Por Isabel Coixet |
Con unos cuantos
nombres, pronunciados rápidamente para que la pronunciación parezca mejor de lo
que es, mis interlocutores se quedan tranquilos y yo puedo ahorrarme hablar a
desconocidos, que normalmente lo único que quieren es que les recomiende un par
de restaurantes donde se coma buen sushi, de las cosas que, además
de la retahíla de nombres citados, siento cercanas a mi corazón de este país,
al que siempre regreso, bien sea para pasear o, como en este caso, para
trabajar. Confieso que me molestan sobremanera los comentarios del tipo
«qué país más raro», «los japoneses no son como nosotros» o «qué
cansancio tanta reverencia»: los comentarios que sólo revelan una cerrazón
irracional que está en la base de todos los prejuicios del mundo y que
contribuyen a hacer de este un lugar más aburrido y estúpido, al que cada vez
cuesta más pertenecer sin sentir un acendrado sentimiento de vergüenza.
Siempre he pensado que, al descubrir un país nuevo, uno oscila entre la
extrañeza y el reconocimiento mezclados: nos gusta sentir sorpresa y nos gusta
también descubrir una cierta familiaridad en los territorios ignotos. Eso me
pasa con Japón: perdiéndome en barrios tradicionales (Koenji, Shimokitazawa),
me fascinan la escasa iluminación, las casitas bajas, los bares minúsculos con
dueños que no ocultan su desdén cuando te aposentas en la barra, porque ocupas
el lugar de los habituales; ese misterioso y oscuro espacio entre los
edificios, que teóricamente sirve para paliar daños si hay un terremoto, pero
que para mí está cargado de misterios y de fantasmas… Me encanta vagar por
estos lugares, sin rumbo fijo, disfrutando de mi extrañeza, mientras
experimento una cálida y prolongada sensación de dejà vu: a través
de los libros, las películas, los rostros, la danza y la comida, he construido
en mi cabeza un país con retazos y aromas y sombras de todo ello, un país que
reconozco y amo y me alimenta y que descubro y redescubro sin cesar con un
placer infinito. Un país que sólo a mí me pertenece y que llevo en mi corazón
como un talismán secreto que me protege del olvido y la indiferencia: mi Japón.
© XLSemanal
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