Por Sergio Doval
Es probable que 2018 haya sido uno de los peores años para la política,
en relación a lo que sus brazos ejecutores (los políticos) terminaron
representando para la sociedad. Normalmente, en procesos de desesperanza frente a una situación surgen
nuevas opciones que permiten a los ciudadanos preconfigurar novedosos espacios
de luz.
Sin esperanza es difícil afrontar el futuro; y esa esperanza en algunas
ocasiones no significa la representación de algo mejor, con que sea distinto de
la oferta existente alcanza para convertirse en una opción.
La elección en el mundo de líderes como Bolsonaro o Trump habla de una sociedad en parte
acorralada y sin vías de escape, que radicaliza sus posturas en consideración
de un impulso de supervivencia básico (en el momento de desesperación se
desactivan todas las barreras sociales que enmarcan la vida en sociedad, en
síntesis, podemos darnos el lujo de dejar de ser políticamente correctos), pero
también habla de aquellos que, cansados de las opciones clásicas de la oferta
política, optan por algo fuera del paquete tradicional con una simple lógica:
los otros (de derecha, centro, izquierda o más allá) nos han defraudado,
entonces, probemos con aquellos que están por afuera de este sistema y que explícitamente
lo repudian.
El cambio se volvió un commodity. Y esa experiencia de vanguardia que
fue Cambiemos en el 2015 planteándose como
un outsider de la política, pero con una experiencia en gestión que validaba su
incursión en la gran política nacional, perdió validez frente a un importante
sector de la sociedad que tenía esperanzas al comienzo de su gestión. Hoy 9 de
cada 10 argentinos se sienten decepcionados con lo realizado por el gobierno
desde que asumió Mauricio Macri (alrededor de un 34% no
tenían expectativas, un 8% siente que cumplió sus expectativas y un 57% tenía
esperanzas de que al país le vaya mejor). Ahora bien, ¿qué escena se
preconfigura para aquellos decepcionados? La mitad piensa que hay que darle
tiempo al gobierno para lograr los cambios necesarios, pero lo más interesante
surge de aquellos que dicen que no los votarían porque se dieron cuenta de que
son incapaces de gobernar. Cuando se les pregunta si están mirando a algún
referente o espacio al cuál depositar su confianza, más del 50% no encuentra a
nadie, y el otro 50% se divide, atomizado, entre muchos referentes políticos de
todo el arco opositor u oficialista.
Es por esto que es menester afinar el ojo y analizar un poco más allá de
los dos rivales que cautivan la tapa de los diarios, Comodoro Py y las pizarras
del tipo de cambio.
Los segundos, ¿serán los primeros?
Es importante destacar que después de la "ola amarilla" de fin
de 2017, la caída de imagen de referentes del oficialismo como Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal se detuvo por
arriba de los 50 puntos positivo; como mínimo, 15 puntos por encima de su líder
partidario. Esto habla de una escisión y comprensión muy grande de la sociedad
respecto al espacio político gobernante. Pareciera que Marcos Peña puede ser un
gran estratega electoral, pero una mala compañía para el presidente, la imagen
negativa del jefe de gabinete en algunas plazas duplica su positiva y su
lejanía de Larreta y Vidal funciona para estos dos, como un tubo de oxígeno.
A destacar es la performance de imagen en el electorado de CABA por
parte de Graciela Ocaña, que después de haber logrado una mejor elección en
provincia de Buenos Aires que el propio Esteban Bullrich, quien encabezó la
lista a senadores, mantiene un balance positivo de 10 puntos (algo que solo un
puñado de dirigentes puede ostentar). En esta escena encontramos un ejemplo
inverso como el de Elisa Carrio que dilapidó casi 20 puntos de imagen desde el
triunfo de la ola amarilla a esta parte. Las idas y venidas con el propio
Gobierno y con las posiciones radicalizadas no le han servido a la diputada
para aislarse de la caída en desgracia del gobierno nacional.
Sin saber aún si es o no un jugador del Pro, Martín Lousteau cuenta con
la mejor Imagen en CABA (solo un par de puntos por encima del Jefe de
Gobierno), pero le falta conocimiento a nivel nacional. Habrá que ver cómo sus
idas y vueltas en los espacios terminan conformándolo (o no) como una opción
para el electorado que ya lo castigó en las elecciones pasadas por estas
actitudes.
A nivel nacional, el Pro no cuenta más que la usina de personas que
produce en la zona metropolitana, presentando un quiebre entre lo dicho y lo
hecho: el federalismo no llegó a su desarrollo partidario, donde apunta en cada
provincia a aliarse con personajes que en algunos casos, son muy contrarios a
su ADN
El kirchnerismo, por su parte, ha sufrido su mayor campaña de desgaste
en los tribunales y, a su vez, su mejor campaña de reivindicación por parte del
Gobierno con los resultados de gestión. Hoy CFK tiene mejor imagen que Macri (y
mucho mejor que su hijo Máximo) en la provincia de Buenos Aires, pero lo que
llama la atención es el crecimiento de Axel Kicillof, de excelente performance
en la provincia de Buenos Aires mejorando el balance de imagen frente a su
jefa. Es la gran espada del espacio K, el resto juega un partido muy lejano.
Juan Grabois no performa en la Capital en conocimiento ni relación de imagen
como Leandro Santoro, quien viene creciendo en sectores más allá del universo
kirchnerista en su paso por los medios de comunicación.
Fuera de la grieta, encontramos menos opciones de las deseadas y la
sociedad aún está insatisfecha. Sergio Massa con un nivel de conocimiento a
punto para una presidencial no logra cambiar significativamente su imagen,
teniendo aún una negativa más alta que la positiva. Juan Manuel Urtubey
consolidó el año pasado un nivel de conocimiento que, aún lejos de un alcance
nacional total, mantiene una muy saludable relación entre sus dos imágenes,
teniendo casi 10 puntos de balance positivo en varios distritos y a nivel
nacional, lo que lo posiciona hoy como una de las mejores alternativas hacia
futuro en relación a un potencial crecimiento. El gobernador de Córdoba, Juan
Schiaretti, asociado por la gente a la vieja política, ha tenido un impulso en
este último tiempo, pero aún se encuentra muy lejos de aquellos dos
contendientes.
A niveles locales aparecen algunas nuevas experiencias, como el
economista presidente del Cesba, Matías Tombolini, que desde un planteo fuera
del sistema de la política y con un nuevo partido (para sorpresa de la clase
política), está construyendo un nuevo espacio de representación que debe ser
observado con atención. También, 2018 año nos arrojó nuevos jugadores. Es el
caso de José Luis Espert, Javier Milei y Alfredo Olmedo, que posicionados en el
desencanto de la gente con la clase política han construido una alternativa que
despierta mayoritariamente en los jóvenes una simpatía cuasi revolucionaria.
Pero tienen un problema: ya el gobierno de Cambiemos gastó una parte de esa
bala cuando se presentó como una opción por fuera de la política tradicional.
Ni lo académico y fundamentado de los planteos de los libertarios, ni lo
grotesco y agresivo del planteo de Olmedo reproducen hoy un escenario que
genere un volumen necesario para dar un batacazo. Solo siguen construyendo
microexpresiones que facilitan el escenario a la polarización.
Finalmente, parte de la sociedad (la informada), está atento a las
jugadas deoutsiders puros como Marcelo Tinelli, Matías Lammens o
Facundo Manes. Estos experimentos tienen un sector de demanda y una buena
imagen en la sociedad (por sobre todo el neurocientífico) pero que les falta
aún ver cómo es su ruedo en la arena política: la mancha venenosa. Las dudas en
la ciudadanía son claras, por ejemplo: la imagen del conductor televisivo
supera los 50 puntos positivos, pero cuando se consulta a los encuestados sobre
la posibilidad de voto esta se reduce a la mitad, la relación más baja de
cualquier aspirante a un cargo electivo, claro ejemplo de que una cosa es la
imagen y otra la votabilidad de un sistema en el que la gente desconfía, y por
tanto, también lo hace de la capacidad de aquellos que no son nacidos y criados
en él.
El cisne negro: Roberto Lavagna tiene una gran oportunidad para romper
el tablero político, ha crecido en las sombras y en su silencio (inversamente
proporcional a lo que ha sucedido con Florencio Randazzo). Lo cierto es que su
figura es querida por macristas y kirchneristas por igual, siendo un elemento
de cohesión que hoy podría desarmar el escenario planteado.
El año que pasó se crearon muchos manantiales por fuera de las dos grandes
corrientes que son el Macrismo y el Kirchnerismo. Habrá que estar atento a
ellos para ver si logran convertirse en ríos con la capacidad de producir un
nuevo cauce hacia la gente, que pueda encontrar allí un representante en esta
sensación de desesperanza que la sociedad tiene con la clase política. Nunca es
tarde para volver a creer.
© La
Nación
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