martes, 29 de enero de 2019

Masa madre

Por Carlos Ares (*)
La ventana del escritorio donde escribo da al balcón del primer piso de una “residencia para mayores”, según se lee en el frente de mármol negro. Desde aquí puedo verlos cuando desayunan, meriendan o cenan en el salón de la planta baja y en el contiguo, donde leen, conversan, tejen o juegan. Cartas, damas, ajedrez. Reciben pocas visitas. Cada tanto una ambulancia lleva el cuerpo y un bolsito de los que se mudan a otro barrio. Las plazas libres se ocupan de inmediato.

Temprano, descorren las cortinas de los ventanales que dan a la calle y allí están ellos, mirando de perfil lo que se ve pasar. Un poco menos de todo, como es habitual en enero, autos, bondis, el 28, el 24, alguna moto roncando mal, con el escape abierto, vecinos del lado de la sombra. La calle queda desierta a la hora de la siesta. Algunos suben a sus habitaciones hasta que llaman para la merienda. Otros, no. Prefieren esperar despiertos. Tal vez, para asegurarse de que todo duerma con ellos por la noche. Sin sobresaltos ni necesidad de pastillas adicionales.

La diagonal, desde esta ventana hacia abajo, impide que nuestras miradas se crucen. Puedo verlos sin que me vean. Ellos esperando y yo aquí, esperando. Ahora mismo debería bajar, cruzar la calle, pedir permiso al responsable de turno y sentarme a la mesa de quien estuviera solo. A qué tantas dudas. Quizás les encantaría ser sorprendidos así. Como si de pronto se abriera una ventana y soplara una ventolina de ésas que llegan desde el río.

Estoy pensando en ellos como masa madre de lo que somos. Desprendidos de toda vanidad y ambición, ya amasados por el tiempo, podrían explicarnos y hacernos entender con palabras simples y en formatos analógicos lo que pasó y pasa. Pero nadie les pregunta nada. Tampoco yo, ahora. Tengo cierto pudor. No soy de meterme así en las vidas ajenas ¿Cómo arranco? ¿Qué le digo? “Usted es harina integral de la masa madre de esta sociedad, necesito saber por qué no nos sale un pan, un país, saludable para todos”. Me como un bife y llama al de seguridad.

Una pena que no lo veo a Juan, el único con el que tengo algo de confianza ¿Cuánto ya, que no aparece? Es de los pocos que salen a caminar. A dar vueltas por el barrio. Para en la esquina. Da una mano en la florería de Alberto. Saca las macetas. Riega las plantas. Hasta hace un tiempo se ofrecía a lavar los autos estacionados en la calle para sumar unos pesos. Ya, no. Le invitaría a un par de cafés en el bar. Y una copita de algo. Pasa que no debe andar con ganas. Mucho calor.  

¿Y, Juan, cómo la ves? Ríe, Juan. ¿Siempre igual, pibe, me diría? ¿Todos los eneros la misma? Y, ¡¿qué querés, Juan, desde hace más de treinta años no hay otra?! ¿Treinta nada más?, duda Juan. Ponele setenta, ochenta, Juan. Cada día hay que andar preguntando qué será de mañana y mañana cómo será pasado. Así no se puede construir nada que dure, Juan. Mirá los titulares. Asesinatos, robos, crisis, la corrupción, el choreo más grande de la historia sin condenados todavía, la Justicia que manipula todo y encima reaparecen los fantasmas, Massa, Aníbal Fernández, Scioli, Boudou, Moyano, o te proponen a Lavagna como salvador. Hasta el Hantavirus vuelve. Es la eterna repetición de lo mismo. 

Me extraña, pibe, explica Juan. El invento tiene millones de años. Preguntale a los muchachos del Vaticano. Dios te va a castigar, pero por boludo, por creer. Meter miedo es el recurso del método del poder ¿El recurso del método, Juan? Sonríe, Juan, ¿no leíste la novela de Alejo Carpentier?, dice, con cara de “largá las pantallitas”. Astuto, Juan. El “recurso” es su forma de recaer en Descartes, el “discurso del método”. Parece revivir cierta euforia de años intensos cuando se entusiasma. Le reluce otro brillo en los ojos. “La duda, pibe, la duda, eso te va a salvar. Nada de certezas, nada de seguros de vida, desconfiá de todo aquel fanático que te venga con una verdad, rajale también a ésta, a lo que digo, a mí”.

Masa padre, Juan. Ahora que lo pienso, que no lo veo por ahí desde hace ya, ¿cuánto?, creo que me anda evitando. ¿Todos los eneros lo mismo, pibe?

(*) Periodista

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