Por Gustavo González |
Que en el fondo es preguntarse cómo va a hacer Mauricio Macri para seguir
representando a una mayoría circunstancial que lo eligió con un doble mandato:
como expresión político-económica de sus intereses y como espejo social de
lo que esa mayoría es.
Estrategia. El primer mandato de sus representados Macri lo cumplió a medias:
fracasó en la retribución económica a sus mandantes, esa inédita alianza
policlasista integrada por sectores altos y medios, cierta progresía liberal
urbana, grupos conservadores del interior, clase media-baja y baja.
Una mayor parte de esa alianza sufrió la megadevaluación, la
inflación y la caída de los ingresos, pero no de sus impuestos. Solo los
ligados a negocios de exportación, financieros, energía, turismo interno,
informática o agro, sufrieron menos o se beneficiaron, pero no son la mayoría.
La estrategia electoral sobre unos y otros será convencerlos de que todo
lo malo que pasó fue culpa del pasado y que, ahora sí, el futuro será mejor. Lo
será porque se logró reinstalar a la Argentina en el mundo, el peso recuperó
competitividad y porque se invirtió en infraestructura pensando en el largo
plazo: la exitosa cumbre del G20, el
crecimiento de las exportaciones, el superávit comercial, Vaca Muerta y el déficit cero serán los
ejemplos que se reiterarán en los próximos meses para demostrar que lo peor ya
pasó.
No dirán "Estamos mal, pero vamos bien", porque eso ya
lo dijo Menem, pero
ésa será la explicación de fondo hacia quienes le habían dado un mandato en
busca de mejores resultados económicos.
El Presidente dice en la intimidad que todo lo que hizo en esa materia
fue inevitable y correcto. No parece solo una defensa espontánea frente a
un periodista. A sus amigos y colaboradores de mayor confianza también les dice
eso y cree que desde afuera los líderes internacionales lo ven con claridad, por eso su emoción en el Colón.
En ese universo oficial todos están convencidos, en mayor o menor medida, de lo
mismo. Aunque aceptan que ese “éxito” será más difícil de explicar fronteras
adentro.
Por eso la campaña pondrá el foco en el segundo mandato que recibió de
sus votantes, el de la representación por eco.
Intentará demostrar de distintas formas que ahí sí cumplió y que
sigue siendo un buen espejo de las emociones, miedos, prejuicios y esperanzas
promedio de sus representados.
Ser ella. Patricia Bullrich ocupará un lugar
clave en ese mensaje. La llamaron a hacer de ella, que es esa mujer fogueada en
la clandestinidad de la dictadura, disciplina montonera y pragmatismo
militante; que desdeña un tanto los dilemas “pequeño burgueses” sobre los
medios necesarios para alcanzar los fines. Recibe instrucciones. No la
necesitan "coachear".
Ahora tiene el mandato urgente de empezar a resolver el problema de
la inseguridad. Macri se lo transmitió de parte de esa mayoría que lo votó
y que, a falta de soluciones económicas, recibiría con satisfacción alguna
respuesta para ese flagelo.
La inseguridad cruza a toda la sociedad, pero afecta más a los sectores
que más sufren con la crisis económica.
En el Ministerio de Seguridad
entienden que los debates sobre el garantismo no llegan a los barrios
carenciados, donde lo que se reclama es una mayor presencia y eficiencia de
las fuerzas de seguridad: “Cuando el riesgo es morir cada noche en tu villa o
que los narcos maten a tus hijos, los dilemas sobre si un policía debe disparar
sin dar la voz de alto son superfluos”.
La confianza en los policías no es baja. El último informe
anual de Latinobarómetro señala que la confianza en la institución alcanzó el
38%. Viene creciendo y es la marca más elevada desde hace 20 años,
cuando rondaba el 16%.
Según esta encuesta que consumen organismos como el BID y la ONU,
el 81% de los argentinos afirma sentir algún grado de temor de ser víctima
de un delito. Para ellos, el 47% de la violencia está en las calles.
Las encuestas que maneja el Gobierno señalan la buena imagen de
Bullrich y la asocian a su estilo "mano dura", que en el
oficialismo empiezan a denominar “mano justa”. Confían en que la mayor
presencia de efectivos en las villas y el combate contra el narcotráfico darán
noticias que se repetirán en plena campaña.
También se emitirán mensajes hacia sectores que reclaman que el Estado
ejerza el monopolio de la fuerza en la vía pública. La eficiente
organización del G20 es considerada un punto de inflexión y seguirían
medidas para demostrar que “somos capaces de ponerle límite a los que creen que
pueden coparnos las calles”. Incluyen en sus objetivos a piqueteros,
movimientos sociales y “trapitos”.
Siempre Cristina. En esa parte de la campaña que apunta a que los representados por Macri
sientan que es quien mejor los refleja, la pelea con Cristina seguirá siendo esencial. Porque
ella simboliza todo lo que cierto votante detesta: el autoritarismo, la
corrupción, el populismo.
En el oficialismo están convencidos de que esa pelea no solo es
inevitable porque corporiza una grieta instalada en la sociedad, sino porque es
la que más chances les otorga de ser reelectos. Sin embargo, ese
antikirchnerismo que se convirtió en señal de identidad macrista, es también el
que limita su razón de ser.
El ser anti K de Macri expresa y refuerza el antikirchnerismo de los
sectores que lo eligieron como su espejo, pero puede contener el virus que
lo enferme.
El relato confrontativo de Macri (como el de CFK con él), corre el
riesgo de aburrir a su audiencia, por cansancio o por madurez, con el eterno regreso
del blanco o negro, del ayer malo y el hoy bueno, de la realidad bipolar.
En principio, en el corto plazo, el efecto Cristina le sumará ruido a la
crisis económica, y si ese ruido fuera importante, hasta podría generar un
peligro adicional para la reelección. Y, aun ganando los comicios, el juego de
la bipolaridad se traducirá para el macrismo en un Congreso nuevamente hostil.
Pero para los estrategas electorales de Macri las cartas están echadas y
los duelistas volverán a enfrentarse sin terceros que merezcan ser
considerados: "No hay nadie más que aparezca en las encuestas ni en los
focus groups. A Massa se lo ve como
una mala copia de Cristina y a Urtubey como una copia de Macri. Y para
copias ya están los originales".
Suena razonable, aunque a veces el deseo puede condicionar los
argumentos.
Milagros. Los cerebros electorales de Macri tienen un gran desafío por delante.
Al milagro de que un partido nuevo haya llegado a la Presidencia en
apenas diez años, ahora le deben sumar un nuevo milagro: ser reelecto después
de una gestión que solo tendrá malos resultados económicos para mostrar.
Pero en política los milagros no existen.
Lo que existe son las estrategias adecuadas para colocar a un candidato
en el lugar indicado para que el devenir histórico se lo lleve por delante.
Luego esos líderes podrán creer que cabalgan al tigre de la historia,
cuando en realidad apenas van agarrados a su cola.
Que no es poco.
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