muerto (y sus cuadernillos) y el otro en un padre con capacidades
bloqueadas, casi una réplica del beneficio silencioso que el internado banquero
Moneta, con un ACV congelado desde hace años, le ha concedido como respiración
artificial a más de un ex funcionario. En pocos países se registran episodios
novelescos de estas características.
Se ha convencido Macri de su reelección: se alinearon, según cree, los
planetas a su favor y su única rival, la viuda de Kirchner, no perfora un techo
mayoritario de desaprobación. Con lo cual, en un mano a mano final, dispondría
del triunfo. Para él, de acuerdo a lo que le escriben, ella jamás volverá al
Poder Ejecutivo de la Argentina, algo semejante a lo que opinaban Néstor y
Alberto Fernández cuando Macri se postulaba a la jefatura de Gobierno porteño
en 2007. Decían en dueto: “Podrá ser presidente, nunca jefe de Gobierno,
la mayor parte de la Capital dice que nunca lo votaría”. Obvio: se equivocaron.
Difícil predecir, para aficionados o expertos, la natural volatilidad del
electorado. Pero el ingeniero se refugia en la estrategia de Peña (y Duran
Barba) con fundamento: hasta ahora nunca le fallaron, vienen invictos en sus
vaticinios. Mientras, responsabiliza a peronistas y radicales de las
históricas frustraciones argentinas y, su propio fiasco económico, lo
descarga en la inicial decisión de haber promovido a Prat-Gay como ministro. Y
a pesar de que ahora, pegado como etiqueta de supermercado, lo acompaña y nutre
Lopetegui, quien trabajó altri tempi con Prat-Gay. Singularidades del optimista
Macri, quien cuenta como un observador, no como un protagonista, incluyendo la
paradoja de que tal vez se reconozca mejor político que gestionador, en
oposición a lo que siempre pretendió vender. Delicias de la vida.
Convicciones. Tan segura y persuadida como él para los comicios se manifiesta
Cristina. Si hasta abandonó ciertas reservas y, por ejemplo, desafía a
enfrentarse con cualquiera en una interna filoperonista (partido al que no
pertenece pero que administra como si fuera propio), al revés de cuando se negó
a confrontar con Randazzo en una riña barrial en la que también ganaba cómoda.
Al margen de nuevas veleidades y a la mudez crónica que ejerce como falso método
recaudatorio de votos (de manual: si gana con el silencio, perderá cuando
inevitablemente hable), se afirma que terminó con los misterios y, a las
personas que le interesan por su importancia les ha comunicado su futura
presentación como candidata presidencial. Al igual que Macri, sus asesores
le garantizan resultados favorables, entienden que se beneficia con el
disgusto colectivo sobre la actual administración. Y que requiere, para ese
emprendimiento, consolidar una estrategia unificadora: ni un solo peronista
suelto, aceptar hasta a los que desprecia, se lo exige la matemática de la
elección. Detalles del matrimonio por conveniencia: uno se favorece con la
división partidaria, la otra se considera más fuerte si nadie se va del rubro.
De ahí que la viuda ya no impone análisis de sangre entre sus partidarios,
objeta a los que emprenden otro rumbo y, con demasiada excitación, sus
cuarentones pollos de La Cámpora han salido a cuestionar la aspiración
presidencial de Lavagna.
Que sí, que no. La esposa belga de Lavagna rechaza
el proyecto de su candidatura, y los tríos seguramente, aun en política, cree
que esta profesión lastima más que sana y, además al ex ministro le falta
cerrar acuerdos con los gobernadores peronistas. Allí radica la demora en su
lanzamiento, la integración territorial de su candidatura, ya
que una parte del círculo rojo parece dispuesto a acompañañarlo. Sin
pronósticos sobre su crecimiento personal, lo cierto es que otros postulantes
del peronismo ya renunciaron a la batalla, de Uñac a Manzur. Urtubey sigue sin
perfilarse a pesar del gasto en la campaña, Pichetto se ha resignado a
competir por el número dos y Massa, algo complicado, no encuentra lugar
adecuado: duda entre ser candidato a gobernador de Cristina o de Lavagna, con quien
hasta hace poco era amigo.
La consigna interior de Lavagna es no aparecer asociado a ningún
fragmento particular del peronismo, hasta corcovea con la insistencia de Duhalde que
lo alienta como si fuera su propio invento, cuando él mismo un día señaló: “Si
yo hubiera sido candidato de Duhalde, me habría elegido a mí y no a Kirchner
para presidente”. Repite ahora una situación del pasado: cuando aterrizó para
ser ministro de Economía en la crisis de 2002, sostuvo: “Acepté porque me debía
esta asignatura, aunque no es la mejor oportunidad”. Hoy podría reiterar lo
mismo, ya que siempre se creyó tocado para conquistas superiores.
Y curiosamente, también aquel año tropezó con cuestiones de
vestimenta como ahora lo reflejan sus sandalias franciscanas y las medias
puestas al revés: entonces usaba un suéter verde de cuello redondo debajo del
traje azul, impropio para cualquier época. Hasta que un gentil corrector le
aconsejó abandonar esa prenda complementaria. Y lo hizo.
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