Por Isabel Coixet |
Recuerdo haber leído esa frase de adolescente y haber sentido con una claridad cristalina que el artista, cuya obra en aquel momento me dejaba indiferente, me hablaba a mí y sólo a mí.
Dalí tiene textos así,
pensamientos que saben expresar con poquísimas palabras ideas muy complejas, al
lado de obviedades como la célebre sobre Picasso y él donde afirmaba que sólo
los diferenciaba el hecho de que Picasso era comunista y él no.
Los trenes que unen Barcelona con París se paran un
rato en la estación de Perpignan. Cambian las vías, las agujas, la velocidad,
no lo sé exactamente. Siempre que cojo este tren, como supongo que a mucha
gente le pasa, recuerdo el cuadro de Dalí, Estación de Perpignan.
Como con tantas cosas relacionadas con él, nunca sabemos dónde empieza la
verdad, la invención, la boutade o la mentira maquillada de
verdad: él contaba que en este lugar se le ocurrieron sus ideas más
geniales y que cuando intentaba enviar a Nueva York unos lienzos de
gran tamaño este fue el único lugar desde el que pudo hacerlo. El cuadro, a su
vez de gran tamaño, poco o nada tiene que ver con la estación o con Perpignan.
En ambos extremos del cuadro, los campesinos del Ángelus, de
Millet, esos que todavía no se sabe bien qué hacen, si rezar por haber
sucumbido a la lujuria o, como otras versiones apuntan, rezar por el hijo
muerto, cuyo pequeño ataúd fue suprimido por Millet en el último momento, antes
de dar el cuadro por acabado. En el centro, Gala, emitiendo una energía dorada
y algo maléfica; más allá, cuatro rayos luminosos convergen en Cristo en la
cruz. Dalí es un maestro de la cortina de humo: cuanto más obvio parece, más se
esconde, como si aplicara su argucia para ocultar sus faltas de ortografía
(haciéndolo más aposta, para que pareciera que se pasaba la ortografía por el
forro) en todos los niveles de su obra y de su vida. ¿Amó a Gala? O sólo jugó a
amarla, conociendo su personalidad absorbente, dominante y posesiva para evitar
amar a otras personas que podían decepcionarlo o desairarlo (Lorca, Buñuel…).
Su bigote, su bastón, su barretina, su voz aguda, su declamación impostada
crearon un personaje tan poderoso que hoy resulta imposible discernir dónde
estaba el verdadero Dalí, la Avida dollars que no sabía mirar
la hora, que, en palabras de Pepín Bello, era «asexuado como una mesa» y que,
en su autodefinición, se creía mejor escritor que pintor.
© XLSemanal
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