sábado, 8 de diciembre de 2018

Yo o la leona herbívora

Entre Carrió escandalizada y radicales agraviados, Macri 
se sostiene en la teoría del miedo a Cristina.

Por Roberto García
La coalición gobernante luce más inestable que los mercados inestables. Escandaliza Carrió en público hasta por nimiedades, se irrita como novia abandonada en el altar e insiste en que le perdió la confianza a Macri. Y si ella no le cree, quién habrá de creerle. A su vez, los radicales, también agraviados, reclaman discretos una porción de torta superior, bajo la excusa psicológica de sentirse excluidos. Las dos partes amenazan, pero no rompen.

Se doblan, apenas. La algarada disidente tal vez se justifique por la clara declinación del Gobierno, en una debilidad. O, quizá, en una fortaleza: Macri, aun exangüe, sin consultar les impone a sus socios una condición –como a una franja sustancial de la sociedad–, la teoría del miedo: soy yo o el león, más exactamente la leona. Referencia obvia a una Cristina que curiosamente recorre la escala animal sin paradas y con designaciones diversas, de la tigresa a la yegua, ahora prometiéndose herbívora como en el climaterio del general. Si uno padece el ajuste económico, la capitis societaria en la alianza podría compararse a un ajuste político, paradójicamente amparado en un eslogan guevarista: cuanto peor, mejor. Si fuera planeado el juego, habría que reconocerle inspiración maquiavélica a la Casa Rosada.

Obediencias. Más complicado que esta revuelta de baja intensidad con sus partners menores parece el principio de incendio doméstico, el rechazo a la obediencia debida que manifiestan un díscolo Rodríguez Larreta y su pupila gobernadora, Vidal, antes una dulce Heidi, quien debe reiterar a los gritos un latiguillo para disipar sospechas: seré cualquier cosa, menos candidata a presidente. Como si esa tentación se les hubiera ocurrido a todos los mortales que van de su casa al trabajo o del trabajo a su casa, y no a un círculo cercano que la imagina diferente a Macri y que, fundada en ciertos sondeos de opinión, la registran más codiciada por la gente y menos lesionada por el poder. Además con votos de su nombre y apellido, escriturados, sin necesidad del aval del ingeniero en jefe.

No son las únicas diferencias que incentivan otros opinantes en la cabecita de la dama: de Massa a la Iglesia, de ciertos medios influyentes a Carrió, de Tinelli a Frigerio y Monzó, de Graciela Camaño a un alud de intendentes, sin excluir a empresarios que han imaginado a otra leona de cautiverio para confrontar con otro mamífero jubilado, inesperadamente vegano, Cristina.

Para alguien involucrado en la controversia, Marcos Peña –quien se considera pararrayos de Macri y no un lanzallamas, como lo proclama el gentío enemigo–, ni en la coalición ni en esta cúpula privilegiada habrá ruptura, y los distintos criterios e intereses cesarán con el avance de la campaña, hacia febrero, al dilucidarse las candidaturas.

Hasta entonces habrá discrepancia, entre otros rubros, con su interpretación restrictiva del futuro de los votos, con la que sin duda coincide el mandatario. Según la Jefatura de Gabinete, el electorado no se divide en tres tercios, no existe esa configuración. Solo dos partes se llevarán la piñata, una más importante que la otra; es decir, Macri o Cristina, núcleos acérrimos y tan inmodificables que él mismo se confiesa incapaz de cambiar hasta en su familia, en la opinión de su querida suegra, una cordial y fanática K.

Según su ciencia, nadie más participa en la contienda y el desenlace natural es Mauricio o la leona. Lo que induce a concluir que cualquier incorporación ajena, por lo menos al capital del Gobierno, podría desteñir innecesariamente el perfil macrista. Sobre todo si proviene del peronismo. Obstinado, repite el esquema monocolor probado en la última elección presidencial y al que sus objetores no pueden rebatir: siempre ganó Peña, desde que le pegó a Macri la estampilla Duran Barba.

Amplitud. Otras opiniones, en cambio, reclaman una mayor amplitud para negociar y acercar a ese tercer tercio que esbozan las encuestas, aun sin liderazgo, con cierto dominio peronista, más ansioso por pernoctar en el oficialismo en lugar de tomar el té con la viuda de Kirchner, con vocalistas de entonación diversa, Pichetto, Urtubey, Massa, Lavagna, gobernadores e intendentes cuya asistencia y solidaridad le sumaría una masa crítica a la experiencia Macri. En esa propuesta se enanca el dúo Vidal-Rodríguez Larreta como protagonistas, en particular ella, a quien la rosca política –al decir de Monzó– le facilita gobernar la provincia en medio de la crisis económica y cuando la Casa Rosada le diezmó facilidades que suponía propias. Gracias a su acuerdo con Sergio Massa, logró aprobar presupuesto y endeudamiento, sin conocerse el premio a pagar, aunque parece que le devolvió al tigrense parte de lo que le había quitado el último año. Esa cercanía con Massa, íntimo también de Rodríguez Larreta, le provocó disgustos con una Rosada que desconfía de esa amistad y de ese jefe rival al que vinculan tal vez con Cristina si se combinan los astros.

Se molestan, además, por expresiones y actitudes de Vidal que a veces son más duras que las vertidas por la oposición, sin ser ella la oposición. Desde el reclamo de fondos y obras, hasta críticas por el último instructivo que Patricia Bullrich les otorgó a las fuerzas de seguridad, una ministra que le arrancaría el cabello al alcalde porteño si este no se afeitara la cabeza. Vidal consulta a un oculista para ver más diáfano el futuro: se ha limitado su vida cotidiana en estos tres años de vida provincial, ya son adolescentes sus hijos, con los que vive en una base aérea, y debió mudar oficinas de la sede capitalina del Provincia a un piso en el área de Dietrich, apremiada por los piquetes gremiales en el edificio. Si hasta recurre a un auto para traer y devolver al peluquero de su preferencia.

Para algunos, se siente sola, en un ambiente asfixiado por la presión municipal del peronismo en todas sus variedades, incluso con rasgos de esa formación en su jefe de Gabinete y hasta en su encargado de seguridad. Un entorno de vida con el que aprendió a convivir, y a pactar, y que Macri desconoce en su inmensidad, ya que su jefe de Gabinete y su encargada de seguridad son manifiestamente antiperonistas. También la Capital en la que vive.

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