Reaparición en TV y
en el entorno de Macri. Diálogo
con Marcos Peña y sus decepciones.
Por Roberto García |
Se convirtió Carrió en
un personaje tanguero, ese género que alberga multitud de crónicas sobre
embustes y traiciones, una protagonista del dos por cuatro al revelar su dolida
decepción con dos hombres en menos de tres meses: Mauricio
Macri y Horacio
Rosatti. Demasiado vértigo para amores concluidos, metáforas de
Margot, Ivette o las Esthercitas de turno, minas presuntamente fieles de gran
corazón que fueron embaucadas en su inocencia.
Aunque esa excusa no le alcanza
a Carrió, quien registra numerosas frustraciones previas en su repertorio
masculino de seducida y abandonada –las referencias solo aluden al costado
político–, un itinerario vasto que entre otros va de Pino Solanas
a Héctor
Timerman, el que antes de hacerse kirchnerista la asistía como
ahora Rodríguez
Simón y Torello:
bombones, cortesía, atenciones y compañía. Una forma de militancia quizás, como
le reconoció agradecida Cristina
en un comunicado al ex canciller que murió el mes pasado, sin saberse aún si se
refería a los tiempos en que soñaba la Revolución con ella o al período en que
la Revolución era con la resbaladiza socia de Cambiemos.
Distintas revoluciones, se supone.
Canta claro. Primero Carrió imputó a Macri, y resignada dijo que ya no le confiaba
como gobernante, desengaño repentino y en el peor momento: le produjo un
tajo gigante a la credibilidad presidencial justo cuando más temblaba el
termómetro del riesgo país, angustiado el ingeniero con esa medición que en
los 2000 llevó a Fernando de
la Rúa al cadalso. De ahí su enojo imperdonable, entendido como
una afrenta golpista por exigir el
reemplazo del ministro Garavano sin justa causa, apenas
impulsada por una represalia: a ella se le volaron los pájaros cuando el
Gobierno no la acompañó para presidir una comisión en el Congreso. El entuerto
estalló en octubre y duró hasta esta semana, cuando el jefe de Gabinete, Marcos Peña,
por fin se allanó a visitar a Carrió en Exaltación de la Cruz, para disipar
controversias y luego de que ella jurase a pie juntillas que acompañará a Macri
en su reelección. Percanta de generoso corazón y peor memoria, diría la letra,
que olvidó sufrimientos padecidos y la desconfianza proclamada. Entonces, se
disciplina y alinea, hace la venia, seguramente carece de otras alternativas
políticas. Se ha quedado, como los radicales, reprochando y pidiendo, pero sin
la capacidad de proponer siquiera un candidato a gobernador en la provincia de
Buenos Aires después de cuatro años de poder. Y, como se sabe, sin la
provincia de Buenos Aires no se gana ninguna elección nacional.
A pesar del conveniente deshielo, Macri no la invitó al Sur,
donde se cobija y alterna con otros dirigentes preferidos que le despiertan
urticaria a Carrió. Por ejemplo, Enrique
Nosiglia, quien descansa en las inmediaciones. Optó, en cambio,
por habilitar al pacífico mensajero Peña con una picardía implícita: es quien
discrepa en la interna oficial con Horacio
Rodríguez Larreta, hoy el sostén más robusto de la diputada, y
al que ella no le ha encontrado ni una sombra en su gestión municipal.
Casi un hallazgo milagroso en quien siempre mira al mundo con la sospecha de
una lupa. O, más precisamente, a una parte del mundo.
En esa lista de favoritos de la dama habrá que incluir a su nueva
estrella, el empresario Mario
Quintana, balsámico consuelo para sus decepciones políticas a
cambio de que lo promueva como candidato a senador.
El diálogo de Exaltación, entonces, ya había sido declarado exitoso
antes de consumarse, lo requerían las dos partes y no hubo una reserva mínima
por comentarios previos de Carrió en un programa de TV, cuando objetó en cadena
a los ministros Patricia
Bullrich, Nicolás
Dujovne y Dante Sica,
al tiempo que dijo ser espiada a 70 metros de su casa, justo la distancia que
la separa del domicilio del jefe de la Policía Bonaerense. También, sin
sonrojarse, se ufanó por defender a quien había avergonzado hace tres meses
(Leandro
Cuccioli, de la AFIP), le imputó corrupción al gobierno del
ex presidente Alfonsín (nadie
hasta ahora del radicalismo se pronunció para fulminarla) y, en el colmo de sus
candideces ignorantes, ha descubierto ahora que tal vez tenga un origen
celta porque alguno de su familia proviene de Galicia. Debe imaginar que
esa condición constituye una suerte de “raza superior”, sorprende que no haya
aprendido esa raíz indoeuropea en el colegio secundario y tuviese que esperar
hasta jubilarse para conocer esa obviedad.
Justiciera. En ese impúdico raid televisivo, más asombrosamente, Carrió se olvidó
de criticar a Lorenzetti
y, en particular, al segundo hombre que según ella la defraudó en su último
triángulo tanguero: Rosatti, un amoroso de su corazón jurídico, al que ayudó a
instalar en la Corte por su apego al libre pensamiento. Pero fue esa condición
autónoma la que justamente desató la traición, ya que el ministro no obedeció
al Gobierno en un fallo provisional que le demandaba una salida que salas y
cámaras ya habían bloqueado. “Me decepcionó”, lamentó la dama del
caballero, como si este se hubiera escapado de la pensión llevándose hasta la
cuerda para colgar la ropa.
En rigor, esa imputación a Rosatti por parte de Carrió pretendió
compensar el daño que ella misma le había causado a Macri con su declaración de
falta de confianza. Ni aun así se ganó el aprecio presidencial y, con más
ligereza que contenido, aumentó la tensión artificial entre los pares de un
instituto donde se cruzan más los intereses administrativos que los
ideológicos, aunque se monte una campaña para decir que hay un grupo inclinado
hacia el populismo cristinista (Lorenzetti, Rosatti, Maqueda)
y solo un baluarte que responde al ingeniero en jefe, Rosenkrantz.
El mismo que con seguridad asistirá a la inauguración de un monumento al fiscal
Nisman,
en Israel, aunque no se lo recuerda participando en las marchas por el
esclarecimiento de su muerte.
Bastante raro el proceso: el Gobierno denunciando y reprochando a
quienes estuvieron con el poderoso Stiuso en
la SIDE al tiempo que impulsa el recuerdo y homenaje a quien fue su operador
preferido, Nisman.
Otro tango inexplicable.
© Perfil.com
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