Por Manuel Vicent |
Algunas batallas navales memorables por la cantidad de sangre vertida se
desarrollaron sobre un mar de dulzura mientras a su alrededor saltaban felices
los delfines tratando de participar en la fiesta.
Esa delgada línea roja entre la crueldad humana y la armonía
de la naturaleza será también una opción inexorable a lo largo del año que
empieza. En las noches de invierno se oirán por todos los montes de la amada
patria los aullidos de las alimañas, pero sobre ellas caerá la nieve, pura,
blanda y silenciosa, del mismo modo que la estupidez humana no logrará detener
la subida de la savia por los troncos dormidos cuando llegue la Candelaria.
Y al final, quieras o no, vendrá la primavera y el geranio
en el balcón obtendrá el mismo color de la sangre que emitan los telediarios.
Si la naturaleza abre sus entrañas y se traga una ciudad entera, sobre los
escombros, antes de que se pongan en pie los templos y palacios, se levantarán
primero los mercadillos de frutas y verduras bajo la maraña de los gritos
alegres de los tenderos.
Con el solsticio de invierno la luz va abriendo día a día el
compás, y dentro de ese cono luminoso en el que estamos condenados a bailar ¿a
cuántos idiotas tendrás que soportar? No importa.
La muerte y la gloria se las llevará el viento hasta el
corazón del verano y cuando llegue el otoño nada deberás agradecer salvo la
dicha de sobrevivir al milagro de estar vivo.
© El País (España)
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