Por Martín Rodríguez
Yebra
Después de cuatro años fuera del gobierno la maquinaria
política más insaciable de la Argentina se diluye en la irrelevancia. Es un curioso fenómeno de autodestrucción de un partido y de
unos dirigentes que desobedecen a su ADN, marcado no por un ideario coherente
en el tiempo sino por tres rasgos esenciales: audacia sin límite, pragmatismo
camaleónico y un apetito irrefrenable por el poder.
A las puertas de unas elecciones presidenciales, en un país
bajo un régimen de ajuste y con un gobierno liberal golpeado en su popularidad,
el espejo le devuelve al peronismo una imagen impensable. No tiene un líder
consolidado. No vive una ebullición interna trepidante por ocupar el centro de
la vida pública. Y, más allá de algunas aventuras electorales voluntariosas, el
único signo vital reconocible se da en el cotidiano desfile resignado al
Instituto Patria, el refugio porteño de Cristina Kirchner, única candidata con
registros competitivos en las encuestas.
La expresidenta batalló durante sus años de apogeo para
desarticular el partido donde militaron ella y su esposo. Su fin era crear un
artilugio propio, de ideología más definida, que rindiera culto a otras figuras
y con una profunda mudanza en las jerarquías. Su derrota en 2015 preanunciaba
el paulatino repudio a su figura, el inicio de una carrera salvaje por la
sucesión y la llegada al final del camino de la siguiente encarnación del peronismo.
El ciclo histórico que fue de Menem a Duhalde, de Duhalde a Kirchner.
Pero la historia se torció. A los jefes peronistas les falló
la audacia para construir una alternativa de gobierno, no tuvieron el
pragmatismo esperable para dar vuelta la página del pasado kirchnerista -del
que tantos se confiesan "arrepentidos"- y moderaron al extremo el
apetito de poder.
Los que tienen algo se volvieron conservadores. Son esos
gobernadores equilibristas que tienen como único Norte no perder sus
provincias. Y los intendentes bonaerenses que corren a los brazos de Cristina
sin más convicción que eternizarse en su quintita. Están los reformistas que
reniegan del "bombo y el choripán", pero dicen que ahora no hay
tiempo de pensar en algo nuevo. Y los que eligen creer que la señora Kirchner
es la pacificadora que el país necesita y agradecen que los acepte de nuevo en
su corte.
Faltan nueve meses para las elecciones y el PJ no tiene
candidatos. Cristina se blinda en Unidad Ciudadana, a pesar de las enormes
dificultades que enfrenta para crecer más allá de su núcleo fiel de votantes.
Massa, Urtubey y Pichetto anuncian que competirán por algo llamado Alternativa
Federal, de alcance incierto. Un grupo de sindicalistas de la CGT se desvive
por convencer a Roberto Lavagna, el economista que alguna vez encabezó una
fórmula presidencial de la UCR.
Alguna vez estuvieron todos juntos. Ahora no exhiben
siquiera la rebeldía de pelear por conquistar el liderazgo y someter al resto,
como postula el manual peronista.
Se les agota el tiempo y no consiguen salir de la previsible
trampa de la grieta que desde el primer día les tendió Macri.
© La Nación
0 comments :
Publicar un comentario