Por Héctor M. Guyot
Cada año es peor. Estas dos últimas semanas del calendario,
en las que hace un tiempo pasábamos de quinta a segunda para volver a hacer pie
en nosotros mismos, ya no son la transición del trabajo y el deber a las costas
más plácidas del mes de enero, al verano, tiempo en que la gran maquinaria no
se apagaba pero solía respirar de otra forma, a escala más humana. Ya no. No
hay más tregua. Más bien es al revés.
Nos sentimos impelidos a saldar la cuenta
del debe del año que termina, a saludar por las Fiestas a amigos, conocidos,
clientes y seguidores, a cerrar el año bien arriba, y entonces multiplicamos el
vértigo justo cuando, hartos de las obligaciones, lo que en verdad queremos es
retozar con apenas un taparrabos en una playa desierta. Y sin conexión, por supuesto,
lejos de las pantallas y de la musiquita al compás de la cual bailamos todo el
año, esa que desde el celular te avisa perentoria que te entró algo nuevo,
algo, no importa qué, que hará girar el monstruo de la comunicación y el
consumo, que nos devora mientras nos vende la felicidad y la ingravidez.
Los políticos y gobernantes solían aprovechar estos días más
relajados, en los que la gente se distraía con la dulzura de los villancicos y
la compra de los regalitos, para hacer a hurtadillas esas cosas que están mal.
Hasta eso cambió. Lo que está mal puede hacerse los 365 días del año y a la
vista de todos. En el vértigo en que vivimos, el concepto de vergüenza se ha
devaluado. En todo caso, ahora se reserva para estos días lo que está muy mal,
otro motivo más para no relajarse. Como se ve, todo, incluso la deriva de este
país inclemente, conspira contra nuestra tranquilidad
Yo, que pensaba dedicar la columna de hoy al espíritu
navideño, me veo obligado a referirme a la sentencia de la Cámara de Apelaciones
sobre la causa de los cuadernos. Nadie me obliga, aclaro. Me complico la vida y
esta mañana de viernes en la que escribo yo solo, pero por una razón de peso:
creo que este caso, esta investigación, es de lejos lo más importante que nos
ha ocurrido como país en este año que se extingue.
El periodismo no puede cambiar las cosas. No es ese su
deber, por otra parte. A todo lo que puede aspirar, en todo caso, es a
revelarnos más y mejor quiénes en verdad somos, investigando y narrando esa
parte de la realidad que, a pesar de su relevancia, no miramos o no queremos
mirar o nos quieren ocultar. Conócete a ti mismo, dice el conocido proverbio.
Lo mismo vale para las sociedades y es ahí donde entra a tallar la misión del
periodismo. Nada reveló como los cuadernos de Centeno la parte más oscura de
nuestra sociedad, esa sombra que nos atenaza y nos condena a la frustración
colectiva y, más grave aún, condena a millones de personas a una pobreza que no
sería tal si hubieran recibido lo que les corresponde, lo que era de ellos y
otros robaron para vivir en la sobreabundancia y el lujo.
La investigación periodística y la causa judicial nos
confrontaron con esa realidad dolorosa que había permanecido oculta. Ahora la
conocemos. Estamos ante nuestro espejo. Y la verdad obliga. ¿Qué vamos a hacer
con ella?
La confirmación del procesamiento y el pedido de prisión
preventiva a la expresidenta Cristina Kirchner parece la consecuencia lógica de
una correcta lectura de lo actuado hasta ahora en el expediente. Las evidencias
abruman. Si bien fue Néstor quien llegó al poder para instalar ese sistema
perverso de saqueo del dinero público, su esposa, que ejerció la presidencia
con mano de hierro, lo convalidó y lo continuó. No irá a prisión, al menos en
lo inmediato, porque la corporación política, sobre todo el peronismo, es
consciente de sus privilegios y hará uso de ellos.
Corporaciones y privilegios. De eso se trata esta historia.
Por eso creo que es cuestionable la decisión del Tribunal en el sentido de
considerar a los empresarios meros pagadores de coimas y no, de hecho, piezas
necesarias y estables de una asociación ilícita que durante años esquilmó al
Estado con un método y una puntualidad nunca antes vistas, en una rueda de la
fortuna que provocaba el vacío del otro lado.
Los cuadernos nos ofrecen la posibilidad de un cambio. Uno
verdadero. Lo que hagamos con la verdad que de ellos se desprende y está ahora
sobre la mesa definirá nuestro destino. Por eso el desarrollo de esta causa es
algo que compete no solo a la Justicia, sino a toda la sociedad y a cada uno de
los ciudadanos de este país.
En el fondo, cada cual decide si quiere vivir en el engaño o
abrir los ojos a la realidad y aceptar sus desafíos para actuar en
consecuencia. Las Fiestas solían propiciar un espacio en donde uno podía pensar
en estas cosas. Feliz Navidad.
© La Nación
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