Los hijos heredan más que antes la riqueza y la
pobreza
de los padres. No hay movilidad social
El fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, el pasado 15 de enero. (Foto/AFP) |
Por Joaquín Estefanía
Preguntado acerca de Davos, el catedrático de la Universidad
de Brown Mark Blyth (autor de Austeridad. Historia de una idea peligrosa; editorial
Crítica) respondió que es “donde gente muy seria se junta para discutir sobre
cómo no hacer nada con la desigualdad”.
En la convocatoria de Davos de este año
se volvió a mencionar retóricamente la creciente brecha entre el precariado y
los privilegiados, junto a la crisis ecológica y un orden geopolítico
multipolar y cuestionado, como las limitaciones más graves para tener un mundo
mejor. Lo escribió Klaus Schwab, el fundador del
Foro Económico Mundial, que avisó de que la continua desintegración
del tejido social debida a las anteriores disfunciones podría “en última
instancia provocar el colapso de la democracia”. No es solo economía, son
palabras mayores.
Para enfrentarse a esas tendencias, en Davos se
puso en circulación un nuevo concepto, el de la globalización 4.0,
una fórmula para que los ciudadanos, cada vez más insatisfechos respecto a la
globalización tradicional y el sistema económico que la sustenta, recuperen el
control de sus vidas. La globalización 4.0 sería como la globalización
realmente existente, pero poniendo la atención en las personas y no en el
sistema económico. Schwab sofisticaba su argumento diferenciando entre “globalización”
(un fenómeno impulsado por la tecnología y el movimiento de ideas, personas y
bienes) y “globalismo” (una ideología que prioriza el orden global neoliberal
sobre los intereses nacionales). Una teoría demasiado enrevesada que evita la
crítica, paladina, de que durante los anteriores años de globalización la
marcha de la economía ha ido a distinto ritmo que la marcha de la sociedad,
creando una disfunción en el sistema.
Como en las últimas convocatorias de Davos, al lado
de los debates de lo que un analista del Financial Times ha
denominado “la tertulia más cara del mundo”, la organización no gubernamental
Oxfam Intermón presentaba dos informes (¿Bienestar público o beneficio
privado? y Desigualdad 1-Igualdad de oportunidades 0) que marcan la
cara oculta de la prosperidad. El primero se centra en la situación de los
plutócratas, la mayoría de los presentes en la ciudad suiza: la riqueza de los
milmillonarios se incrementó en 900.000 millones de dólares en 2018 (el 80% de
lo que produce un país como España en un año), lo cual equivale a un incremento
de 2.500 millones de dólares diarios, mientras la riqueza de la mitad más pobre
de la población mundial —que equivale a 3.800 millones de personas— se redujo
en un 11%. La riqueza está todavía más concentrada en menos manos: el año
pasado 26 personas poseían la misma riqueza que 3.800 millones, mientras que un
año antes esa cifra era de 43 personas. La fortuna de Jeff Bezos,
propietario de Amazon y de The Washington Post,
y el hombre más rico del mundo, se ha incrementado hasta alcanzar los 112.000
millones de dólares; tan solo el 1% de su fortuna equivale a la totalidad del
presupuesto sanitario de Etiopía, un país donde viven 105 millones de personas.
Y una tendencia muy relevante: los hombres poseen un 50% más de la riqueza
mundial que las mujeres.
El segundo informe se refiere a la situación en
España, en donde la desigualdad se desbocó durante la última crisis y no se ha
conseguido controlar después. Con sesgos muy significativos: ni la creación de
empleo ni la protección social han logrado la reducción de la pobreza y la
redistribución de ingresos. Y, sobre todo, y este es un asunto central, con una
inmovilidad generacional muy grande: la OCDE estima que en España hacen falta
cuatro generaciones, unos 120 años, para que una familia del 10% más pobre
llegue a tener ingresos medios; el hijo de un padre de ingresos altos ganará,
al hacerse adulto, un 40% más que el de un padre de ingresos bajos.
A mayor desigualdad, la movilidad social entre
generaciones es menor, y los descendientes heredan en mayor grado tanto la
riqueza como la pobreza de sus antecesores, lo que hace imposible que disfruten
de derechos y oportunidades en igualdad de condiciones.
Este es el otro Davos.
© El País (España)
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