Entre Carrió
escandalizada y radicales agraviados, Macri
se sostiene en la teoría del miedo
a Cristina.
Por Roberto García |
La coalición gobernante luce más inestable que los mercados inestables.
Escandaliza Carrió en público hasta por nimiedades, se irrita como novia abandonada en
el altar e insiste en que le perdió la confianza a Macri. Y si ella
no le cree, quién habrá de creerle. A su vez, los radicales, también
agraviados, reclaman discretos una porción de torta superior, bajo la excusa
psicológica de sentirse excluidos. Las dos partes amenazan, pero no rompen.
Se doblan, apenas. La algarada disidente tal vez se justifique por la
clara declinación del Gobierno, en una debilidad. O, quizá, en una fortaleza:
Macri, aun exangüe, sin consultar les impone a sus socios una condición –como a
una franja sustancial de la sociedad–, la teoría del miedo: soy yo o el león,
más exactamente la leona. Referencia obvia a una Cristina que curiosamente
recorre la escala animal sin paradas y con designaciones diversas, de la
tigresa a la yegua, ahora prometiéndose herbívora como en el climaterio del
general. Si uno padece el ajuste económico, la capitis societaria en la alianza
podría compararse a un ajuste político, paradójicamente amparado en un eslogan
guevarista: cuanto peor, mejor. Si fuera planeado el juego, habría que
reconocerle inspiración maquiavélica a la Casa Rosada.
Obediencias. Más complicado que esta revuelta de baja intensidad con sus partners
menores parece el principio de incendio doméstico, el rechazo a la obediencia
debida que manifiestan un díscolo Rodríguez
Larreta y su pupila gobernadora, Vidal, antes una dulce Heidi,
quien debe reiterar a los gritos un latiguillo para disipar sospechas: seré
cualquier cosa, menos candidata a presidente. Como si esa tentación se les
hubiera ocurrido a todos los mortales que van de su casa al trabajo o del
trabajo a su casa, y no a un círculo cercano que la imagina diferente a Macri y
que, fundada en ciertos sondeos de opinión, la registran más codiciada por la
gente y menos lesionada por el poder. Además con votos de su nombre y
apellido, escriturados, sin necesidad del aval del ingeniero en jefe.
No son las únicas diferencias que incentivan otros opinantes en la
cabecita de la dama: de Massa a la Iglesia, de ciertos medios influyentes a
Carrió, de Tinelli a Frigerio y Monzó, de Graciela
Camaño a un alud de intendentes, sin excluir a empresarios que
han imaginado a otra leona de cautiverio para confrontar con otro mamífero
jubilado, inesperadamente vegano, Cristina.
Para alguien involucrado en la controversia, Marcos Peña –quien
se considera pararrayos de Macri y no un lanzallamas, como lo proclama el
gentío enemigo–, ni en la coalición ni en esta cúpula privilegiada habrá
ruptura, y los distintos criterios e intereses cesarán con el avance de la
campaña, hacia febrero, al dilucidarse las candidaturas.
Hasta entonces habrá discrepancia, entre otros rubros, con su interpretación
restrictiva del futuro de los votos, con la que sin duda coincide el
mandatario. Según la Jefatura de Gabinete, el electorado no se divide en tres
tercios, no existe esa configuración. Solo dos partes se llevarán la piñata,
una más importante que la otra; es decir, Macri o Cristina, núcleos
acérrimos y tan inmodificables que él mismo se confiesa incapaz de cambiar
hasta en su familia, en la opinión de su querida suegra, una cordial y
fanática K.
Según su ciencia, nadie más participa en la contienda y el desenlace
natural es Mauricio o la leona. Lo que induce a concluir que cualquier
incorporación ajena, por lo menos al capital del Gobierno, podría desteñir
innecesariamente el perfil macrista. Sobre todo si proviene del peronismo.
Obstinado, repite el esquema monocolor probado en la última elección
presidencial y al que sus objetores no pueden rebatir: siempre ganó Peña, desde
que le pegó a Macri la estampilla Duran Barba.
Amplitud. Otras opiniones, en cambio, reclaman una mayor amplitud para negociar y
acercar a ese tercer tercio que esbozan las encuestas, aun sin liderazgo, con
cierto dominio peronista, más ansioso por pernoctar en el oficialismo en lugar
de tomar el té con la viuda de Kirchner, con vocalistas de entonación diversa, Pichetto,
Urtubey, Massa, Lavagna, gobernadores e intendentes cuya asistencia y
solidaridad le sumaría una masa crítica a la experiencia Macri. En esa
propuesta se enanca el dúo Vidal-Rodríguez Larreta como protagonistas, en
particular ella, a quien la rosca política –al decir de Monzó– le facilita
gobernar la provincia en medio de la crisis económica y cuando la Casa Rosada
le diezmó facilidades que suponía propias. Gracias a su acuerdo con Sergio
Massa, logró aprobar presupuesto y endeudamiento, sin conocerse
el premio a pagar, aunque parece que le devolvió al tigrense parte de lo que le
había quitado el último año. Esa cercanía con Massa, íntimo también de
Rodríguez Larreta, le provocó disgustos con una Rosada que desconfía de esa
amistad y de ese jefe rival al que vinculan tal vez con Cristina si se combinan
los astros.
Se molestan, además, por expresiones y actitudes de Vidal que a veces
son más duras que las vertidas por la oposición, sin ser ella la oposición.
Desde el reclamo de fondos y obras, hasta críticas por el último instructivo
que Patricia Bullrich les otorgó a las fuerzas de seguridad, una
ministra que le arrancaría el cabello al alcalde porteño si este no se afeitara
la cabeza. Vidal
consulta a un oculista para ver más diáfano el futuro: se ha
limitado su vida cotidiana en estos tres años de vida provincial, ya son
adolescentes sus hijos, con los que vive en una base aérea, y debió mudar
oficinas de la sede capitalina del Provincia a un piso en el área de Dietrich,
apremiada por los piquetes gremiales en el edificio. Si hasta recurre a un auto
para traer y devolver al peluquero de su preferencia.
Para algunos, se siente sola, en un ambiente asfixiado por la presión
municipal del peronismo en todas sus variedades, incluso con
rasgos de esa formación en su jefe de Gabinete y hasta en su encargado de
seguridad. Un entorno de vida con el que aprendió a convivir, y a pactar, y que
Macri desconoce en su inmensidad, ya que su jefe de Gabinete y su encargada de
seguridad son manifiestamente antiperonistas. También la Capital en la que
vive.
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