sábado, 5 de enero de 2019

La amenaza populista puede crecer en 2019


Por Héctor M. Guyot

Los argentinos conocemos la incertidumbre. Estamos acostumbrados a convivir con ella. Durante el año pasado, ese sentimiento que arrebata el presente en el vértigo que produce un futuro también escamoteado se ha expandido en el mundo, así como han crecido los políticos que aprovechan el desconcierto en beneficio propio. Todo indica que durante 2019 esta tendencia no solo se afirmará, sino que incluso podría resultar más intensa. 

Si esperábamos un año más compasivo que el anterior, no sería este. Y es que tanto en la Argentina, con elecciones presidenciales en octubre, como en buena parte de los países democráticos, lo que en el fondo está en jaque es el sistema republicano de división de poderes y garantías individuales que tanto ha costado conseguir.

¿Qué fue lo que nos robó el futuro? ¿Dónde nace esta incertidumbre que se palpa incluso en la vida diaria? Creo que el futuro fue fagocitado por la aceleración del presente que trajo consigo la revolución tecnológica, que lo ha cambiado todo, desde el ritmo que llevaba la globalización hasta la forma en que nos comunicamos, pasando por cómo entendemos y abordamos eso que llamamos realidad. El sustrato cultural que sostenía valores y jerarquías más o menos aceptadas se ha resquebrajado y, como en un sismo, todo aquello que encontraba apoyo en él ha comenzado a temblar. Ya nada es lo que era. Hoy los trabajos son precarios. Y las economías, tan volátiles como las creencias. En medio de una desigualdad creciente, vastos sectores de la población de muchos países se sienten abandonados a su suerte. Ante la falta de certezas, el futuro, que había sido la oportunidad de progreso, hoy resulta una amenaza. Así crecen el miedo y el resentimiento, materia prima de los populistas que han empezado a multiplicarse a lo largo del globo.

¿Cómo se entiende, si no, que lleguen a la presidencia candidatos que desprecian abiertamente a las minorías, machistas y misóginos, que no muestran ningún respeto por los que piensan distinto? Lo que parecía difícil de creer ha vuelto a ocurrir y puede suceder otra vez. Primero fue Trump, y luego, más cerca, Bolsonaro . Ambos han acicateado el miedo y el resentimiento entendibles de buena parte de sus sociedades para promover una polarización sin matices que los entronizara en lo más alto del poder. Mesiánicos y redentoristas, apelan a un nacionalismo elemental desde el que pretenden rescatar a sus respectivos países del mal para devolverlos al bien, que ellos encarnan mucho menos en sus ideas, si las tienen, que en sus personas.

Algunos analistas han comparado este tipo de populismo, que llegó al poder también en Italia y Hungría, con el fascismo de entreguerras. El historiador italiano Enzo Traverso, en cambio, lo llama posfascismo. La diferencia es que aquellos fascistas buscaban instaurar un orden nuevo, en tanto que sus descendientes se sirven de las urnas para alcanzar el poder. Sin embargo, unos y otros tienen muchas cosas en común, como enumeró el sociólogo español Enrique Gil Calvo en un artículo publicado hace unos días en el diario El País: "La xenofobia, el nacionalismo, la misoginia, el desprecio por la ley, la falsificación de la realidad y el rechazo de los derechos ajenos".

Además de incertidumbres, los argentinos conocemos algunas de estas cosas. También aquí hubo un líder que llegó al poder por medio del voto y buscó alterar el sistema desde adentro. Y lo hizo despreciando la ley, falsificando la realidad y promoviendo el odio entre su pueblo para obtener los costosos beneficios de la polarización. Lo que sugiere que en los extremos no hay ideología. Derechas e izquierdas dejan de importar allí donde las ideas y las palabras son solo un instrumento para dividir y concentrar poder. Estamos en la era de la psicopolítica, y esto comprende tanto a las sociedades, dominadas por sentimientos complejos, como a los líderes que sintonizan y muchas veces manipulan esos sentimientos. La distancia ideológica que existe entre las posturas políticas adoptadas por Trump y las de nuestra expresidenta queda relativizada si se repara en la forma en que ambos ejercen el poder. Ahí talla la personalidad y empiezan a aflorar similitudes: las tendencias autoritarias, los arrebatos fanáticos, la inestabilidad. Ambos son dominados por sus emociones, sobre todo la ira, cuando alguien no responde a sus deseos o la realidad no los obedece. Hay que someterse a su voluntad o quedar fuera de juego. Otra semejanza, en estos tiempos en los que todo pasa y nada queda, es que los dos parecen blindados contra el escándalo.

A mi juicio, ambos ejercen lo que el escritor Antonio Muñoz Molina llamó, para describir a los recientes populismos de derecha, la "política de la revancha". ¿Con qué antídotos cuenta la democracia republicana para defenderse, aquí y en el resto del mundo? A mediano plazo, resulta imperioso acortar la brecha enorme entre ricos y pobres. En lo inmediato, apelar a la razón, la ley, el diálogo, la pluralidad. Y, como escribió hace poco Moisés Naím: "Hay que reconstruir la capacidad de la sociedad para diferenciar entre la verdad y la mentira". El costo del engaño ya lo conocemos.

© La Nación

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