Por Gustavo González |
Descartan que pueda haber un Duran Barba
capaz de convencer a la mayoría de que su vida mejoró en estos años de
recesión, y que cuando el PBI crecía a un promedio del 8% anual (Kirchner-Lavagna),
en realidad vivía peor.
Hacen cuentas. Suman a todas las provincias gobernadas por el peronismo
y la oposición, ven las mismas encuestas que distribuye la Casa Rosada en las
que el Presidente aparece con una imagen negativa del 60%, barajan sondeos
privados en los que un peronista triunfa en el ballottage, y arman distintos
escenarios electorales en los que mezclan nombres como los de Massa,
Urtubey,
Lavagna, Pichetto,
Solá y
cada uno de los gobernadores. Por eso también están convencidos de que, en
lugar de ganar, pueden perder.
“Si ella juega, Macri gana”. Esa es la terrible contradicción que se empieza a
percibir en la dirigencia justicialista. Ellos, que fueron los mayores expertos
históricos en convencer al electorado de que la culpa de los males económicos
del país se debía a las gestiones no peronistas (que entre 1983 y 2015 apenas
habían gobernado el 20% del tiempo), hoy se encuentran ante un Gobierno que
les da de beber de su propia medicina: con el peronismo se estaba peor.
Y lo cierto es que el garrote macrista del pasado encuentra la
corporización justa en Cristina Kirchner, cuyo último
mandato dejó un crecimiento cercano a cero, alta inflación y pobreza en un
tercio de la población. Además de una sociedad dividida, con un alto
porcentaje que no solo no votó a sus candidatos en 2015 y 2017, sino que
guarda por ella un profundo rechazo.
Por eso, cuando se aleja del optimismo declarativo del on the record,
una parte de la dirigencia peronista empieza a sospechar que le será difícil
escapar de la trampa estratégica que le tendió el oficialismo. Con Cristina
en escena, y si la economía no empeorara dramáticamente, las chances de perder
son altas. Para una mayoría, el pasado que ella encarna seguiría siendo peor
que este mal presente.
Eso es lo que señalan las encuestas que dan a Macri ganando en un
ballottage con Cristina y perdiendo con otros candidatos justicialistas. Es la
explicación de por qué en el Gobierno se decidió confrontar siempre con ella y
no darle entidad a ningún otro presidenciable.
Los sondeos, el macrismo y una parte del peronismo coinciden en eso: si
ella juega, Macri gana.
Centralidad. La pregunta de qué hará la ex presidenta, hoy es el eje de cualquier
debate político. En especial en el peronismo, pero también en el círculo rojo
en general y en el oficialismo en particular.
La centralidad de Cristina es esencial en el análisis de la Argentina
actual. Eso dice mucho de ella, pero también de la Argentina.
Que de lo que ella haga dependa el futuro del actual mandatario, de los
principales opositores y hasta de cómo seguirán algunas variables económicas
este año, indica con claridad que su etapa no está superada. El Gobierno no
quiso y el peronismo no pudo construir una alternativa superadora a su figura.
Y una parte importante de la sociedad no cree que haya algo superior a
Cristina. Esta es su principal fortaleza.
Uno de los dirigentes peronistas que la vio en las últimas semanas, dice
que no se presentará. Pero no es información, es análisis. También es su deseo
de que no lo haga: “Ella sigue siendo la gran actora política, construye y suma
a sectores que se habían alejado, como Moyano,
Grabois o
el Movimiento
Evita. Trabaja para la unidad y le preocupa su situación
judicial y, sobre todo, la de su hija. Hasta con Massa hay contactos. Creo que
al final dará un paso al costado, que sería lo mejor para encontrar un
candidato de consenso en el peronismo y ganar”.
Universo alternativo. Massa siempre afirmó que no quiere saber más nada
con Cristina, pero eso no necesariamente va en contra de una negociación en la
que ambos puedan beneficiarse.
Desde Máximo
Kirchner a Alberto
Fernández, los interlocutores con el líder del Frente
Renovador trabajan en encontrar ese punto intermedio. Hoy, más
que competir con Cristina en una interna (algo que antes proponía), prefiere
ahondar la hipótesis de un paso al costado de ella y quedar él como candidato
de unidad, con un kirchnerismo que compita en los distritos y,
eventualmente, integrar las listas con nombres digeribles para los distintos
sectores.
Sin Cristina, no cree que otro candidato cristinista tenga impulso
suficiente para competir en una interna junto a él y a Urtubey, por ejemplo.
Salvo, quizás, Kicillof.
También Lavagna aparece como “candidato de unidad”. En la última
edición de Noticias, por primera vez no niega la posibilidad de competir,
aunque aclara que “aún no es momento de definiciones”. Espera a que se lo pida
todo el peronismo e incluso alguno que no lo es, como hizo el gobernador
socialista Miguel
Lifschitz, al visitarlo en su casa de Cariló. Y espera, claro,
que se baje Cristina, porque sigue sin aceptar la lógica de presentarse para
sacarle votos a ella y a Macri y llevar un poco de calma a un mercado que
espera turbulencias económicas.
El pasado 27 de diciembre, cuatro días después de que PERFIL llevara
en su tapa a Lavagna como el “candidato silencioso”, el economista recibió en
su casa a Sergio Massa. Fue por la mañana y hablaron durante tres horas. El
tigrense le explicó que él era joven y podía esperar si Lavagna decidía ser
candidato. La respuesta que obtuvo, según le transmitió luego a su equipo,
es que estaba grande ya para eso. Si realmente Lavagna mantuviera esa
postura, el plan de Massa es designarlo presidente de un Consejo Económico y
Social, para que sea el artífice de un pacto de la Moncloa argentino y el
controller de las grandes políticas de Estado.
Resiliencia. Las dudas de unos y otros, las candidaturas que van y vienen y las
estrategias del oficialismo tienen en común que nadie sabe qué hará ella.
Quizás ella tampoco lo sepa. Es probable que juegue si la crisis empeora y las
encuestas lo reflejan a su favor. Y que no lo haga si sospecha que podría ser
su cuarta derrota consecutiva. Lo decidirá entre mayo y junio.
Lo que sí se sabe es que el nivel de resiliencia política de Cristina
Kirchner supera a la de cualquier otro ex presidente después de Perón.
Quien hubiera sido su sucesor, Daniel Scioli,
perdió frente a una corriente nueva como el macrismo; ella misma fue opacada
por un dirigente con tan poca historia como Esteban Bullrich; está
multiprocesada y la corrupción de sus gobiernos cada vez se conoce con más
detalle; tiene a casi todos los medios en contra, a diferencia de lo que pasaba
cuando ella era el poder; le dieron la espalda ex ministros, legisladores y
gobernadores que antes le juraban amor eterno; y el nivel de rechazo social no
disminuye.
Sin embargo, su relato y su épica siguen cautivando a un tercio de la
población que, como dice Duran Barba, “daría la vida por ella”.
Puede que no le alcance para ganar, pero sí para mantener en vilo a
todos.
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