Por James Neilson |
A pesar de la voluntad de parte de la clase
política de aferrarse a su conquista más valiosa, los fueros, docenas
de corruptos están entre rejas. El país parece un poco más ordenado de
lo que estaba antes. Y, como nos recordó aquella cumbre del G20, Macri sigue brillando en el firmamento
mundial, si bien es difícil medir los beneficios concretos para el país de
la buena reputación que tiene entre sus pares del exterior.
Aunque tales éxitos, más la impresión que da Macri
de ser un hombre sensato que está resuelto a hacer las cosas bien, le ha
permitido conservar un nivel de apoyo envidiablemente alto cuando uno
lo compara con el de muchos otros gobernantes, su gestión terminará en
lágrimas a menos que logre impedir que la economía se hunda, como a su manera
pronostican que hará, los responsables de estimar el “riesgo país” nacional.
Felizmente para el Gobierno, parecería que aproximadamente
la mitad de la población comprende que la crisis es fruto de tres cuartos de un
siglo, o más, de facilismo populista, y que para purgar los pecados
económicos que tanto mal le han hecho el país tendrá que pasar una temporada
tal vez larga en el purgatorio.
Macri cree que la Argentina está experimentando
una especie de revolución cultural que le permitirá violar uno tras
otro los “códigos de la política” que nos llevaron a la situación nada
satisfactoria actual. Según la forma de pensar reflejada por aquellos
“códigos”, el pueblo argentino nunca tolerará nada parecido a un ajuste –la
palabra misma provoca escalofríos entre los biempensantes–, y sólo a un
gobierno de vocación suicida se le ocurriría intentar aplicar uno.
Merced a la fobia así supuesta, la economía
nacional se asemeja a un micro sin frenos que cada tanto se desbarranca,
hiriendo a muchos pasajeros, pero por ser el único vehículo disponible los
sobrevivientes procuran repararlo lo mejor que puedan para seguir su viaje, con
lentitud exasperante, hacia el destino lejano que dicen tener en mente.
Consciente de lo peligroso que le sería ajustar, al
iniciar su gestión Macri se resistió a tomar las medidas antipáticas que a buen
seguro entendía serían necesarias para que la maltrecha economía funcionara
mejor, pero luego de un par de años sin demasiados sobresaltos, para
regocijo de sus muchos enemigos chocó frontalmente contra una corrida
cambiaria.
Como pudo preverse, kirchneristas, izquierdistas,
sindicalistas e incluso algunos peronistas que hasta entonces habían tratado de
llamar la atención a su propia moderación, se prepararon enseguida para
enseñarle al “presidente de los ricos” que trataba de engañarlos aumentando el
gasto social, que en este país los ajustes siguen siendo tabú.
¿Lo son? Aunque ya han pasado casi ocho meses desde
que, por enésima vez, la Argentina se precipitó en una crisis que a juicio de
los más pesimistas amenazaba con serle terminal, Macri no sólo
permanece en la Casa Rosada y Olivos sino que, según los arúspices, podría ser
reelegido en octubre.Si bien muchos simpatizantes del gobierno de Cambiemos
creen que Macri mismo ayudó a hacer peor una situación ya mala al aferrarse con
tenacidad excesiva al “gradualismo”, están dispuestos a perdonarlo
porque la alternativa, es decir, Cristina, les parece tan terrible.
Para justificar “el gradualismo” de los primeros
años del gobierno de Cambiemos, quienes hablan en nombre del oficialismo nos
recuerdan que Macri tuvo que subordinar lo económico a lo político por
un rato largo, ya que había derrotado a Daniel Scioli por un margen estrecho debido
a los errores estratégicos apenas concebibles de Cristina en la fase final de
su reinado.
De no haber ordenado la entonces presidenta
todopoderosa a Scioli dejarse acompañar por Carlos Zannini o permitido que
Aníbal Fernández llevara la camiseta kirchnerista en la provincia de Buenos
Aires, el motonauta hubiera estado al timón cuando estalló la tormenta
financiera internacional que asestó el golpe de gracia al gradualismo macrista.
Al iniciar su gestión, Macri se esforzó por
minimizar la gravedad del estado en que la señora había dejado el país con la
esperanza de persuadir a los inversores en potencia de que les valdría
la pena apostar a una recuperación milagrosa. Desgraciadamente para él, y para
muchos otros, aunque los políticos más destacados del planeta –entre ellos, Barack
Obama seguido por Donald Trump, Angela Merkel, Xi Jinping, Vladimir Putin y
Emmanuel Macron–, lo colmaron de elogios, los encargados de los grandes
fondos de inversión prestaron más atención a los números y a la trayectoria
nada edificante del país en materia de deuda. Bajaron el pulgar.
Puesto que el único organismo financiero importante
que toma en cuenta los intereses políticos en juego es el FMI, Macri
depende de la buena voluntad de Christine Lagarde. Mal que nos pese, de no
haber sido por la ayuda proporcionada por el FMI, la recesión que está
sufriendo el país sería mucho más dolorosa. Es que los líderes de los
países más influyentes no quieren que la Argentina siga hundiéndose hasta
convertirse en una versión de Venezuela.
Antes bien, creen que el eventual éxito de Macri,
el que a sus ojos está desempeñando un papel clave en la lucha mundial contra
la irresponsabilidad populista que tanto les preocupa, o de sus sucesores,
siempre y cuando estos se adhieran al mismo rumbo, tendría repercusiones muy
positivas no sólo en el resto de América latina sino también en otras regiones.
Si bien para “el mundo” lo que está sucediendo en
la Argentina dista de ser meramente anecdótico, el resultado del conflicto
entre el facilismo populista y el realismo relativo que ha sido adoptado, a
regañadientes, por los radicales de Cambiemos y una franja del peronismo,
dependerá menos de las opiniones de los economistas más prestigiosos que de la
reacción de los habitantes del conurbano bonaerense frente al desplome de
su poder adquisitivo.
Para sorpresa de los muchos que dan por descontado
que tales personas siempre votan “con el bolsillo”, de suerte que en los buenos
tiempos premian al oficialismo de turno y en los malos se las arreglan para
castigarlo, hay indicios de que, a pesar del desastre económico al que
ha contribuido, el apoyo a Macri ha subido últimamente en las zonas más
deprimidas del país.
¿Será que a la gente le parece bien que, por fin,
el Gobierno haya decidido actuar con un grado insólito de firmeza y que, de
todos modos, una nueva fiesta populista sólo garantizaría hambre para
mañana? Es evidente que Macri, convencido como está de que en la mente
colectiva de los argentinos está librándose una “batalla cultural” decisiva, se
haya sentido alentado por los mensajes que le envían quienes sondean
la opinión pública en los distritos más golpeados, y que por lo tanto confía en
ser reelegido en octubre sin tener que ir a una segunda vuelta.
Según la lógica política tradicional, el optimismo
así manifestado es delirante, pero el mero hecho de que, a diferencia de su
nuevo amigo, el presidente francés Macron y otros mandatarios en apuros, Macri
tiene un índice de popularidad muy respetable, hace pensar que mucho ha
cambiado en el transcurso de los años últimos.
Como es su costumbre, la Argentina va a contramano
del mundo desarrollado. Mientras que en Estados Unidos y Europa el
cortoplacismo populista se ha puesto de moda, parecería que aquí está
batiéndose en retirada, razón por la que muchos peronistas, de los que los más
destacados son el senador Miguel Ángel Pichetto y el gobernador
salteño Juan Manuel Urtubey, están asumiendo posturas parecidas a las de
quienes apoyan a Macri.
Puede que la diferencia entre la Argentina y los
países desarrollados se deba a que, a pesar de tantos reveses, aquí el grueso
de la ciudadanía se resiste a creer que todo está perdido, mientras que en las
sociedades ricas es muy fuerte la sensación de que lo mejor ya ha pasado.
Asimismo, es llamativo que no haya señales de que estén por irrumpir
personajes de planteos supuestamente novedosos como Trump que se
proclaman capaces de cambiar virtualmente todo de la noche a la mañana.
En este ámbito por lo menos, la Argentina parece
ser un país más maduro o, si se prefiere, más “normal” que Estados Unidos. También
lo es en comparación con el otro gigante del continente americano, Brasil, que
pronto se verá gobernado por aquel apóstol de la mano durísima, Jair Bolsonaro.
Por mucho tiempo, la Argentina privilegió una y
otra vez el corto plazo por encima del mediano y el largo, con resultados
que difícilmente pudieran haber sido más calamitosos. Todos los esfuerzos por
curarla de dicha adicción terminaron mal. Aún es temprano para procurar prever
el destino del ensayado por Cambiemos, pero el que hasta ahora el gobierno de
Macri haya logrado sobrevivir en medio de una tormenta económica violenta es de
por sí evidencia de que algo ha cambiado, algo que podría ser equiparable con
la decisión consensuada de nunca más pedirles a los militares reparar los daños
ocasionados por un gobierno democrático civil.
© Revista
Noticias
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