La crisis
bolivariana se metió en la campaña y abre grietas. Ayuda y dolor de cabeza
sorpresa.
Por Roberto García |
Ni a Duran Barba, tan adicto a construir escenarios electorales,
se le debe haber ocurrido que la crisis en Venezuela podía intervenir en
la interna electoral argentina. Tampoco imaginó un resultado favorable para sus
contratantes.
Pero el inesperado obsequio del cielo llovió sobre la sedienta
tierra oficial para engordar dos aspiraciones máximas:
1. Agigantar la inacabada grieta entre macristas y cristinistas, un
negocio próspero para el Presidente, según los encuestadores.
2. Descubrir que la estela caribeña del conflicto ha galvanizado la
división del frente opositor peronista, fulminó un proyecto de unidad que
había muerto antes de nacer y que algún dilettante propiciaba para provocarle
un dolor de cabeza al ingeniero en las elecciones de octubre. Carambola doble
de Macri, entonces, sin siquiera haber empuñado el taco que impulsó la bola
benefactora, seguro de vencer en las elecciones, padeciendo una rodilla rebelde
–se advirtió su dolor cuando vio a Bolsonaro– y señalando observaciones del
libro que le recomendó su asesor ecuatoriano (21 lecciones para el siglo XXI),
una última publicación del divulgador israelí Harari convertida en moda entre
los políticos. Vale el dato: por lo menos, hay lectura entre los dirigentes,
ejercicio que parecía perdido en la actividad.
Hipótesis PRO. Proviene el optimismo de Marcos Peña en la convicción científica,
según él, de que hasta pueden ganar en primera vuelta si se mantiene la
estabilidad macroeconómica, no se altera el dólar y el monstruo peronista de
dos cabezas mantiene la bicefalía. Como se sabe, un acontecimiento más común en
la política que en el mundo animal.
Y nadie lo discute al jefe de Gabinete, es un infalible Dios pagano por
su versación sobre audiencias, comunicación y, sobre todo, resultados
electorales. En ese marco, aterrizó en la Casa Rosada el pleito venezolano,
internacional, suma y sigue como acontecimiento y bendición a un mandatario que
hasta ahora invertía en fugaces apuestas de taquilla asegurada, tipo la edad
imputable a los menores que cometen delitos o el controversial decreto para
rescatar millones de la corrupción por la extinción del dominio, meras argucias
transitorias de atención pública que ocultan otras desatenciones, materiales
obvios de campaña que la terapia ocupacional del periodismo veraniego consagra
como novedades imprescindibles, preguntándose al estilo candoroso del
legendario Capitán Piluso u otros héroes infantiles: ¿cómo no me di cuenta
antes? Evitar la respuesta.
Para Cristina, es al revés. El borbollón venezolano fue un shock imprevisto e
indeseado para ella, justo cuando dejaba de ser mudita y enviaba mensajes
telefónicos sobre el horror de la economía oficialista y, contrita, le
transmitía señales al círculo rojo de que se preocupara por evitar un eventual
default sin declarar el default en el caso de que volviera al poder.
De repente, sin embargo, le toca aparecer de nuevo en el casillero de
los militares bolivarianos, en la hambruna y éxodo de un pueblo, lejos de
EE.UU. y Wall Street, de Europa y gran parte de Occidente, pegada a los
cubanos, rusos y chinos, suponiendo que los intereses de estos países sean
diferentes a los que encarna Trump. Como deseaba en su gobierno, tal vez, y
casi en un revival de los 60, hablando de guerrillas, intervenciones armadas,
regionales, interpretada su voz por D’Elía y Bonafini,
también por otros de talla pigmea, en esa bizantina discusión del subdesarrollo
sobre golpe de Estado, instituciones y democracia.
Encerrona. Por inercia, simplemente, debe competir con Macri en este tema, partir
más nítidamente al electorado en una experiencia que le gusta, pero no sabe si
le conviene. Tanto que evitó las opiniones furibundas, o el “Patria sí, colonia
no”.
Se encuentra sin salida, como su hermano de leche Maduro, traicionados
por el pasado: ella y él han sido personajes secundarios aunque herederos de la
frustrada revolución bolivariana de Chávez y Néstor, los insolentes
protagonistas que prometían una moneda propia, un mercado propio, un FMI
propio, hasta un gasoducto propio y galáctico entre Caracas-Buenos Aires.
Aficionados o entusiastas que han culminado con sinos paralelos: tanto los
Kirchner como Chávez empezaron destapando corruptelas del pasado para terminar,
desde hace tiempo, denunciados por corruptelas y latrocinios superiores. Lo que
puede la caída del precio del petróleo. En el sorteo, a Macri parece
beneficiarlo –en su pugna con Cristina– pertenecer a una liga menos
desprestigiada que la de Maduro. Por el momento, una ventaja en el orden
nacional y, de rebote, una ganancia adicional por la convulsión interna del
peronismo, una gran parte odiosa con el régimen chavista (Pichetto, Urtubey,
Massa, siguen las firmas) y otra inclinada al largo mandato bolivariano que
encierra a la viuda de Kirchner. Nunca estuvo tan explícita la división, menos
la oportunidad: Cristina, a disgusto, por un lado en honor a viejas amistades, adhiere
a Maduro, pero se servirá del discurso papal invitando al diálogo; los otros
peronistas, a su vez, confrontan reivindicando actitudes y relaciones (Massa,
por ejemplo, albergó varias veces en su casa a la esposa de uno de los
principales opositores al régimen de Venezuela), quizás se amparen en ese mismo
diálogo ilusorio o en un desencuentro castrense, pero entiendan que el
mandatario venezolano se hunde por putrefacción, la agitación callejera diaria
y una inédita presión externa.
Habrá que esperar el desenlace: la Guerra Fría del siglo pasado se reinventó
en Venezuela
Habrá que esperar el desenlace: la Guerra Fría del siglo pasado se reinventó
en Venezuela. Y, si bien era difícil suponerlo, ciertos protagonistas parecen
forzados a pronunciarse. Por ejemplo, el peronismo, representado por Gioja y
teledirigido por Cristina (cuando ella en rigor encabeza otra agrupación,
Unidad Ciudadana) también entra en crisis apenas se exprese y quizás obligue a
una definición judicial. Una incógnita.
Otra se origina en Lavagna, el ex ministro que le aportó una alegría a
Macri con su versión disidente. Pero, como postulante a la Presidencia todavía no
se expidió sobre la crisis violenta en Venezuela. Ha optado por el disimulo, la
espera, como el lanzamiento de su candidatura. Todos o muchos aguardan a marzo,
quizás a abril, para definirse localmente. Pero entonces, aun por contingencias
repentinas como la venezolana, tal vez el asado ya se haya pasado de punto. Y,
como diría Peña, Macri ya se consumió el aperitivo. Solo.
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