Por Gustavo González |
Las crónicas describen siempre momentos únicos, crisis, rupturas abruptas con el pasado. La situación económica jamás es óptima, en general por culpa de los que estuvieron antes y de un mundo hostil que nos excluye de su comercio y de sus pensamientos.
Las personas consideran que el instante que les toca vivir es extraordinario, pero es solo la
angustia de la existencia.
Los grandes filósofos de Occidente entendían que el mundo no tenía
futuro porque los jóvenes de su tiempo ya no se levantaban cuando un mayor
entraba.
Entender el presente desde el presente nunca fue sencillo.
Nuevas complejidades. También este mundo parece caótico y comandado por
líderes increíbles, como Trump,
Putin,
Maduro o
Kim Jong-un. Pero los
que hoy resultan sorprendentes ocupan el lugar de otros que también lo eran: Nixon, Yeltsin, Chávez o Kim Il-sung. Sin
contar los Hitler,
Stalin, Mussolini, Pinochet,
los Videla,
o distintos líderes teocráticos.
Las complejidades internacionales son parte de las realidades y del
relato de cada época y suelen ser justificaciones ideales para explicar la
falta de resolución de los problemas nacionales.
Es más fácil decir que el problema está afuera, es el otro, el que
estuvo antes. Y que la Argentina está condenada al éxito; aunque eso será
mañana, porque por ahora todo es fracaso. Pero los estadistas tienen la
obligación de intentar una mirada menos infantil de la vida en general y de
la política en particular.
Con relatar la dificultad del mundo no alcanza. El deber es encontrar
oportunidades en medio de los desafíos internacionales de cada tiempo.
Es que aun en las trágicas guerras que paralizaron el mundo existieron
países que descubrieron beneficios, vendiendo cosas que las naciones en
conflicto no podían vender, o abriendo industrias para fabricar productos que
ya no vendrían del exterior.
Los que se asustan por el clima enrarecido que genera Trump deberían
recordar que Estados Unidos vivió casi toda su historia en guerra, incluso
la que se llamó “Fría”. El mundo estaba mucho más dividido y enfrentado que
ahora e, incluso así, hasta los dictadores argentinos aprovecharon para
venderle granos a la Unión Soviética (a cambio de que Cuba y el bloque
socialista silenciaran los crímenes que acá se cometían) mientras en América
eran funcionales a Washington en la lucha contra el comunismo.
Los cruces comerciales entre los Estados Unidos y China, o los de Gran
Bretaña con la Unión Europea por el Brexit, no son más graves
que aquellos. El mundo no está más loco. Tiene capacidades diferentes.
El impulso natural del capitalismo es a la expansión, a
internacionalizarse, desde el principio fue así y genera tensiones. Solo que en
las últimas décadas la espiral globalizadora ingresó a una etapa en la que el
comercio tiende a independizarse del poder político, incluso el de las grandes
potencias.
El imperio global como fase superior del imperialismo, sin territorio
asignado, sin fronteras, es la novedad que desde la teoría fue explicada por
los posmarxistas Antonio Negri y Michael Hardt en su clásico
Imperio.
Política exterior. El relato de ser víctima de un mundo sórdido y ajeno puede pagar bien en
el corto plazo, pero le consume futuro a quien lo dice y al país. Las
acechanzas son ciertas. La cuestión es qué se hace con ellas. Si se convierten
es excusas o en material de trabajo.
Los cortocircuitos entre Estados Unidos y China pueden ser esa excusa o
una chance para un país que necesita inversiones de ambos. Lo mismo que la
salida del Reino Unido de Europa y su búsqueda de nuevos mercados.
Las naciones en vías de desarrollo tienen las mismas urgencias que la
Argentina para comercializar en las mejores condiciones posibles.
India, con sus 1.300 millones de habitantes y un crecimiento que en la
última década ronda el 8% anual, ya es un socio que genera uno de los mayores
superávits comerciales y al que los especialistas señalan como el que más
crecerá en los próximos años. Vietnam es un caso similar, hoy representa el
cuarto destino de las exportaciones argentinas, con US$ 1.600 millones de saldo
positivo.
Tanto con India como con Vietnam, Macri continúa
acuerdos que se profundizaron con Cristina Kirchner.
Concentrarse en las soluciones en lugar de relatar la grieta no forma parte del
prospecto electoral actual, quizá por eso se esconde esta continuidad de
políticas de Estado que cualquier otro país promocionaría.
En cualquier caso, la política exterior de Macri es lo más
sobresaliente de un gobierno con tantas dificultades. Es el contexto
amigable que permitió la ola de préstamos de sus primeros años y el acuerdo con
el FMI.
Vaca Muerta
es el mejor ejemplo de su obsesión por conseguir inversiones. Un proyecto que
comenzó a desarrollarse con Néstor Kirchner y cuya
extraordinaria riqueza fue, para muchos analistas españoles, la razón de la
nacionalización de YPF.
Ya con YPF argentina y con Macri en el gobierno, las inversiones
nacionales y extranjeras crecieron al igual que la producción de sus pozos. Una
muestra de que no siempre el que pasó es culpable o que los de afuera son los
victimarios.
Pragmatismo. Macri aporta su pragmatismo empresarial que, para mal y para bien, lo
diferencia de los políticos tradicionales y, en el terreno de los negocios, lo
lleva a priorizar acuerdos y a abrir mercados.
El pragmatismo es esa escuela filosófica cuyo antifundamentalismo le
otorga un interesante perfil humanista, pero se hizo célebre porque considera
que solo es verdadero aquello que funciona. Es la lógica que rige los negocios
del mundo. Franco Macri
repetía que un empresario debe estar bien con todos los gobiernos. Su hijo
también cree que debe estar bien con todos los gobiernos que le puedan generar
negocios a la Argentina, independientemente de su ideología. Venezuela sería su
límite.
La cumbre del
G20 es la teatralización de las tensiones, acuerdos y
oportunidades del comercio internacional. Para Macri corporizó el apoyo
simbólico de las principales potencias hacia un mandatario cuya continuidad les
garantizaría no volver al populismo en esta parte del planeta. Es precisamente
por ese temor que sus líderes avalaron los préstamos del FMI y se fueron
prometiendo inversiones millonarias.
Y es por el mismo temor que los inversores de sus países prefieren
esperar para invertir. Porque el éxito final de la política exterior de
Macri sucederá cuando la economía crezca, los argentinos recuperen poder de
consumo, las regulaciones incentiven las inversiones y las elecciones no
representen constantemente el riesgo de volver a empezar. Recién entonces
aparecerán los verdaderos capitales extranjeros.
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