Charles Chaplin en "Tiempos Modernos" |
Mucha gente se ha ilusionado en Europa con las
nuevas derechas que, frente al entreguismo de los conservadores fanés y
descangallados, se oponen a las políticas de género o se declaran favorables a
la familia. Se trata, en realidad, de la misma golosina con que los
conservadores hoy fanés y descangallados engatusaban a muchos incautos hace
veinte o treinta años; la misma con que los democristianos encauzaron en su día
a otros muchos ingenuos hacia los rediles que convenían al liberalismo.
En su encíclica Quadragesimo Anno (1931),
Pío XI advertía que «aun cuando la economía y la disciplina moral, cada cual en
su ámbito, tienen principios propios, es erróneo que el orden económico y el
moral estén distanciados y ajenos entre sí». Cinco años antes, en The
Outline of Sanity, ya denunciaba Chesterton el error trágico que estaban
cometiendo muchos católicos, dejándose arrastrar por intoxicadores que les
metían miedo con el comunismo, mientras el capitalismo imponía «una
civilización igualmente centralizada, impersonal y monótona», capaz de «crear
una atmósfera y formar una mentalidad» rabiosamente anticomunitarias,
antifamiliares y antinatalistas. Posteriormente, en The Well and the
Shallows (1935), Chesterton desarrollaría esta tesis, afirmando que
«lo que ha destruido la familia en el mundo moderno ha sido el capitalismo: ha
sido el capitalismo el que ha arrasado hogares, alentado divorcios y
despreciado las viejas virtudes domésticas; ha sido el capitalismo el que ha
provocado una lucha competitiva entre los sexos; ha sido el capitalismo el que
ha destruido la autoridad de los padres; ha sido el capitalismo el que ha
sacado a los hombres de sus casas en busca de trabajo…», etcétera.
Parafraseando a Chesterton, podríamos añadir que lo
que ha traído las políticas de género y, en general, todas las ideologías de
disolución familiar y comunitaria ha sido el capitalismo. O, más exactamente,
la ideología liberal que, con su exaltación del individualismo y la
autodeterminación, ha dado forma y sustancia al capitalismo. Esta evidencia
denunciada por Chesterton la proclama exultante Walter Lippmann, uno de los
padres del neoliberalismo, en su obra The Good Society(1937): «Se
ha producido una revolución en el modo de producción. Pero esta revolución
tiene lugar en hombres que han heredado un género de vida enteramente distinto.
Así que el reajuste necesario debe extenderse a todo el orden social por
entero. (…) Debido a la naturaleza de las cosas, una economía dinámica debe
alojarse necesariamente en un orden social progresista. (…) Los verdaderos
problemas de las sociedades modernas se plantean sobre todo allí donde el orden
social no es compatible con las necesidades de la división del trabajo. Una
revisión de los problemas actuales no sería más que un catálogo de tales incompatibilidades.
El catálogo empezaría por lo heredado, enumeraría todas las costumbres, las
leyes, las instituciones y las políticas y sólo se completaría después de haber
tratado la noción que tiene el hombre de su destino en la Tierra y sus ideas
acerca de su alma». Otro padre del neoliberalismo, Louis Rougier, lo establece
también taxativamente en Les Mystiques économiques (1938):
«Ser liberal es ser esencialmente ‘progresivo’, en el sentido de una perpetua
adaptación del orden legal a los descubrimientos científicos, a los progresos
de la organización y la técnica económica, a los cambios de estructura de la
sociedad y de la conciencia contemporánea». El triunfo del capitalismo, de
hecho, se funda en esa «perpetua adaptación» de los hombres al divorcio, al
aborto, al desprestigio de las virtudes domésticas, a la lucha de sexos, a las
políticas de género. El triunfo del capitalismo no sería, en fin, ni
siquiera concebible sin el sometimiento de los pueblos a sus destrozos
antropológicos.
Esta evidencia ha sido siempre ocultada por las
derechas, que han atemorizado a sus adeptos con el fantasma del comunismo, hoy
trasmutado en «marxismo cultural» (que no es otra cosa sino liberalismo
consecuente). La derecha que se declara favorable a la familia, o contraria a
las políticas de género, a la vez que aplaude el orden económico capitalista y
la ideología que lo conforma es tan mentirosa como la izquierda que clama
contra el capitalismo, a la vez que se entrega denodadamente a la destrucción
de la familia y de los vínculos comunitarios. Ambas sirven al mismo amo, a la
vez que satisfacen los mecanismos de la demogresca, que necesita negociados de
izquierdas y derechas para mantener enzarzados a los pueblos (o a las masas
amorfas en que los pueblos degeneran, una vez destruidos los vínculos que los
hacían fuertes).
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