Por Fernando Savater |
Oí la historia por primera vez en la película de Peter
Bogdanovich Targets. La narraba mi adorado
Boris Karloff, en el filme un viejo actor del cine de terror harto de encarnar
monstruos, obligado a enfrentarse en la vida real a un serial killer, el
monstruo auténtico.
Recuerdo bien su
voz cavernosa —“¡Saa...maa...rraaa!”— y un divertido gesto de susto al verse
por sorpresa en un espejo... Poco después, la policía franquista me detuvo y
acabé en Carabanchel. Tras días de aislamiento informativo encontré por fin un
periódico y en él un titular que decía: “Ha muerto Boris Karloff”. La pérdida
del monstruo amigo me llegaba en pleno terror de la realidad y se cumplía mi
primera cita en Samarra.
Laura era toledana,
tenía tres hijos y nunca había salido de España. Su marido, un romántico (los
hombres suelen serlo, por eso se suicidan tantos), le preparó como regalo
sorpresa del nuevo año un viaje a París. Empezar a ver mundo por París parece
muy buena idea.
Pero allí se
encontró con el horror inesperado, la explosión de gas, la muerte perentoria,
inaplazable: su cita en Samarra. Ahora pienso en la angustia de ese hombre
enamorado, culpándose sin culpa de lo ocurrido. Pienso también en los tres
niños, esperando ya inútilmente el regreso de su madre. Y no puedo evitar
preguntarme dónde me aguarda a mí la segunda y definitiva cita en Samarra.
© El País (España)
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