Por Manuel Vicent |
Y aun hoy me veo
arrodillado ante un confesor cuyo aliento dulzón hedía a tabaco de picadura,
que me sobaba para extraerme los pecados de la carne. ¿A quién votará, si vive
todavía, aquella niña pecadora de la falda plisada? La mayoría de los jóvenes
de entonces, rebeldes o no, atendíamos muy a gusto las exigencias de las
propias hormonas sin ser del todo conscientes de la degradación política y
moral que suponía vivir bajo una dictadura.
El ideario de la extrema derecha
remueve en su inconsciente la nostalgia de unos ciudadanos entrados en edad
que, pese a todo, puede que fueran felices en un tiempo en que las consignas
patrióticas te llevaban por el imperio hacia Dios y luego tenías que bajar al
urinario público donde había anuncios contra la blenorragia.
La derecha radical
enmascara aquel pasado casposo con frases heroicas pronunciadas desde la
montura de un caballo jerezano, y mientras a los viejos los recula a la España
del nodo, a los jóvenes los mete en una película hortera de Rambo.
En cualquier guiso,
un solo diente de ajo es suficiente para que todo sepa a ajo. Sucede lo mismo
cuando se usa el franquismo como condimento político. Basta con una pizca para
que una derecha que trata de ser moderada, moderna y europea adquiera el sabor
de un caldo revenido, absolutamente rancio.
© El País (España)
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