Por Fernando Laborda
Mientras el faltazo del presidente Mauricio Macri al acto de
asunción de Jair Bolsonaro continúa suscitando cuestionamientos, empresarios y
economistas argentinos partidarios de políticas promercado se ilusionan con los
primeros anuncios del flamante presidente de Brasil y se preguntan si no
podrían marcar un camino para la Argentina.
Bolsonaro promete avanzar en la reforma laboral que fue
impulsada por su antecesor, Michel Temer, y sancionada en 2017 por el Congreso
brasileño. También pretende imponer una reforma jubilatoria, reducir
fuertemente el déficit fiscal y profundizar los acuerdos de libre comercio.
Para algunos observadores, el modelo Bolsonaro, con el
aporte de Paulo Guedes, el nuevo superministro de Economía formado en la
Escuela de Chicago, podría seguir el ejemplo del Chile de Augusto Pinochet,
cuyas reformas de tinte liberal condujeron en materia económica a un Estado
mucho más pequeño, que se diferenció de casi todo el resto de Sudamérica.
En un contexto internacional enormemente competitivo, donde
los países pugnan por la captación de inversiones externas, las señales de
Bolsonaro, al igual que la flexibilización laboral brasileña aprobada en su
momento, son similares a las que no pocos potenciales inversores locales y
extranjeros esperarían de las autoridades argentinas.
El propio Macri tiene claro eso. No por casualidad se ha
manifestado más de una vez en contra de los costos laborales, de los costos
logísticos y, especialmente, de los costos derivados de intereses mafiosos que
han operado sobre el fuero laboral de la Justicia y alimentado una industria
del juicio. Pese a eso, su gobierno no ha podido avanzar prácticamente nada en
ese terreno y las perspectivas de que pueda hacer algo en lo que queda de su
mandato son bastante sombrías. A tal punto que ni siquiera pudo concretar la
iniciativa de blanqueo laboral, que llegó a contar oportunamente con bastante
consenso entre empresarios y sindicalistas.
Las circunstancias políticas y el nuevo año electoral
también obstaculizarían por ahora en la Argentina cualquier negociación sobre
una reforma previsional como la que alguna vez imaginó el gobierno de Macri y
ahora se plantea Bolsonaro en su país.
Economistas liberales, como Agustín Etchebarne, creen que si
Brasil avanza con esas reformas y nuestro país no hace nada, la Argentina
ahondará su falta de competitividad. "Si Brasil, además de abrirse al
mundo, baja sus costos, merced a la reforma laboral que ya aprobó su Congreso y
a la proyectada reforma previsional, debería marcarnos un camino a los
argentinos", opina el economista, uno de los directores de la Fundación
Libertad y Progreso. La conclusión de estos especialistas es que la Argentina
podría quedar muy rezagada en términos de captación de nuevas inversiones si no
puede seguir el tren de reformas de Brasil.
Al margen de esa cuestión, todos en el Gobierno apuestan a
que a Brasil le vaya bien, dado que la recuperación económica de nuestro vecino
podría generar un efecto derrame en la Argentina. La principal esperanza pasa
por una recuperación de las exportaciones argentinas a Brasil, que en 2000
representaban el 12 por ciento del total de las compras brasileñas al mundo y
hoy han quedado reducidas a tan solo el 6 por ciento, pese a que en ese período
de 18 años Brasil triplicó sus compras al exterior.
Lo inexplicable para muchos es que Macri se haya abstenido
de concurrir el 1° de enero al acto de asunción de Bolsonaro. Algo aún más
difícil de entender teniendo en cuenta que Macri acaba de ser designado
presidente rotativo del Mercosur y que la mayoría de los primeros mandatarios
de Sudamérica estuvieron presentes en Brasilia.
Quizás Macri prefirió no arriesgarse, en un año electoral, a
aparecer cerca de un Bolsonaro cuya gestión aún está por verse, pero cuyo
repertorio de frases racistas, discriminatorias y misóginas, sumadas a su
defensa del viejo régimen militar que gobernó Brasil, cayeron mal a muchos
argentinos. Más que por la necesidad de un descanso, la ausencia del presidente
argentino en la ceremonia de asunción de su par brasileño podría haber
obedecido a marcar una diferenciación, para no quedar pegado a una derecha
extrema, cuando todo indica que, al menos en la Argentina, hay que ubicarse en
el centro para ganar elecciones.
Es probable que, íntimamente, Macri tenga más coincidencias
que divergencias con Bolsonaro en materia económica y de seguridad. Pero cruzar
el río que diluya la imagen políticamente correcta que sus estrategas de
campaña han buscado construir de sí mismo puede suponer hoy un riesgo que no se
quiere correr. Los misterios y las ambigüedades que rodean la relación entre
los dos presidentes tal vez se empiecen a aclarar cuando el 16 de este mes se
reúnan en Brasilia para discutir, entre otras cosas, la futura arquitectura del
Mercosur y la delicada situación de Venezuela.
© La Nación
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