Por James Neilson |
A María Eugenia Vidal
le gusta la idea, pero Mauricio Macri tiene sus dudas: no quiere que lo
dejen solo frente a las huestes peronistas. Otro asunto que agita al
oficialismo es el de compañero/a de fórmula del Presidente; por ser tan
importante todo lo relacionado con la seguridad ciudadana, han subido las
acciones de Patricia Bullrich
que, como es natural, protesta toda vez que alguien la acusa de querer ser “el Bolsonaro argentino”.
Mientras tanto, los jefes de las distintas facciones peronistas están
maniobrando en torno al problema mayúsculo que les plantea la presencia ominosa
de Cristina.
Saben que, a pesar de contar la señora con más votos que cualquiera de los
aspirantes a encabezar la enésima renovación de su movimiento, a la hora de
la verdad podría perder frente a Macri. Sin embargo, creen que si todos los
compañeros cerraran filas detrás de un candidato presidencial menos polémico,
sería capaz de derrotarlo. Algunos simpatizantes de Sergio Massa
insisten en que le sería ventajoso pactar con Cristina, pero luego de servirle
como jefe de Gabinete el tigrense la denunció en términos tan insólitamente
feroces que reconciliarse con ella por motivos claramente electoralistas podría
costarle muy caro.
Así pues, ya ha arrancada la
temporada electoral en que los políticos darán prioridad a
las luchas internas de la corporación a la que pertenecen. Hasta que por fin
culmine el torneo con una nueva etapa macrista o el inicio de otra de signo
distinto, aquellos que se oponen al gobierno de Cambiemos nos mantendrán
entretenidos con sus amistades imprevistas y sus rupturas, con alusiones
frecuentes a las diferencias filosóficas o éticas que supuestamente les impiden
saltar por encima de las muchas grietas que los dividen y, desde luego, sus
esfuerzos por persuadir a sus seguidores de que sus propias trayectorias, todas
debidamente registradas, son compatibles con sus actitudes actuales.
Lo que no harán es decirnos, con un mínimo de precisión, las medidas que
tomarían si el electorado, harto de la sequía económica y la grisura cultural
que según los estetas caracteriza el macrismo, optara por pedirles encargarse
del país. En otros tiempos, los partidos trataban de seducir al electorado
ofreciéndole programas de gobierno detallados en que prometían llevar a
cabo una multitud de reformas bien concretas, pero hoy en día escasean quienes
se dan el trabajo de producir versiones modernas de los mamotretos
tradicionales.
No es que hayan llegado a la conclusión de que en una época tan cambiadiza
como la actual sería mejor obrar con mayor cautela que en el pasado, es que
creen que en la edad de las ubicuas redes sociales vale mucho más hacer pensar
que uno es una buena persona que aburrir a los votantes hablándoles de
innovaciones en el sistema de salud o lo que se podría hacer para mejorar la
calidad de la administración pública. Conforme a la ortodoxia vigente, una
sonrisa atractiva es más eficaz que una biblioteca llena de propuestas
geniales.
Ningún político puede darse el lujo de subestimar la importancia de la
imagen. A Macri le ha costado mucho la noción de que, por proceder de una
familia notoriamente adinerada, no siente empatía por los pobres. Sus
esfuerzos por modificarla incidieron decisivamente en la política
socioeconómica de su gobierno.
Los oficialistas lo tienen más fácil que los opositores. Ya no les parece necesario discutir ideas. Pueden limitarse a reivindicar “el rumbo” que emprendieron luego de la corrida cambiaria de abril.
Advierten que salir de la ruta que han elegido tendría consecuencias
nefastas. Puede que, en el fondo, muchos opositores, entre ellos el senador Miguel Ángel Pichetto y el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey,
compartan la visión adusta de los macristas acerca de las posibilidades ante el
país en un mundo que está ingresando en un período tumultuoso en que los
débiles e indisciplinados correrán el riesgo de caer en el camino, pero
entienden muy bien que confesarlo podría serles políticamente fatal. Con las
elecciones aproximándose con rapidez, tienen que diferenciarse del Gobierno aun
cuando sus reparos tengan un impacto económico negativo que, si triunfaran,
haría todavía más difícil la tarea que les esperaría.
A diferencia de otros peronistas, Cristina y sus aliados
circunstanciales han hecho suyo el viejo lema leninista: cuanto peor, mejor.
Para justificar tal postura, insisten en que el neoliberalismo que, según
ellos, encarna Macri, es tan irremediablemente perverso que el sacrificio de
millones de familias sería un precio módico a pagar si sirviera para liberar al
país del mal. A veces, parece que el papa Francisco piensa del mismo modo, de
ahí su voluntad de solidarizarse subrepticiamente con los kirchneristas y las
organizaciones combativas que los acompañan, además de regímenes dictatoriales
que se afirman “de izquierda” como el cubano y el venezolano.
Aunque últimamente Cristina ha procurado
suavizar su imagen, dando a entender que en verdad es una
moderada sensata que nunca soñaría con vengarse de quienes quieren que termine
sus días entre rejas, pocos realmente creen que ha cambiado mucho. Antes bien,
sospechan que, si le tocara volver al poder, aseguraría que sus enemigos
recibieran el castigo que a su juicio merecerían.
Los resueltos a desbancar a Macri enfrentan mucho dilemas. Con la
excepción de algunos halcones testimoniales del hiperrealismo capitalista que
proponen medidas draconianas que, de aplicarse, a buen seguro desatarían un
estallido social inmanejable, buscan brindar la impresión de ser plenamente
conscientes de la gravedad de la situación económica del país pero de estar en
condiciones de superarla sin obligar a la gente –de la que un sector
sustancial fue en parte responsable del desaguisado al permitir que una serie
de gobiernos populistas consolidara un “modelo” nada viable–, a continuar
pasando por las horcas caudinas de la austeridad extrema.
Será por tal motivo que con cierta frecuencia los buscadores de opciones
menos alarmantes que la representada por Cristina hablan del ex ministro de
Economía Roberto Lavagna;
lo creen un buen piloto de tormentas que sería capaz de salvar al país de
una catástrofe sin cometer locuras y sin exigirles a sus habitantes
demasiados sacrificios. ¿Tiene Lavagna “un plan” superador? Es poco probable.
El destino de Macri, y el futuro del país, dependerá de la fortaleza
de la convicción de que, dadas las circunstancias, no hay ninguna alternativa
válida al “rumbo” que se ha fijado. A lo sumo, habrá algunas variantes
menores. Para sorpresa de los acostumbrados a la idea de que los argentinos
sean populistas congénitos que siempre estarán dispuestos a dejarse ilusionar
por vendedores de humo, parecería que una amplia minoría ha llegado a tal
conclusión, razón por la cual la reelección de Macri dista de ser una fantasía.
La estabilidad reciente de los mercados financieros locales le ha permitido
recuperar algunos puntos de rating, lo que sugiere que el temor a un desplome
caótico de la economía es más fuerte que el bajón anímico causado por el
colapso del poder adquisitivo de casi todos.
Es por lo tanto comprensible que haya peronistas que critican más la
ineptitud que atribuyen al Gobierno que el proyecto global que adoptó después
del fracaso del gradualismo. Al enterarse de que el facilismo ya no está de
moda, quieren persuadir a la gente de que ellos también podrían ser tan duros
como el que más. Sería lógico, pues, que Macri los invitara a colaborar
formalmente en el marco de un “gran acuerdo nacional” o algo parecido pero,
es innecesario decirlo, tal propuesta sería antipática tanto para los
oficialistas como para adversarios que temerían que los populistas más
vehementes aprovecharan lo que para ellos sería una oportunidad para tratarlos
como enemigos del pueblo.
Aún más que en otras latitudes, aquí las diferencias entre las
distintas agrupaciones políticas se deben menos a las discrepancias ideológicas
que a los intereses de los dirigentes, de ahí la creación incesante de
partidos unipersonales o facciones que, en práctica, operan como tales al
negarse a actuar como parte de una organización de alcance mayor.
Si, como muchos prevén, Mauricio Macri logra ser reelegido en las
próximas elecciones presidenciales, no debería tal triunfo a sus propios
méritos sino a las deficiencias de sus rivales. Hasta ahora, ninguno ha
conseguido elaborar una alternativa convincente a la estrategia sociopolítica
oficial. Puede que la gente siga “votando con el bolsillo” como dicen con cierto
cinismo quienes se aferran a lo de que “es la economía, estúpido”, pero de
estar en lo cierto las encuestas de opinión, muchos lo hacen pensando en el
mediano plazo, cuando no en el largo, lo que, en el país populista por
antonomasia, es toda una novedad.
© Revista Noticias
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